Lo habréis notado, estoy segura, la cesta de la compra no para de subir. Estas últimas semanas especialmente y eso que aún falta un mes para Navidad.

Como siempre, los básicos, esos imprescindibles en cualquier hogar, como el aceite, las hortalizas o los huevos, han disparado su precio de forma escandalosa.

La reducida bajada de la electricidad y de la bombona de butano no compensa el elevado coste del gasoil, (incluso con la rebaja) y el encarecimiento de los productos de primera necesidad, ni de lejos. Lo único que alivia un poco la carga es consumir productos de temporada y, algo más, si son de cosecha propia, privilegio de unos pocos afortunados con tierras de cultivo que practican la agricultura de subsistencia. Porque ser una comunidad autónoma productora, no garantiza precios más bajos, como venimos comprobando.

Si, como hasta ahora, la densidad de población en las zonas rurales lleva descendiendo desde la primera gran industrialización, que inició un masivo éxodo a las ciudades en busca de trabajo y mejor calidad de vida; que continúa a día de hoy, siendo nuestra provincia la más castigada por el descenso de la natalidad, no es de extrañar que, como todo en esta vida, más pronto que tarde, el retorno al campo será un hecho. Nada lejano, pues ya se está produciendo en algunas regiones, por familias incapaces de sostener el ritmo de vida que exigen las grandes ciudades, que hallan en los pueblos un lugar mejor para vivir y ventajas imposibles de conseguir de donde vienen y que, a pesar de los inconvenientes, los superan con creces y merecen la pena. 

Llegados a este necesario punto y momento del año, me pregunto si, como sociedad, podemos permitirnos el lujo de frivolidades propias de países desarrollados, en los que se presuponen cubiertas las necesidades básicas de sus ciudadanos y precisamente ahora que nuestros índices de pobreza han aumentado, como el gasto en electricidad que generarán las luces navideñas, supuestamente incitadoras al consumo y estimulantes de la economía, cuando hay tantas personas a nuestro alrededor, seguramente más cerca de lo que pensamos, no hace falta irnos muy lejos, que están pasando frío ya y cuyas próximas fiestas no se presentan muy halagüeñas, pues su pobreza no es sólo energética y, llegar a fin de mes, casi parece más a un milagro que otra cosa.   

Ayuntamientos como el placentino intentan ahorrar en este gasto, reduciendo su horario de encendido. Positiva medida que no cambiará mucho la situación de los más desfavorecidos, pero que espero beneficie a todos del modo que sea.