Fue una de las grandes mujeres de Plasencia y, de hecho, a Isabel la Cabrera y otras vecinas de la calle Ancha les debe la ciudad el título de Muy benéfica. Porque ellas socorrieron a quien nadie quería, a los soldados que llegaban repatriados de la guerra de Cuba, hacinados en trenes y sin estación en la que parar porque «la gente tenía temor a las enfermedades tropicales que pudieran estar sufriendo».

Lo afirma una de sus bisnietas, Mari Paz González, que ayer participó, junto a seis de los ocho nietos vivos y unos 120 bisnietos en un acto de homenaje que sirvió para recordar a la mujer que era y la gesta que protagonizó.

González destaca que ha sido la primera vez que la mayoría de sus descendientes vivos se reúnen y la idea surgió porque «a dos de los nietos vivos les hacía ilusión un último homenaje, último para ellos, porque ya son mayores».

Pero su bisnieta destaca que son precisamente ellos, los nietos, la «memoria viva de una gran mujer» que vivió hasta los 88 años y tuvo 9 hijos. «Aunque los nietos eran pequeños entonces, todavía tienen recuerdos». Se los han transmitido a sus bisnietos y ayer, pudieron también ponerlos en común, con mucha emoción, en el acto que celebraron en el centro de Las Claras, cedido por el ayuntamiento. La concejala de Cultura, Marisa Bermejo, acudió para representar al gobierno municipal.

Fue un homenaje sencillo, en el que los seis nietos asistentes recibieron un obsequio y todos pudieron ver una presentación con imágenes y documentos de los homenajes que ha recibido Isabel la Cabrera, las revistas que se han editado sobre ella, fotografías antiguas de su vida y de la ciudad de Plasencia «que nos ha cedido el ayuntamiento».

Su labor de acogida con los repatriados la recordará su familia, pero también la recuerda Plasencia, gracias a una placa colocada por el ayuntamiento en la calle Ancha y una fuente en la plaza de Santa Ana, de homenaje a todas las mujeres que demostraron entonces su valentía. «Les llevaron cocidos, vendas hechas con sábanas que trocearon y todo lo que pensaron que podían necesitar. Era 1898 y ya tenía ocho hijos, pasión por ayudar a esos jóvenes y mucho coraje».