Hay que tener siempre un antipático cerca, aunque conviene no acercarse a él. Los antipáticos nos hacen valorar mejor a quienes no lo son y se esfuerzan en ser amigables e incluso amables, bondadosos y hasta sonrientes. En las empresas suele haber un antipático de guardia, que siempre da ambiente y elimina el buen rollo, no vaya a ser que alguien lo pase bien trabajando. Hay antipáticos en los equipos de fútbol, en los programas de televisión y, claro, en la política. Que quizá sea el terreno donde es más difícil ser auténticamente antipático, dado que por mucho que lo sea, siempre tendrá partidarios, jaleadores, sectarios o cortos de vista. O afines. El antipático más de moda (para la derecha, los suyos lo adoran y una cuantas verdades sí que dijo) es Óscar Puente, que pone de los nervios a los populares. El PP sin embargo, no logra tener un antipático oficial. Definido. Cuca Gamarra lo intenta y bien insoportable que es casi siempre, pero luego tiene algo entrañable, como de prima regañona que más tarde sin embargo te invita a merendar. No se ríe ni para Dios, eso está claro. No llega a la altura de Cospedal, esa sí que era antipática. O de Teodoro García Egea. O de aquel Pujalte. No digamos nada de Rafael Hernando, adorado por la bancada popular que, tiene mérito, trataba día a día de ser cada vez más antipático. Y, oiga, eso requiere entrenamiento y fuerza de voluntad, no se levanta uno diciendo, hala, a partir de ahora voy a ser un antipático del carajo. No. El PSOE tuvo sus antipáticos, Alfonso Guerra, claro, uno de ellos, azote de la derecha pero delicia mitinera para los socialistas. Hoy no está muy claro para quién es simpático. Ni para quién es antipático; ha perdido gracejo y ha ganado solemnidad. Hay antipáticos camuflados, son los más peligrosos. Sonríen y todo y hasta dan los buenos días. Pero ojo, nada más. Ni un rictus de complicidad ni un comentario amable ni un favor. Nada. Hay que distinguir al ciezo del antipático. El ciezo es un soso que en realidad es tímido, por eso da las buenas tardes como arrancándose con dolor algo muy hondo. Pero puedes pillarlo en un día bueno y que incluso te salude en un pasillo. Ahora, eso sí, no le pidas que te cuente un chiste y no esperes nunca que proponga una cerveza.
Una variante del antipático es el malaje, que en realidad intenta a ratos ser gracioso o simpático pero carece de cualquier gracia u oportunidad. Un metepatas también. En la hostelería hay antipáticos oficiales y ahí está hasta su gracia: ese camarero siempre de morros, ya mayorcete, que te perdona la vida, se olvida de ti y se cabrea si para desayunar solo pides un zumo, un café, un donut, dos bocadillos y un aguardiente. Estaría simpático un congreso de antipáticos. Que eligieran un secretario general y un presidente. Y que se repartieran los papeles y uno fuera el antipático bueno y el otro el antipático malo. No sé si confundiríamos mucho al personal.
*Periodista