Fin de curso. Las emociones, tanto positivas como negativas, están a flor de piel para adultos y niños.

Para unos, la carga lectiva de última hora agobia y aún no ha terminado. Entrega de notas, gestión de becas y solicitudes de matrículas o traslados a otros centros con vista al, no tan lejano, último cuatrimestre del año, es su pan de estos días. El abrumador presente va dejando atrás los sinsabores vividos y limpia el recuerdo quedándose sólo con lo bueno, a lo que también ayuda la perspectiva vacacional más larga del año que, cada quien podrá aprovechar altruista o egoístamente, según el caso.

Algunos, como los padres de los niños del C.R.A. (Colegio Rural Agrupado) de Educación Infantil y Primaria Tras la Sierra, sin embargo, están dedicando todas sus energías para luchar contra los recortes previstos por la Consejería de Educación, Ciencia y Tecnología de la Junta de Extremadura, que pretenden ser una realidad para la futura educación de sus hijos y hacerse efectivos el próximo curso, cambiando por completo su ya precaria situación actual y poniendo en peligro su derecho a una educación igual para todos.

Algo que esperan tengan en cuenta, ahora que quedan más cerca las elecciones, conscientes de que uno de las objetivos de cualquier partido político regional que se precie lleva en sus propuestas electorales es el propósito de fijar población en estas desfavorecidas zonas rurales; mal endémico arraigado por la escasa natalidad mundial, mucho más agravada aquí, que les obliga a reagruparse y trasladarse a diario a otros pueblos vecinos, para recibir su derecho a la educación obligatoria de calidad.

Por suerte para todos, el fin de la escuela es el comienzo de las ludotecas. Esos espacios de ocio y crecimiento infantil creados en la década de los sesenta, son un soplo de aire fresco al cumplir una encomiable función social, cuyo fin es hacer más llevadera la conciliación familiar, demasiadas veces inexistente o con carencias significativas  y, casi siempre, apoyada por la inestimable ayuda de esos benditos abuelos que qué no harían por amor a sus hijos y, sobre todo, a sus nietos.

Necesarias son las inversiones en estas zonas más desamparadas donde especialmente, las ayudas deberían de no faltar y fijarse programas capaces de abarcar diversas funciones: comunitaria, socioeconómica y educativa, al menos, mientras los trabajos de los padres, a veces de sol a sol y el cuidado de los infantes, resulte más complicado y ello pueda condicionar negativamente su infancia plena.

Paliar esta defectuosa relación es lo que tratan de hacer estos lugares pedagógicos específicos, cuya función se debe de centrar, entre otras, en ofrecer a los pequeños material lúdico que estimule el placer por el juego. Un equilibrio difícil de lograr dados los escasos recursos disponibles en ocasiones, donde las previsiones se convierten en premisa imprescindible para su buen funcionamiento y alcanzar su principal objetivo: qué los niños se diviertan y crezcan sanamente.