Pedro Sánchez, vicios y virtudes. Hago un alto. Lo vuelvo a leer. Vicios y virtudes…, suena a novelón. Novelón el que nos espera. Así, entre nosotros, ahora que nadie nos lee: agárrense que vienen curvas. El futuro no nos será aburrido. Eso no; lo otro, tal vez. Tampoco a los extremeños, ahora que, por fin, ponemos y quitamos reyes. Es una manera de hablar… a lo Bertrand du Guesclin. ¡Anda! ¡Qué curioso! Por aquí Don Pedro I de Castilla… De mis primeros estudios quedó en mí el asombro de que unos le apodaran “El Justiciero” y otros «El Cruel». Tardé en entenderlo (a veces me desconecto y sigo sin entenderlo). Todo depende. ¿Vicios o virtudes? No traeré aquí colación de sus vicios porque son proverbiales. Media España se los afea mientras la otra media (o casi) se los tapa. Digo que casi porque los vicios se los afean hasta quienes, sin ser diputados del PSOE, el jueves votaron a su favor. Pero no, no mencionaré sus vicios. Tampoco venía yo a dar cuenta de sus virtudes, venía más bien a señalar algo que vi, ojos los míos, el pasado jueves. Me sorprendió lo que vi. Tenía a Pedro Sánchez por algo más entero y no. Se descompuso. Un tipo como él, aventurero arriscado, se hizo popó en cuanto una diputada separatista le amenazó con quitarle el chupete. Me sorprendió que un político al que suponemos ciertamente curtido se rajara. No le tenía por flojo. Por tan flojo. Diré que el mármol de su rostro, tan duro a la hora de contar mentiras, se hizo añicos. Y quedé turbado. El miedo insuperable es arista del temperamento que en nada ayuda a un gobernante. ¡Ay de sus gobernados! Le pudo el miedo. Y lo cantó. Le temblaron las piernas. Se le demudó el rostro. Ahora sabemos que, además de lo otro, sea lo que sea lo otro, vicio o virtud, es cobarde. Y lo saben los que le rondan, como saben los lobos que los corderos no presentan batalla. Los lobos -los separatistas y los otros, los enemigos de España, los de dentro y los de fuera- saben que el presidente tiene miedo. Ahora entiendo mejor lo del Sahara... Tiene miedo. No es el arrojado hombre de fortuna que yo creía que era. Tendrá baraka, pero también miedo. Querrá el cordero engañar al lobo, pero ya sabe el lobo que el cordero tiene miedo…
Le pudo el miedo. Y lo cantó. Le temblaron las piernas. Se le demudó el rostro
Y en este reparto de papeles, ahora caígo que también son corderos los cuatro diputados extremeños del partido sanchista. Los cuatro que balan al dictado: César, Begoña, Juan Antonio y Maribel. ¡Pobrecitos! El voto de cuatro extremeños ha decidido en Madrid el destino de todos los españoles. Cuatro votos contra España. Cuatro votos contra Extremadura. ¡Qué importantes! Sin sus cuatro votos «como cuatro teatros de Mérida» no estarían cantando victoria los lobos. ¡Qué pena ser cordero! ¡Qué pena ser cordero en Extremadura! Dice César -qué bonito nombre y qué impropio- que podrá pasear tranquilamente por Cáceres. No lo dudo. Es cuestión de conciencia. Pero ahora sabemos que los cuatro corderos extremeños tienen miedo, ahora sabemos que Sánchez tiene miedo, que es un cobarde. Para Sánchez los problemas no terminaron el jueves, antes bien al contrario, el jueves se agravaron en extremo. A partir de ahora el patio de su recreo será su infierno. Al terminar se abrazaron a él todos y cada uno de los diputados de su partido, todos y cada uno de los que tragaron, y mis ojos, más que la lógica celebración de la victoria, vieron el miedo del rebaño, del rebaño que, ante el lobo, se arremolina en un rincón del cercado. Es una manera de verlo. Y de contarlo. Una sola certeza: el futuro que nos aguarda no será aburrido. Visiten nuestro ambigú, pero recuerden que en unos minutos se reanudará la proyección.
*Abogado