El Periódico Extremadura

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CASO DE UN MENOR

Adicción a videojuegos en Plasencia: “Mi hijo dejó de comer, de asearse, perdió la noción del tiempo”

Una madre cuyo hijo ha estado dos años en terapia recomienda «poner límites y pedir ayuda»

Ajer cuenta ya con un grupo de menores y recibe consultas por hijos de 8 y 9 años

Niños jugando con videojuegos, que ha provocado un caso de adicción tratado en Plasencia. EFE

Antes del covid, en la Asociación de Jugadores en Rehabilitación Ajer de Plasencia no había ningún grupo de menores con adicción, ahora sí lo hay. Les llegan consultas de padres con hijos de 8 y 9 años. El preventólogo de Ajer, Sergio Redondo, cree necesaria una «llamada de atención a los padres» y tiene claro que, para evitar adicciones o un mal uso del móvil, como ha sucedido en el caso de Almendralejo, son necesarios «límites y supervisión» porque las consecuencias pueden ser, no solo penales, sino de salud mental.

Uno de los casos más extremos que ha tratado Ajer es el de un menor que empezó a engancharse a los videojuegos con 13/14 años. Su madre, que incluso ha grabado su testimonio y Ajer lo utiliza en las charlas a padres, recuerda que, por la comunión, «le regalaron una Nintendo, le gustaba mucho y pasaba horas jugando».

Esta madre, que prefiere permanecer en la intimidad, reconoce que, en las adicciones a juegos, internet o al móvil de los hijos, «los culpables somos los padres por no poner límites, que hay que ponerlos».

«Poco a poco, fue jugando más horas. Era de los mejores y en el videojuego estaba en su zona de confort, era el rey. Se sentía tan bien que no quería ir a la vida real». Afirma que todo empeoró a raíz del covid y el confinamiento. «Fue horrible, todo era telemático y se pasaba el día jugando».

Ella llegó a quitarle el móvil y el ordenador y él «nos los quitaba a nosotros, no hacía caso a nadie, se volvió agresivo y se enfrentaba a mí. A veces estaba tres días fenomenal y, cuando conseguía el móvil, empezaba otra vez».

La situación llegó a un punto en el que su hijo dejó de ir al instituto y «dejó de comer, de asearse, perdió la noción del tiempo. Jugaba toda la noche y ya no podía levantarse por las mañanas, se encerraba en su habitación».

La familia intentó pararlo, e incluso le arrancó la puerta de la habitación, pero «ponía armarios, mesillas...» Para que fuera a clase, hasta le llevó «arrastras al autobús», pero tuvo que contactar con el centro porque dejó de ir definitivamente. «Hablé con la médica porque comía una vez cada dos días, estaba blanco. Yo me pasaba todo el día llorando de la impotencia, la rabia y el miedo, no sabíamos qué hacer y tenía miedo, me preguntaba: cómo ayudo a mi hijo, que le estoy perdiendo».

«Me dejo morir»

Terminó por dar de baja su móvil y quitarle definitivamente el ordenador y la consola, pero la actitud de su hijo fue la de «me dejo morir. No le importaba nada y estaba echado en la cama día y noche, sin comer».

Por eso, al final, tuvo que llamar a la Guardia Civil, que le trasladó "a la unidad de psiquiatría del hospital Virgen del Puerto". «Le pusieron aparte de los adultos, le hicieron pruebas e iba a estar dos o tres días porque me dijeron que no tenía ninguna enfermedad mental, pero al final le dejaron un mes. La médica me dijo que, si no veía que comía, no le podía soltar. Qué dolor tan grande fue para una madre tener que llamar a la Guardia Civil, pero no veía otra salida. Mi hijo me dijo que no me quería volver a ver en su vida».

En un momento dado, conoció a la Asociación Ajer y contactó con ellos, que le ofrecieron terapia para su hijo. Comenzó la terapia, aunque cuando regresó a casa, «se metió en el armario».

No obstante, empezó a mejorar y le confesó a su madre que le daba vergüenza volver al instituto porque «decía que le iban a llamar loco, pero no fue así y los compañeros y profesores se portaron muy bien con él».

También destaca la labor de Ajer: «Son importantísimas las asociaciones, gracias a ellos, mi hijo ha salido para adelante, le han salvado la vida». Un día, su hijo le dijo que iba a terapia «por ti, porque te quiero».

Dos años después, recibió el alta y hasta el pasado verano no ha vuelto a tener móvil, por tiempo limitado. «No ha vuelto a jugar, aunque el miedo a que vuelve no se me va a pasar, pero no le puedes desconectar de la tecnología. Tiene que aprender a vivir con ello y saber gestionarlo».

Su madre recuerda que ha sido «un infierno, una pesadilla» y, para que otras familias no pasen por ello, recomienda, supervisión y «pedir ayuda» porque «de todo se sale».

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