Opinión | Nueva sociedad, nueva política
Pedro No-Me-Consta Sánchez
No fueron las gafas lo único demodé de su comparecencia

Sánchez se coloca las gafas durante su comparecencia. / Eduardo Parra - Europa Press
El 26 de julio de 2017, el ex presidente Mariano Rajoy compareció, como testigo, ante el Tribunal Supremo, en el juicio sobre la trama Gürtel. El juez Ángel Hurtado le preguntó sobre uno de los empresarios que presuntamente había entregado dinero negro en la sede del PP de la calle Génova. Rajoy negó conocerle, y sobre la entrega en efectivo respondió que no le constaba. Algunos medios contabilizaron más de una treintena de evasivas del ex dirigente del PP, pero intentó evitar por todos los medios la fórmula salvífica «no me consta», que, ya entonces, en plena oleada de procesos por corrupción, se había convertido más bien en incriminatoria.
Y es que los modos de la corrupción de principios del siglo XX se habían alineado con el audiovisual exitoso del momento, Los Soprano (1999): una extraña fragilidad de ánimo, algo de humor, mucho cinismo y más presión psicológica que acción.
Pedro Sánchez, en su comparecencia ante el Senado del pasado jueves, compuso una vuelta al pasado del cine de gánsteres, situado en el paradigma anterior, el de la saga El Padrino (1972-1990): la chulería propia de quien cree saberse por encima del bien y del mal, una mayor oscuridad que pretende prestigiar las actividades delictivas, algo de coquetería propia del viejo hampón con traje a rayas, mucho histrionismo y más amenazas gallardas que defensa propia.
El «nomeconstantismo» es la fórmula más antigua, cobarde y vacía de los presuntos delincuentes para eximirse de responsabilidad. En este sentido, el presidente, con su habitual talante enfermizamente competitivo, se tomó la comparecencia como un entrenamiento para los futuros juicios que le aguarden. A pocos meses ya de convocar elecciones, ni siquiera la de permanecer en el poder es su única y principal motivación, como hasta ahora. En este momento ya solo le anima a seguir la posibilidad de eludir la prisión
Así pues, las «izquierdosas» gafas Dior del presidente no fueron lo único vintage de la comparecencia: también sus palabras, sus modos y su concepción de la política ofrecían la apariencia viscosa de la sangre coagulada en los labios de Drácula, quizá por aquello de que era la víspera de la noche de difuntos.
Su larga lista de «no me consta» dejó al aparentemente novecentista Rajoy en un auténtico modernizador de la corrupción, no en vano el ex jefe de Génova se salvó de la quema. En el fondo, una de las grandes paradojas del actual presidente es que, pretendiendo abanderar la política del futuro, se ha ido convirtiendo en el inquilino de Moncloa más avejentado y demodé.
El «nomeconstantismo» es la fórmula más antigua, cobarde y vacía de los presuntos delincuentes para eximirse de responsabilidad. En este sentido, el presidente, con su habitual talante enfermizamente competitivo, se tomó la comparecencia como un entrenamiento para los futuros juicios que le aguarden. A pocos meses ya de convocar elecciones, ni siquiera la de permanecer en el poder es su única y principal motivación, como hasta ahora. En este momento ya solo le anima a seguir la posibilidad de eludir la prisión.
Pedro No-Me-Consta Sánchez se encuentra ya cerca de perder el poder y el aforamiento, es decir, de pasar de ser el zombi con que nos ha alegrado el último Halloween a convertirse en todo un cadáver político. Eso sí, en coherencia con su manifiesta frivolidad, aspira a ser un bonito cadáver con gafas molonas, como salido de las páginas del guion de Nicholas Ray para el clásico del cine negro «Llamad a cualquier puerta» (1949).
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