Es necesario, ahora más que nunca, sacar del olvido, del anonimato en que han vivido todos estos años, personajes ilustres como D. Guillermo Gómez de la Rúa, maestro insigne, republicano, director de las Escuelas Graduadas Santiago Ramón y Cajal. Por su dedicación a los niños; por sus exigencias de atención a ellos de las autoridades; por su demanda de justicia para ellos, sobre todo de quienes padecían hambre, fue depurado, y posteriormente expulsado de la carrera, tras de un juicio ridículo e injusto, conjuntamente con otros insignes placentinos, después de que milagrosamente, mejor dicho por su enorme perspicacia y prestigio personal, esquivara una muerte segura, pues a ella le conducían sus captores por orden superior.

Ni siquiera se le permitió dar clases particulares para procurar su sustento, que tuvo que ser por la apertura de una librería, precisamente la de Cervantes. Preconizaba: "El niño que tiene hambre debe ser alimentado (-.) Cuando se trata de dar alimento material al niño que no come, debe tomarse este deber como el primordial de todos los deberes. Los demás vendrán después. El dejar que pasen hambre, siquiera un solo niño, es crimen de lesa humanidad".

Y apostilla Don Guillermo que se pueden curar muchas faltas de salud de los niños, "pero cuando el diagnóstico se reduce a una sola palabra: HAMBRE, no hay otro remedio que bajar la cabeza, avergonzados de que, en esta Sociedad, no haya desaparecido tal ignominia".

Para ello, comprometido con esta imperiosa necesidad, se dirige admonitoriamente a las autoridades placentinas: "Señores del municipio, vuestros aislados esfuerzos serán ineficaces si no tenemos en consideración que el niño que tiene hambre, debe ser alimentado primordialmente".

"En la escuela no debe existir el niño atrasado de inteligencia por tener el estómago vacío. Los hombres y las mujeres de todas las naciones reconocen que la Humanidad debe dar al niño lo que tenga mejor, para que una vez sabido, se lo queramos y se lo sepamos dar. Toda la política, todos nuestros desvelos, deben supeditarse a esto. Si es necesario echad mano de todos los ciudadanos, ¡movilizadlos para remediar este tremendo mal!".

Decía, además, este docto maestro, insigne pedagogo, que "las autoridades se enfrascan en la resolución de problemas de alta política; los padres se pelean en el casino o en la taberna; las madres comadrean-, y todos seguimos sin acordarnos que tenemos sagradas obligaciones que cumplir para con los niños, que son niños ahora para ser mañana hombres".

Otrora fue Maestro de Malpartida de Plasencia, donde tiene dedicada una calle. Plasencia tiene contraída con él una deuda grandiosa de gratitud. Si al menos no se lo pudo agradecer en vida, se lo hagamos ahora con un justo y meritorio recuerdo.