La propaganda electoral inunda nuestras vidas. Más este año por la cercanía entre las elecciones generales y las municipales. Farolas, fachadas y cualquier espacio libre susceptible de pegar un cartel anunciador del candidato perfecto con sus mejoradas fotos nos sonríen a cada paso, para influir en nuestro subconsciente de manera machacona y premeditada.

Los candidatos aprovechan la más mínima ocasión para venderse y dar a conocer su programa entre los votantes, acercándose más a los vecinos con el fin de darles la oportunidad de manifestarse y conocer de primera mano sus inquietudes para ofrecerles posibles soluciones.

En nuestras comarcas, los pueblos son pequeños y todos nos conocemos, de ahí que sus habitantes tengan clara su inclinación. Por regla general, los electores de las pequeñas poblaciones tienen claro su voto o simplemente debaten su elección entre los dos aspirantes que representan a los dos partidos mayoritarios, sin plantearse el cambio por otro candidato, sobre todo los más mayores. La tradición familiar, arraigada generación tras generación, se impone como una losa heredada que pocos se atreven a resquebrajar y quien se atreviere a hacerlo, debiera de atenerse a las consecuencias de ruptura y división parental de por vida.

Sin embargo, entre las nuevas generaciones, la preferencia hacia uno u otro representante viene dada por la personalidad y su afinidad con el propio votante, siendo determinantes en gran medida de la decisión final del voto, más las sensaciones que provoque en el ciudadano rural, que las medidas concretas, que también.

Durante estos días es fácil percibir en las zonas rurales un exceso, no bien visto, de información en los medios de comunicación o en su buzón, lo que aumenta su descontento por el derroche económico, innecesario según su punto de vista, que además, consigue confundirles a la hora de ejercer su derecho a voto al inspirar desconfianza hacia los mismos que gastan indiscriminadamente presupuesto en propaganda electoral y que serán elegidos para, supuestamente, procurar y administrar los cuartos del modo más eficiente posible para el pueblo y sus habitantes.

Tal vez sea buen momento para recortar en gastos y publicitarse de otro modo más austero y, a la larga, más beneficioso para todos.