Ahora que ha oscurecido la verdad, ahora que la realidad está siendo anulada, pensarla se convierte en un acto de fe. Crear otro mundo y creer en él, la fe vendrá después.
Érase el lugar más lluvioso del mundo, una tarde, entre la inevitable multitud el señor James entró en la cervecería a pedirle a la señora Quickley una copa de vino y comprendió que aquel pueblo blanco encallado en las rocas, que se ve desde la distancia como un barco que se aleja en el mar, iba a ser su hogar.
Un barco en el mar es ciertamente solitario, pero al menos la vista puede bañarse y llenar de encanto estos días hermosos tal y como hace un cuentista convertido en un simple agrimensor de sus derrotas. En los cuentos el tiempo se sale de sus goznes, pero no estamos llamados hoy aquí, como Hamlet, a ponerlo de nuevo en su sitio sino a borrarlo.Representemos por un momento -con el permiso de Napoleón- un ethos josefino y saquemos únicamente del almacén los Carioca para pintar. Terapia de la felicidad.
De color ceniza y violeta se han puesto los días. Ya están las niñas buscando entre su ropa blusas con bordados que adornen sus escotes como la espuma de una ola rezagada.
La humanidad se precipita hacia la navidad. Ya están en floración las nieblas, las oscuras mañanas de invierno. Los pómulos turgentes y escarchados. Los mandiles caóticamente doblados sobre las sillas de las cocinas. Las fuentes esperando su crepuscular lombarda. La casita envuelta en algodones, flotando y alimentándose de amores.
Todo el mundo viaja hacia el Norte, donde la hierba rebosante, donde las postales y alcornoques, donde la extraña sensación de frío, donde el cielo por detrás de nosotros es un lago azul pálido y no la sábana del mundo. Allí el sol es un chispazo, una delgada transparencia, a duras penas lanza destellos como abajo en el Sur.
Allí abajo el sol, sí… atraviesa la oscuridad y hasta las manos pueden sostener sin temor a quemarse semejante ardimiento. Allí abajo el sol envuelve a las gentes, las adorna como un aro, como un globo de cristal del que toman color los campos.
El tiempo camina hacia la casa del invierno. Hacia allá va el tumulto del mundo menos una parte que se ha desprendido de nosotros como una nube que se deshace. También las certidumbres se desvanecen con esa precaria melancolía que las envuelve a modo de esas tabletas de chocolate antiguas
El tiempo camina hacia la casa del invierno. Hacia allá va el tumulto del mundo menos una parte que se ha desprendido de nosotros como una nube que se deshace. También las certidumbres se desvanecen con esa precaria melancolía que las envuelve a modo de esas tabletas de chocolate antiguas.
Hay un rápido transcurrir de las cosas que con la navidad se frena en seco y se despliega sobre las casas una verdad inmutable: nieva mostaza sobre las salchichas y hay péndulos de peras confitadas sobre los estantes.
La navidad es algo así como la antivida de Ettore Svevo a quien le resultaba insoportable la mediocridad y no tardó en interesarse por las botas femeninas y el inconsciente; más de una vez dijo que había eliminado definitivamente de su vida << esa cosa ridícula y dañina que se llama literatura>>. Por suerte James Joyce logró sacarlo de su sopor inerte.
Cierto es que nunca se llega más allá del horizonte,justo ahí está el limo de nuestra imaginación como gotas de limón espumando la masa de un bizcocho, llenándola de luz de infancia y patio.
Ahí están los mandiles bajo la porcelana, las jarras y los dátiles formando con su racimo dorado un letrero de hotel abierto a media noche; la madera oscura y los edredones haciendo un igloo sobre la cama. Han decretado silencio por favor. Un hotelito a modo de tumba vacía donde huele a boniato y al fondo del pasillo alguien reclama que las rosas sean más rojas, las manzanas de Newtonamarilleantes y los huevos curruscantes. Éste será recordado como el año en que comimos más frutas que verduras. Igual que Proust recordaría a Bathildeen la recocina pelando eternamente espárragos.