Opinión | Nueva sociedad, nueva política
Por qué Trump
La clase trabajadora no tiene quien la represente

OBAMA RECIBE EN LA CASA BLANCA A TRUMP EN 2017.
Había que conocer muy poco el camino que tomó la nueva política, hace casi tres lustros, para creer que Kamala Harris tenía alguna posibilidad de ganar.
Fue en 2011 cuando la ciudadanía de todo el mundo adquirió conciencia, a causa del crack económico de 2008, de que estaba en las manos insensatas, insensibles e infinitamente avariciosas de la clase político-económica. España fue uno de los países pioneros con el 15-M. Millones de personas en todo el planeta salieron a las calles para gritar que querían acabar con aquellos que estaban ejerciendo una evidente violencia institucional contra las clases populares desde hacía décadas. Y aún quieren acabar con ellos. Van a terminar la tarea.
Es bueno recordar que aquello ocurrió con Barack Obama en el poder, donde llegó en enero de 2009, prometiendo cambiar el mundo. La primera presidencia de un hombre negro en el entonces, todavía, país más poderoso, generó una enorme ilusión, cuando más se necesitaba, singularmente entre la gente más joven. Pero muy pronto quedó claro que sería un presidente más, y no de los mejores.
Es bueno recordar que aquello ocurrió con Barack Obama en el poder, donde llegó en enero de 2009, prometiendo cambiar el mundo. La primera presidencia de un hombre negro en el entonces, todavía, país más poderoso, generó una enorme ilusión, cuando más se necesitaba, singularmente entre la gente más joven. Pero muy pronto quedó claro que sería un presidente más, y no de los mejores
Aquella decepción, junto al enorme sufrimiento de la clase trabajadora provocado por la recesión, y otros factores importantes con viento de cola, provocó el primer gran estallido social del siglo XXI. Era algo que tenía que pasar, toda vez que el socialismo había desaparecido como opción real, reconvertido en una socialdemocracia ligera, casi invertebrada, contagiada por el neoliberalismo desde la Tercera Vía de Tony Blair, mutada, pues, en socioliberalismo al servicio del sistema. La clase trabajadora no tenía quien la representara y la gran recesión lo puso en evidencia para grandes capas populares de todos los países.
El movimiento social de 2011 produjo una convulsión que cambiaría para siempre los sistemas políticos occidentales. Aún hay quien no se ha enterado o no quiere enterarse. A España llegó en las elecciones generales de 2015 con el fin del bipartidismo y a EE.UU. con Trump en 2016. El paralelismo era evidente ya entonces, y lo es mucho más ahora.
La semana pasada reconoció Kamala Harris que el Partido Demócrata había perdido porque ya no representaba a la clase obrera. Enhorabuena. Llegan quince años tarde al diagnóstico, pero es un buen comienzo. Ahora les toca digerir que desaparecerán todas las organizaciones políticas que llevan traicionando a la clase trabajadora durante décadas.
En los albores del siglo XXI emergió una nueva sociedad que había nacido en nuestros corazones mucho antes. Fue creciendo imparablemente, muy bien alimentada por la avaricia y el abuso del poder económico, con la necesaria complicidad del engaño de la clase política.
En lo que fue el socialismo occidental no hubo nadie con poder que se hiciera cargo de aquel estado de ánimo. Aunque muchos de los suyos se lo gritaron hasta que se cansaron. Y por eso la revolución de nuestro tiempo la está protagonizando el libertarismo trumpista con raíces en todas las democracias liberales.
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