La escuela municipal de cocina Ciudad de Plasencia estará siempre indisolublemente unida a Jesús Fragua. Porque él transformó lo que era un almacén de la brigada de obras, con «chatarra, camiones» y sin ningún servicio, en unas instalaciones que son un calco de las de «un hotel o un restaurante de calidad». Todo para que los alumnos, que «vienen a formarse como profesionales», se sintieran en un entorno profesional. Pero después de 22 años al frente y con casi 63, Fragua le dice adiós, se jubila y este próximo miércoles será su último día en la escuela.

Fue en junio de 1997, con José Luis Díaz de alcalde y Paco Gil como concejal de Turismo, cuando logró su plaza como director. Nadie más se presentó para el puesto y no habrían podido competir con un currículo que Fragua empezó a forjar desde los 14 años. Porque, aunque nació en un municipio de Ávila, «no se me ponía nada por delante. He trabajado como una bestia y me iba donde tuviera que irme con tal de que pudiera seguir mejorando».

Y es lo que hizo, en hoteles, restaurantes... Después de inaugurar un restaurante en Cáceres, le llamaron del hotel Alfonso VIII gracias al contacto de la Cofradía Extremeña de Gastronomía. Y cuando trabajaba en el Hotel Meliá Palacio de los Velada de Ávila recibió la oferta que cambiaría su vida nómada por un destino que ya es su casa.

En Plasencia, en las instalaciones con vistas a la plaza de la Cruz Dorada y el parque de La Isla, creó una escuela «a mi imagen y semejanza», profesional, como la que tenía en San Sebastián Luis Irízar, con el que había trabajado y que respaldó el proyecto en sus inicios para después, a los tres años, dejar «que hiciéramos el camino».

Así lo hizo, junto a Juan Antonio Aznal y María Teresa Mora, sin los que «no se habría podido hacer el trabajo. Cada uno ha puesto su granito de arena».

Del primer año, recuerda que «había mucha demanda» y ningún alumno dejó las clases. La escuela imparte un curso de dos años y el número de alumnos ha oscilado siempre entre 15 y 22. Lo que sucede es que no todos los que empiezan terminan la formación porque esta escuela no solo enseña a cocinar sino a ser «un buen profesional, a tener una buena base para estar en una cocina profesional sin problemas». Y para eso hacen falta «un montón de características: actitud, dedicación, autodisciplina, orden, limpieza...»

Por eso a sus alumnos se los rifan. Un ejemplo, Jesús cuenta que un empresario de La Rioja lleva yendo cada año a la escuela desde que abrió en busca de alumnos. Este año se ha llevado a dos y «algunos se han asentado allí y han abierto sus propios establecimientos».

Como un buen padre, está orgulloso de ellos. «Yo tenía claro lo que venía a hacer, que era aprender de Extremadura y poner mis conocimientos al servicio de los alumnos y me voy muy satisfecho, de que me digan que han visto a alumnos míos trabajando fuera y que les valoren como buenos profesionales. Los que han hecho que la escuela tenga el prestigio que tiene son ellos».

Se va con emoción porque «han sido muchos años y recordaré siempre lo que he vivido». Pero también con ilusión porque va a hacer «lo que no he hecho cuando estaba trabajando, disfrutar de mi familia». Subraya que, «si no hubiera sido por mi mujer, no hubiera hecho nada. Ella siempre me ha apoyado» y su intención ahora es intentar ayudar a sus tres hijos «en todo lo que pueda».