O tro año más han venido Sus Majestades los Reyes Magos de Oriente, cuya existencia llena de ilusión a muchos, grandes y pequeños, antes de su llegada, cuando se escribe la carta y debes hacer baremo sobre si te has portado bien, regular o mal; cuando debes decidir entre pedirles lo que deseas o lo que realmente necesitas, entre pedirles para ti o para los tuyos, entre pedirles o solo agradecerles.

También durante, cuando ya casi han llegado y mientras les ayudas en su tarea de la búsqueda de regalos, pensando en lo que la otra persona ha pedido y cómo más le gustaría. El proceso de envolver el presente uno mismo y rematarlo con un gran lazo o una dedicatoria. Casi un arte que recuerda la escena de la película Love Actually, en la que Rowan Atkinson interpreta al dependiente de una joyería en la que envuelve para Alan Rickman (cliente) un collar para regalo, llevando a cabo todo un ritual compuesto por un popurrí de especias y plantas, cajita y cinta incluidas. El proceso también hace ilusión.

Y más aún después, cuando llega la noche del día 5 y da la impresión de que en tu vida, realmente da comienzo algo nuevo y mejor que lo pasado. Esa noche acudes con tus hijos o seres queridos a ver la gran cabalgata de Reyes y tu fe en la magia está presente y crece por momentos. Las hadas, duendes y personajes de tus películas favoritas de dibujos animados recorren las calles y los sientes casi vivos y eso te da vida. Vida, justo hasta el momento en el que un Baltasar olvida la inocencia infantil y la suya propia y dice lo que no debe de decir a los niños y a los que tenemos una edad pero seguimos siéndolo. En ese momento se te caen los palos del chozo y te sientes indignada porque no es justo, nadie tiene derecho a romper algo que nos pertenece, que les pertenece…

Esto no es libertad individual, es libertinaje y abuso que coarta la libertad de elegir de los demás. No hay que mentir, pero tampoco imponer la verdad de cada cual. ¿De verdad hemos perdido la ilusión? No concibo qué les pasa por la cabeza a esas personas amargadas que encuentran placer o diversión en ir robando la ilusión a los demás. ¿Qué problema tienen? Tal vez su frustración llega tan lejos porque antes alguien les desilusionó e, incapaces de perdonar, eligen vengarse con quienes no tienen culpa.

Ojalá la inocencia, la ilusión y la ingenuidad recibieran el valor que merecen.