Está de moda. A 870 metros de altitud y 44 del suelo, el nuevo mirador artificial de cristal y metal, en el paraje natural Cerro del Búho (o del Castillo), de la localidad de Cabezabellosa, se ha convertido en centro de atención de visitantes autóctonos y foráneos, que desean disfrutar de las vistas que ofrece de, prácticamente, todo el norte cacereño y, en días claros, hasta de la Sierra de Francia, Portugal y limítrofes y ello, gracias a la promoción turística y divulgación que se viene llevando a cabo en medios de comunicación y redes sociales.

Sin duda, la mercadotecnia ha surtido efecto. Por esto, me planteo si la creación de esta estructura era necesaria para lograr el objetivo que, al fin y al cabo, venía y viene siendo: atraer turismo a la zona. Quiero decir, el mirador natural ya existía, además de contar con el reconocimiento del entorno por la Junta de Extremadura como: Lugar de Importancia Comunitaria (L.I.C.) y las vistas también y seguirán estando allí, si nadie lo impide. Quizá lo único necesario era promocionar lo que ya está y es y tiene el gran valor propio que la madre naturaleza le ha otorgado y que, si supiéramos alcanzar a apreciar por sí mismo, sólo hubiera precisado darse a conocer, divulgarlo y mantenerlo, así como los accesos a él, por encima de otros añadidos que, tal vez confundidos, o con la visión distorsionada hizo considerar lo existente, insuficiente. Pues pareciera que seguimos cargándonos la naturaleza intentado conservarla.

En mi corta o larga edad (según se mire) vengo observando cómo, poco a poco, este maravilloso medio natural nuestro enclavado en el norte de Cáceres ha ido transformándose o, más bien, debiera de decir, hemos ido transformándolo y no precisamente siempre a mejor. Lo sabemos quienes tenemos el lujo de vivir aquí, pero también quienes lo descubren por primera vez y aquellos que regresan después porque, sin duda, merece la pena.

Tras una década dedicada al turismo y varios años como corresponsal de este diario para las comarcas del norte he sido testigo cercana y partícipe del cambio, en ambos sentidos (crecimiento y deterioro) en determinados lugares masificados, cuya descontrolada afluencia de turistas y escasez o, en demasiadas ocasiones, hasta nulo civismo, han perjudicado casi tanto como beneficiado nuestro paraíso.

Tal vez lo verdaderamente necesario sea construir miradores hacia el interior de las personas, que procuren otro enfoque o perspectiva y mejores vistas de lo que la naturaleza ya nos regala, sin más.

Evolución no ha de ser sinónimo imperativo de destrucción o transformación, sino más bien de aceptación y sana coexistencia.