El Periódico Extremadura

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Pilar Galán Rodríguez

Jueves sociales

Pilar Galán Rodríguez

Ganar volumen, perder músculo

Todavía debe de andar riéndose el monitor al que mi hermana y yo le dijimos que queríamos ganar volumen y perder músculo, en esa tarde de nervios en que entramos por primera vez en un gimnasio. 

Enseguida nos dejó por imposibles, sobre todo a mí, y eso que mi hermana fue la que se subió a una cinta de andar en marcha para despedirse de una amiga, y casi acaba empotrada en los vestuarios, o la que dejó caer una pesa muy cerca del pie de otro cliente. 

Ella compensaba sus despistes con una dedicación y un entusiasmo que han conseguido que hoy, tantos años después, siga en forma y esforzándose cada día. De mí mejor no hablamos. Por aquel entonces, si adelgazamos algo o marcamos abdominales fue a causa de la risa, que hacía que nos dobláramos cada dos por tres ante la fauna y la flora que nos acompañaban cada tarde, en especial ante nosotras mismas. 

"Mientras, pedaleo y emparejo cartas en la pantalla para que la hora se me haga más corta, el aburrimiento, más leve, y la nostalgia de lo vivido no engulla lo que me queda por vivir, ese abismo, ese vértigo

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Nos hicimos amigas de un chico que desayunaba una caja de donuts, y de una señora que se empeñaba en contarnos su vida y quería que yo le dedicara un libro, pero no uno mío, sino uno entero escrito para su persona. Una biografía, vamos, me explicó mientras tratábamos de quemar calorías en las bicis. 

Mientras tanto, el monitor se paseaba como un monje zen entre los aparatos y nos soltaba frases motivadoras sacadas de calendarios. También debimos de adelgazar algo por los sustos que nos provocaba su aparición silenciosa que interrumpía a menudo nuestros ataques de risa. 

Ahora que los gimnasios viven su mes de esplendor, me he acordado de esos años en que todo parecía fácil y la vida era una sucesión de tardes subidas a una cinta escuchando historias que al final sí se convirtieron en libros. 

Tantos años después, mi hermana y yo seguimos caminos diferentes. Ella participa en carreras y en competiciones de nombre impronunciable. Yo, en mi línea, juego al mahjong o al angrybirds subida a una bici con respaldo, rodeada de personas serias que se toman muy en serio el deporte. 

Hacen muy bien, pero yo echo de menos las risas, el tiempo por delante, la ausencia de prisa, y noto cada vez más esta sensación pegajosa de no saber cómo de pronto han podido pasar todos estos años. Mientras, pedaleo y emparejo cartas en la pantalla para que la hora se me haga más corta, el aburrimiento, más leve, y la nostalgia de lo vivido no engulla lo que me queda por vivir, ese abismo, ese vértigo. 

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