ESTE DOMINGO

Misa en la catedral de Plasencia y procesión de 'La Borriquita'

La eucaristía será a las doce y el desfile, tras la bendición de los ramos

'La Borriquita' saldrá de la catedral de Plasencia este domingo.

'La Borriquita' saldrá de la catedral de Plasencia este domingo. / TONI GUDIEL

Raquel Rodríguez Muñoz

Raquel Rodríguez Muñoz

Este domingo, a mediodía, en la catedral, tendrá lugar la tradicional eucaristía del Domingo de Ramos en Plasencia, que estará presidida por el obispo, Ernesto Brotóns.

Tras la celebración y la bendición de los ramos, saldrá en procesión Nuestro Señor Jesucristo en su Entrada Triunfal en Jerusalén, procesión conocida como La Borriquita.

Será pasada la una de la tarde y saldrá a la plaza de la catedral para recorrer la calle Santa Clara, el rincón de San Esteban, plaza Mayor, pasando por delante del ayuntamiento, calle Zapatería, plaza de San Nicolás e iglesia de Santo Domingo. Será el primer desfile de Semana Santa.

Horarios de actos en la catedral placentina por Semana Santa

Por otro lado, el Obispado ha informado de los horarios especiales por la Semana Santa en la catedral, con la celebración del Triduo a Nuestro Padre Jesús Nazareno, del 31 de marzo al 2 de abril (20.15 horas); la bendición de ramos y la eucaristía del Domingo de Ramos, el 2 de abril (12.00); la Misa Crismal del Miércoles Santo (12.00); la misa In Coena Domini del Jueves Santo (19.00); la celebración de la Pasión el Viernes Santo (19.00); la vigilia Pascual del sábado (23.30)y la misa de Resurrección (12.00), el domingo día 9. Muchos de estos actos estarán presididos por el obispo, Ernesto Brotóns.

Pregón de la Semana Santa, por Ernesto Brotóns

Queridos hermanos y hermanas de esta Iglesia de Plasencia. Entramos ya en la Semana Santa, días de fe y de emoción intensa. Es grande el misterio que celebramos: la entrega de Jesús por todos nosotros, hasta el don total de sí mismo en la cruz, y su gloriosa resurrección. Y todo por amor, solo por amor.

En la cruz, ciertamente, contemplamos hasta dónde es capaz de llegar la crueldad humana y el pecado, pero también hasta dónde llega el amor y la misericordia de Dios. No hay amor más grande que dar la vida por aquellos a quienes se ama, nos dirá Jesús (cf. Jn 15,13); y su amor no conoció límites. En la muerte y resurrección de Jesús, Dios se revela definitivamente como el Dios del «tanto amó» (Jn 3,16). Mientras en la tarde de aquel primer viernes santo los judíos sacrificaban en el Templo los corderos para conmover a Dios, Dios se estaba sacrificando a sí mismo para conmover, reconciliar y salvar al hombre.

En la cruz, contemplamos hoy el dolor de todos los crucificados de la historia y el amor de aquellos que, conducidos por el mismo Espíritu de Jesús, se entregan día tras día por los demás. Sobre sus hombros, el Nazareno carga con nuestro pecado y nuestra debilidad, con nuestro sufrimiento y dolor. Siervo de Dios, servidor nuestro, se convierte ahora en nuestro Cireneo, enjuga nuestras lágrimas, y nos invita a hacer lo mismo con nuestros hermanos más pequeños.

Resucitado, el Señor se convierte en la fuente y en la raíz de todo consuelo y esperanza. Ya no hay lugar donde Cristo no haya descendido y vencido. Nada hay, pues, que temer cuando la vida golpea. Ni el dolor, ni la injusticia, ni el pecado, ni la muerte tienen la última palabra. Esta le pertenece a Dios, nuestra vida y destino.

El misterio pascual por tanto, nos revela, como decía, quién es Dios y quiénes somos nosotros, sus hijos amados, mostrándonos el sentido y secreto de nuestra existencia: la vida es don y está llamada a darse. Somos más cuanto más nos damos a los demás. La humanidad se construye no desde el poder que oprime, sino desde el amor que se hace día tras día servicio y entrega. Solo así es posible construir un mundo más humano, justo y fraterno.

Queridos hermanos. Os invito a vivir esta semana santa con todo el corazón y el alma. No nos acostumbremos a ella, a pesar de celebrarla año tras año. Amados sin medida, os invito, en primer lugar, a balbucear en estos días un íntimo y confiado «gracias, Señor». Que sean días de oración, personal y comunitaria, participando en las grandes celebraciones litúrgicas del triduo, especialmente en la Vigilia Pascual; que sean días de adoración, en lo recóndito del hogar, ante el Monumento, ante la Cruz; días de encuentro fraterno, de caridad y solidaridad, contemplando también el rostro del Señor («Ecce Homo») en el cuerpo llagado de nuestros hermanos que sufren. Quiero, al respecto, transmitir mi especial cercanía a los ancianos y enfermos, en casa o en los hospitales, y a sus cuidadores, y a todos, los que, por razones graves, no puedan salir de casa. Os invito a uniros espiritualmente a la celebración de estos días y a vivir, en la medida en que podáis, intensamente este tiempo, ya sea orando un poquito, leyendo la Palabra de Dios o participando, si os es posible, en las celebraciones a través de los medios de comunicación. Comprendéis mejor que nadie la Pasión del Señor. Él está a vuestro lado. Y une vuestro dolor al suyo.

Gracias, de verdad y de corazón, a cuantos en cada una de nuestras parroquias y comunidades dedicáis vuestro tiempo y esfuerzo a preparar con cariño, y cuidando todo detalle, las distintas celebraciones y actos de estos días santos, y a todos los hermanos de nuestras cofradías y hermandades, que sacáis a nuestras calles este gran misterio de amor.

Vivimos esta Semana Santa en pleno Jubileo mariano bajo la atenta mirada de nuestra Madre, Nuestra Señora del Puerto, a la que también invocamos con muchas otras advocaciones entrañables a lo largo y ancho de nuestra diócesis. Que Ella que estuvo firme al pie de la cruz y esperó confiada la victoria de Cristo sobre la muerte, nos acompañe siempre con su ejemplo y amor maternal. Feliz Semana Santa a todos.

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