Contra de sexta

Refugiados

Rosa María Garzón Íñigo

Al escuchar esta palabra nos retrotraemos a algo que poco tiene que ver con nosotros, lejano, de alguna guerra o frontera difuminada a través de la pantalla de televisión, que apenas perturba nuestro confort en el sofá de casa.

Sin embargo, estos seres que no tienen hogar ni dónde caerse muertos, un plato de comida o un techo que les proteja están más cerca de lo que pensamos. Puede que no sean humanos, pero tienen más humanidad que muchos de nuestra especie. Se trata de los perros de El Refugio de Plasencia, un lugar con treinta años de existencia y en cuya fachada puede leerse: ¡adoptar es salvar una vida!

Casi cien ejemplares, separados por caracteres y secuelas de traumas vividos, están refugiados en este diminuto espacio que escasamente les permite esparcirse como merecen y sería conveniente. Aquí se les ofrece una segunda oportunidad gracias a Mª Salud y Toñi, ángeles entregados en cuerpo y alma a sus cuidados y necesidades: limpiar, alimentar, curar, pasear, acompañar y procurar hacerles la vida más llevadera y agradable, en la medida de lo posible, que no es para tirar cohetes, pero es suficiente.

Sostenido con una subvención del ayuntamiento placentino que, apenas cubre los gastos del sueldo del cuidador y algo de pienso, aparte de unas pocas aportaciones particulares, son necesarias muchas más ayudas para cubrir las carencias que padecen estos entrañables animales. Y gracias a las adopciones que vienen llevando a cabo, en su mayoría internacionales, que suponen un setenta por ciento del total y resultan mejores, dada la marcada diferencia sobre el respeto mostrado hacia ellos, proporcional al valor otorgado fuera de nuestro territorio, las que procuran que este lugar salga adelante, como pueden.

Para llevarlas a cabo es requisito imprescindible rellenar un cuestionario muy exigente y también una entrevista personal, que ayudará a vislumbrar si la familia adoptante reúne las características oportunas para atender como es debido a estos peludos, que empieza en la acogida y continúa  con un seguimiento sobre la situación del animal.

Altamente necesitados, sobre todo de cariño, el hecho de abrir las jaulas se convierte en un momento festivo y su acercamiento a los visitantes en un intercambio de muestras de afecto con todo su cuerpo, a cambio de caricias y, si es posible, un paseo campestre que les aleje por unos minutos del lugar donde pasan tantas horas encerrados.

Aunque las leyes cada día mejoran para otorgarles una óptima calidad de vida y reconocimiento, aún queda muchísimo trabajo por hacer para concienciar de la responsabilidad de cuidar o abandonar un ser vivo. Por eso, si no puedes adoptar, tal vez puedas comprar pienso, medicinas…