No es un misionero como los que estamos acostumbrados a escuchar. No ha ejercido en países del Tercer Mundo, como África o Hispanoamérica, pero subraya que su misión se ha desarrollado «en tierra hostil, en terreno pedregoso».

A la República Democrática Alemana, a Berlín, llegó Fernando Díez Mateos cuando tenía 19 años para entrar en el seminario. Era miembro del Camino Neocatecumenal y tenía muy claro que quería ser misionero.

Afirma que lo llevaba en su «leche materna». No obstante, empezó a estudiar Farmacia, tenía novia «y planes, pero es Cristo, el misterio de la vocación», que define como «una experiencia interna de fe».

Lo dejó todo para marcharse a Berlín y ejercer como misionero, en el sentido de «no convencer al otro, sino ofrecer, dar a conocer a Cristo, que es lo mejor que me ha pasado en la vida».

Y en Alemania se topó con «el comunismo, el ateísmo, la deshumanización. Hay mucha gente sola». No se encontró con grandes problemas económicos, al contrario y tampoco cree que se trate de «un problema religioso, sino de la persona, el comunismo te quita el alma».

Como datos, señala que, en la archidiócesis de Berlín, solo hay un 8% de católicos y un 75% de no bautizados. Por eso, por el tipo de población con el que ha tenido que trabajar, señala que nunca ha sido «un cura a la vieja usanza».

«Igual que los padres educan a sus hijos de corazón a corazón lo hace el cura. Hablas con ellos y funciona solo"

No ha tratado de convencer al ateo. De hecho, no le gusta esa palabra y prefiere la de «sembrar». Pero además, no le preocupan «los números», si ha conseguido recoger los frutos de la siembra en muchas o pocas personas, porque afirma: «Mi misión es sembrar, no recoger».

Y para sembrar utiliza el diálogo. «Igual que los padres educan a sus hijos de corazón a corazón lo hace el cura. Hablas con ellos y funciona solo porque somos atraídos por el bien, lo bueno, la belleza».

Aún así, matiza que la fe «es un convencimiento interno y no es fanático» y explica que, cuando se sienta con alguien, no trata de imponer a Dios. «Yo le digo que yo le puedo convencer a él y él a mí y si él me convence, me voy con él».

Misionero en la calle

Aún nadie lo ha hecho y, tras 26 años fuera de la ciudad en la que nació, ha vuelto a su parroquia, la de Santa Elena, con una idea clara: «Ver cómo podemos revitalizar la fe y eso significa revitalizar a la persona, partir de dentro hacia fuera».

Tiene claro que lo va a hacer en la calle porque «nunca me he encerrado en una iglesia» y lo que siempre se pregunta es «cómo puedo ayudar a la persona».

Como cura joven, quiere modernizar y «rejuvenecer la Iglesia» y quiere hacerlo a través de las redes sociales, con vídeos y un espacio donde «la gente pregunte a la Iglesia». Todo con ayuda de los laicos porque considera que tienen una «corresponsabilidad». Su misión continúa en casa y es «tender la mano y, el que quiera, que la coja».