Casi todos recordamos el instante en que alguien nos enseñó a juntar la m con la a para decir ma y al repetirlo fuimos capaces de leer nuestra primera palabra, tal vez también la primera pronunciada, inconscientes de este trascendental hecho vital que sembraría una semilla y su necesidad de alimentarla, sólo saciada con más lecturas y conocimiento. Afortunados quienes desde pequeños dispusieron de una biblioteca.

Qué seríamos sin libros, su olor, su compañía, su refugio, su magia,... Cargados de chispas que prenden llamas y nos convierten en fueguitos. Porque ya se sabe, somos los libros que hemos leído, pero sobre todo, los que hemos releído.

Desde los primeros cómics de Esther y su mundo (Purita Campos, 1981) o el primer poema en clase de lengua que me descubrió a Bécquer a través de sus Rimas LIII y VII, obligatoriamente memorizadas para recordarlas aún hoy; pasando por el que decides no terminar cuando comprendes que una vida no será suficiente para leer todo lo escrito y la culpa pesa menos; hasta que llega ese para quedarse, al que regresas, nunca te cansa y cada vez que lo lees adviertes un sutil matiz diferente e imperceptible hasta entonces, que te ofrece una nueva perspectiva y te hace amarlo aún más si cabe, convirtiéndose en tu favorito, en, como diría E. Hemingway, el amigo más leal.

Sentir esa incertidumbre del inicio, la intriga o el ansia de más a la mitad y la inefable mezcla de tristeza y felicidad al final, cuando, mirando al infinito te detienes a saborearlo en un intento de guardarlo dentro de ti y no perderlo jamás.

Esta semana cuando se celebra el aniversario de la muerte de nuestro universal Miguel de Cervantes, la vida trata de recuperar la añorada normalidad perdida y en Plasencia lo hace con la reanudación de la actividad del Aula de Literatura Gabriel y Galán, quien ha visitado la Biblioteca Municipal José Antonio García Blázquez y expuesto sus más importantes obras, acompañadas de la proyección del documental sobre su vida, realizado por la Asociación Cultural 24 Fotogramas.

Ojalá cada día aprovechemos la oportunidad de escapar un ratito de este mundo cuya realidad supera cualquier ficción, por aquellos quemados y por quienes alguna vez les prohibieron leer. Porque como escribió R. Bradbury en Fahrenheit 451 (1963): “Hay peores cosas que quemar libros, una de ellas es no leerlos”, así que leed.