De la mano, así llegan las altas temperaturas y los incendios.
Sin duda, la climatología es el principal factor de riesgo para que se den las condiciones adecuadas o las consideradas extremas por algunos expertos, como la combinación 30-30-30: 30 o más grados de temperatura, menos de un 30% de humedad del ambiente y más de 30 nudos de velocidad del viento, para que se produzca un incendio forestal. Este binomio indisoluble que, como un Ouroboros, ese pez que se muerde la cola, no es sin el otro, pues el cambio climático aumenta las posibilidades de fuego y el fuego provoca el cambio climático. Difícil solución para esta ecuación.
En las últimas semanas ya han tenido lugar algunos en la zona norte de la provincia cacereña, como el del Valle del Jerte en la garganta de Los Hoyos, que se ha mantenido activo más de dos días, seguido de otro en la Reserva Natural de la Garganta de Los Infiernos, frente a la Garganta Beceda.
Y aunque es cierto que muchos se producen por motivos naturales, como los rayos que pueden producirse en una tormenta eléctrica, en la mayoría de los casos, la causa es antrópica.
Año tras año repetimos acciones que pueden provocarlos, a pesar de las precauciones llevadas a cabo por equipo forestales de prevención, como la adoptada por la Junta de Extremadura de adelantar al 23 de mayo el inicio de la época de peligro alto de incendios en la región y que muchos ya se han saltado, bien por desconocimiento, como personas mayores que no disponen de dispositivos móviles donde recibir un bando móvil, u otros motivos, sin duda la responsabilidad civil individual es el mejor arma, tanto para prevenirlos, como para sofocarlos una vez iniciados.
El cada vez mayor abandono de fincas rústicas y/o solares urbanos aumenta este riesgo. Parcelas cuya propiedad pasa a varios herederos quienes, bien avenidos, las cuidan y disfrutan conjunta e indistintamente, pero, si no es el caso, a medida que los propietarios van haciéndose mayores y los conflictos familiares por desavenencias impiden poder hacerse cargo, terminan en desidia y abandono, convirtiéndose en un verdadero peligro, más en esta época.
Es cierto que siempre los ha habido y continúa habiéndolos, pero las circunstancias han cambiado tanto a peor que, me pregunto si se están utilizando todas las medidas a nuestro alcance para evitarlos, cuando la queja de los pocos ganaderos serranos que quedan: pastores de cabras, vacas y ovejas, es generalizada y su único sentimiento es de impotencia ante la burocracia que han de cumplir, que impide que sus animales, de toda la vida considerados los mejores bomberos forestales, pasten en lugares donde antes lo hacían y hoy les están vedados.
Creo que recuperar, de forma ordenada, algunas tradiciones sabias de nuestros ancestros, contribuiría a que la situación mejorara y redundara en beneficios para todos.