En esto también somos privilegiados. La escasa contaminación lumínica que ofrece nuestro vasto territorio, con núcleos urbanos reducidos y dispersos por las comarcas procuran que nuestras zonas rurales se conviertan en verdaderos paraísos estelares que disfrutar también de noche, lo que favorece el aumento de pernoctaciones, sobre todo en temporada alta, con ocasión de la llegada de eventos como la reciente lluvia de Perseidas o Lágrimas de San Lorenzo.

Para certificar oficialmente lo que quienes tenemos la enorme fortuna de vivir aquí de sobra sabemos, se acaba de presentar la segunda edición de AstroCáceres que, del diecinueve de agosto al dos de octubre, pretende mostrar la riqueza de nuestros cielos y su observación. Y que cuenta con una Guía Didáctica de Astroturismo, también digitalizada, que ofrece un visor geoespacial específico de Astroturismo, para desgranar el firmamento observable a simple vista, con telescopios o mapas estelares situados en numerosos miradores celestes, como los que están a disposición del público en general el Centro de Innovación deportiva El Anillo, de Granadilla, el de la Ciudad Romana de Cáparra, el Corral de los Lobos de La Garganta, el de Perales del Puerto, en Sierra de Gata o el del pueblo situado “ A ras del cielo” y techo de Extremadura: Piornal. Todos ellos, lugares donde se llevarán a cabo actividades a tal fin.

Y es que esa primera vez que, delante de tus narices, ves una brillante estrella fugaz atravesando la oscura noche iluminándola con su haz de luz, es inevitable soltar un exclamativo ¡hala! de asombro e, inmediatamente después, pedir un deseo o decir a quien nos acompañe que lo pida si también ha podido disfrutar del efímero espectáculo, especialmente si se trata de un niño o alguien que no haya tenido la suerte de presenciarlo hasta ese momento.

Puede que quienes no son tan privilegiados necesiten ser guiados para conocer nuestros magníficos cielos, sin embargo, en los pueblos, por regla general, hemos recibido este conocimiento por transmisión heredada de nuestros ancestros, a quienes les ha tocado dormir más de una noche al

raso, no por elección, sino por necesidad, cuidando bestias, pastoreando o trasladando ganado y que, sin brújula alguna y en la más absoluta negrura, sabían perfectamente hacia dónde dirigirse para llegar a su destino. No serán expertos, pero sin duda son sabios.

Así que, si no queremos que esto también desaparezca en esta generación, procuremos compartirlo con los más pequeños de la casa, aprovechando la tregua que el calor nos da durante la noche, para regalarles la oportunidad de descubrir otro de los tesoros de esta rica tierra.