A Purificación Galán Manrique no le gusta vanagloriarse, al contrario. Le da «apuro» salir en el periódico y que la sociedad se entere de que esta placentina ha pasado más de 21 años de su vida ayudando a los demás y todo gracias a una máquina de coser. Con 92 años, aún lo sigue haciendo, ahora desde casa porque debido a la pandemia no ha podido volver al lugar donde la quieren tanto que no la dejan «jubilarse», sobre todo, sus compañeras de la sala de costura del hogar de Nazaret.

Forma parte de su grupo de voluntarios desde que estaba ubicado en la calle Trujillo. Cuando se quedó viuda y sus cinco hijos fueron mayores e independientes, decidió que «quería hacer algo por alguna persona» y empezó planchando.

Era a lo que se había dedicado desde que, con 15 años, se marchó a Madrid a formarse en una academia gracias a la ayuda de dos hermanas y con el objetivo de ayudar a sus padres económicamente en casa. A partir de entonces, estuvo ocho años en Plasencia planchando para particulares. 

«Entonces había que almidonar mucho y almidonábamos los cuellos, las enaguas», explica. Cuando más trabajo tenía era en la época de las comuniones y el Corpus Christi. Recuerda que, en esas temporadas, cobraba hasta 60 pesetas al mes.

Pero, cuando se casó, lo dejó. Años después, llegó la costura. Nunca se formó para ello, pero siempre se le ha dado bien. Ha sido la costurera de la familia, arreglando pantalones, botones y todo lo que necesitaran sus hijos y ahora sus nietos y yernos. 

Planchando en la calle Trujillo estuvo un año «porque se me hinchaban los pies», pero decidió pasarse a la costura. Cuando construyeron el edificio del hogar de Nazaret en Donantes de Sangre, se marchó con ellos y allí les habilitaron una habitación, a ella y otras seis costureras a las que aprecia y la aprecian como si fueran familia. «Les digo que quiero jubilarme, pero no me dejan, me dicen que vienen a por mí».

En el hogar hacen «de todo», desde arreglar la ropa para los residentes (pantalones, cuellos, puños, ojales) hasta adaptar las sábanas o arreglar cortinas. 

Llegó el confinamiento

Antes de la pandemia, iban un día a la semana, los miércoles, «desde las nueve y media o las diez, hasta la una o una y cuarto». Pero llegó el confinamiento y el servicio se clausuró. Por seguridad, todavía no se ha retomado y no ha podido volver al hogar, donde también, antes de coser, se pasaba a ver a los mayores y hablaba con ellos, les preguntaba cómo estaban. «Al principio, eran pocos y en los Reyes nos juntábamos, poníamos un fondo y les comprábamos algún detalle». Se le pone la carne de gallina cuando lo recuerda.

Pero el covid no la ha frenado porque, a través de la presidenta de las amas de casa, conoció que también podía ayudar cosiendo vestidos para niñas del Tercer Mundo. Empezó y continúa, desde casa, con su máquina de coser. «Me traen las telas para hacer los vestidos y los hago».

Pese a su edad, conserva la vista. «Me defiendo bien», afirma y lo que tiene claro es que lo que quiere es «ayudar en lo que puedo a quien lo necesite, aunque no pueda hacer tanto como quisiera». Por sus años de ayuda, recibió un homenaje en los últimos Premios Regionales al Voluntariado Social.