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Opinión | LE FUMOIR

Mr. Scorsese

Martin Scorsese en la Berlinale, en febrero de 2024.

Martin Scorsese en la Berlinale, en febrero de 2024.

He estado viendo Mr.Scorsese”, el documental sobre el gran director de cine, en Apple TV. Lo recomiendo a aquellos a los que les gustan las películas de “Marty”, y a aquellos a los que no. A los primeros, porque hace un repaso por su vida a través de sus filmes, desde “Who´s that knocking at my door” (1967) hasta “Killers of the flower moon” (2023), estableciendo interesantes paralelismos entre momentos de aquella y escenas de estos. A los segundos, porque de la biografía de un gran hombre se aprenden muchas cosas. La de Scorsese (Queens, NY, 17 de noviembre de 1942) es una marcada a fuego por el determinismo del lugar y el ambiente en el que se crió. Aunque nació en Queens, su infancia y adolescencia se desarrollaron en el Little Italy (Bajo Manhattan) de la posguerra mundial. Nieto de inmigrantes sicilianos, un azar del destino le impidió crecer en un barrio más acomodado, de casitas con jardín y clase media trabajadora. Su familia fue expulsada de ese “paraíso”, como lo describe, por un incidente que su padre, un hombre orgulloso, tuvo con el propietario de la casa en la que vivían y de donde los Scorsese tuvieron que salir de un día para otro. Ese ligero cambio de agujas en las vías del porvenir de su familia resultó determinante en el del pequeño Martin. Primero, porque pasó de un ambiente pequeñoburgués al averno de aquella pequeña Italia, feudo de gánsteres y escenario de recurrentes episodios de violencia, extorsión y omertà, de los que fue testigo en muchas ocasiones. Crecer en un lugar donde las querellas se resolvían a menudo por las armas y con absoluta impunidad, le volvió una persona violenta y tremendamente irascible. Confiesa que toda su vida ha estado luchando por controlar ese fuego interior, y que sólo el cine le ha servido de catalizador de esa rabia. Por otro, quizá para redimirse de todo ese fardo cotidiano, y bajo el influjo de una comunidad inequívocamente católica, entró en el seminario para ordenarse como sacerdote. La iglesia de su barrio le parecía el único lugar de solaz, donde la violencia no tenía cabida y donde todos los feligreses eran corderos iguales ante Dios. Su providencial afición a las mujeres -se ha casado cinco veces, entre otros muchos romances- impidió que recibiera las órdenes, lo que le abocó al cine. Ya como director, su vida se consagró a contar el mundo anómalo y fascinante de su infancia. Su carrera ha estado llena de lecciones aprendidas: la del fracaso, en películas como “New York, New York” (1977); la del ostracismo y la crisis de identidad, el complejo social y un cierto catetismo por no pertenecer a Hollywood ni tener la sofisticación de los judíos ricos del valle de Los Ángeles; la de la adicción a la cocaína, que marcó varios años de su vida y de donde nacen muchos de sus errores y alguna de sus genialidades; la de poner su trabajo, su misión, por delante de sus hijos, un abandono que quizá se explica por el afán de triunfo y el opresivo concepto de familia en el que creció. Pero también de cosas magníficas, como la fe en su talento; la determinación sin tasa por contar su historia, sabedor de que su vida encerraba un mensaje más grande que esta; el precoz éxito y el ansiado -y tardío- reconocimiento oficial, hijo de esa anhelada pertenencia al sistema -obtuvo su único Óscar por una de sus películas menos conocidas, “The Departed” (2006)- y, en definitiva, la importancia de ser fiel a uno mismo, como le recordó John Cassavetes cuando se desvió de su camino con una película de encargo. Ese cúmulo de circunstancias lleva a pensar que Scorsese nació únicamente para ser director de cine, testigo y cronista de un tiempo, un paisaje y un paisanaje que nadie ha sabido describir con su maestría. El azar hace bien las cosas, y cuando la Providencia decide algo, todos los elementos parecen alinearse para que el Universo cumpla con sus designios. En el caso de Scorsese hay algo profético, mesiánico, que va más allá de la vocación como algo innato. Comprendiendo su vida, uno tiende a pensar que no se hizo director porque creciera en Little Italy, sino que el destino hizo que ese lugar y ese momento fueran el teatro de su juventud para que él lo absorbiera con su mirada de niño y luego lo narrara como adulto en su cine. Era su dharma, su misión. El destino es, en Scorsese y en los grandes genios, anterior a la vocación, y el talento, un buril imprescindible para ejecutar el guion divino de esa película titulada “Mr.Scorsese”.

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