Opinión | Jueves sociales
La promesa abierta en cualquier sitio

Baños en una piscina
Estos días son los que más me gustan. Casi como en Navidad, están permitidos todos los excesos porque saltamos de comidas a cenas como si no hubiera un mañana. Todos tenemos despedidas, jubilaciones, reencuentros, y una fiebre por celebrar que se ríe de los compromisos de diciembre. Empiezan los atardeceres largos que comienzan a caer desde muy lejos, los amaneceres que huelen a hierba recién cortada y engañan con una brisa que acaba convertida en pura llama. Eso es lo que soporto cada vez menos, la proeza imposible de atravesar el asfalto ardiente más allá de las diez de la mañana o antes de las diez de la noche. Pero a cambio, estos días vienen envueltos en la promesa de lo posible, en el crujido del regalo a punto de abrirse, detenidos en ese instante en que todo lo bueno va a pasar. Empezaremos a cuidarnos, haremos deporte, nuestra alimentación consistirá en ensaladas, gazpachos y sandía o cualquiera de las joyas frutales que nos regala esta temporada.
Justo ahora la vida parece envuelta en papel brillante, y nuestras manos tiemblan ante la promesa abierta en cualquier sitio, el asombro, el gozo y la maravilla de creer otra vez, como si aún fueras un niño, que todo puede cambiar, que nada es imposible
Dormiremos más, si el calor nos deja, pasearemos tranquilos, abandonaremos la prisa y el vértigo que empiezan mucho antes de que suene el despertador. Cocinaremos más sano, aprenderemos recetas nuevas y mil tipos de combinar verduras. Nadaremos, ese lujo de sentir el cuerpo sin peso, ingrávido. Hablaremos con nuestros hijos, jugaremos mil veces al Uno o al juego de cartas que esté de moda. No nos quitaremos los vestidos ni las sandalias planas. Reiremos con las amigas mientras hacemos mil planes. Cuidaremos las plantas. Compraremos otras para convertir nuestras terrazas en los vergeles bíblicos de las revistas. Leeremos al azar, dejaremos los libros en cualquier sitio porque siempre será hora de leer, y así los tendremos a nuestra disposición cuando queramos. Escribiremos, nos levantaremos con la urgencia que solo puede provocar la escritura; pero lo haremos sin fecha de entrega, sin agobios. Solo con el placer de antes cuando el verano era denso e interminable y la escritura se convertía en un bálsamo. Haremos todo eso, sí. Además, viajaremos. Cogeremos aviones y trenes, nos sorprenderán los lugares porque iremos con la mente abierta. Conoceremos culturas, personas, formas de estar en el mundo que se extiende ante nosotros, interminable. Confundiremos los horarios, no habrá prisa para dormir ni para levantarse. Será el paraíso. Luego, poco a poco, muy lentamente, la realidad se impondrá, por ser fiel a su costumbre, pero justo ahora la vida parece envuelta en papel brillante, y nuestras manos tiemblan ante la promesa abierta en cualquier sitio, el asombro, el gozo y la maravilla de creer otra vez, como si aún fueras un niño, que todo puede cambiar, que nada es imposible.
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