Si hay algo que defina a la generación millenial --y a todas-- es que respira esa atracción enfermiza por las épocas pasadas. Un noventero de manual fantasea con unas décadas envueltas casi en papel de regalo. Décadas mejores, dicen. Qué peligrosa es la nostalgia de lo no vivido. Aseguran los entendidos del asunto que todo vuelve, que la historia es cíclica y que ahora toca reivindicar la Edad de Oro. Los jóvenes ponen de moda las riñoneras, los chándales y los vinilos. ¡Los vinilos!. Me pregunto si también habrá hueco para el walkman. Porque si hay algo que embelese a un millenial es coquetear con lo analógico. Pero solo de apariencia porque no pueden vivir sin las virtudes de la era moderna. Qué listos son. Imponen una era del retro que parece devolver cierto esplendor a tiempos que ya lo tuvieron. Porque le pese a quién le pese --y hay unos cuantos--, los ochenta representaron toda una explosión creativa y libre de instagramers. Y por curioso que parezca, aún quedan testigos de aquello. Y de los analógicos de los de verdad que, aunque respetan el progreso, romantizan la nostalgia con orgullo.
«-¿Conoces Spotify?», recuerda que le preguntaron hace años.
«-¿Y ese quién es?», respondió.
Paco Lobo no se quita las gafas ni dentro de su propia casa. Es particular por dentro y por fuera. Un pintoresco atuendo negro y una boina le acompañan siempre. Reniega de la tecnología, pero no teme al futuro. De hecho, siempre ha avanzado un paso por delante. Fue uno de los impulsores de aquel Cáceres al que le tocaba divertirse y de uno de los movimientos paralelos a la movida madrieña: la cacereña. «¿Qué queda de eso?». «Solo la nostalgia». «Y la música en directo», rectifica.
Su casa es un museo. En la Lobera ni se pilla el wifi ni hay cobertura. Inmejorable metáfora sobre su inquilino. En sus paredes no cuelgan más que recuerdos. Un recorte de la mítica escena de Un perro andaluz de Buñuel, el primer cartel del Rita, pegatinas del primer logo de Lobo records, del segundo, del tercero y del cuarto, este último sin porro en la boca. «Ya no se puede poner, entonces éramos más libres», lanza como un dardo. En el salón acumula una colección de vinilos y discos que más quisiera para sí cualquier melómano que se precie. Su morada es una reliquia en sí misma. «Cuando me muera, cobrad la entrada a un euro», sentencia. Se considera viajero, que no turista --tiene la doble nacionalidad, española y portuguesa-- y es imposible mantenerle una conversación más de dos minutos. Su mente solo piensa en música. O en lo que piense. «Escucha esto», ordena. Suena Paolo Conte, Voodoo Child de Jimi Hendrix y Amy Winheouse.
Aunque nació en Olivenza, su vida ha transcurrido siempre en Cáceres. De hecho, la historia de la ciudad a nivel cultural no se entiende sin él. Fue uno de los impulsores de LaBotika y de Lobo Records, uno de los sellos cacereños de la época. Nació paralelo a Walkiria, otra firma que distribuía música por correo, pero con un toque más punk. Lobo capitaneó a los Coup de Soup, referente en los ochenta. De ellos queda su legado musical y vestigios como Boogaloo, la sala de conciertos que diseñó Diego Ariza, uno de los integrantes ya fallecido. En su momento llenaron conciertos y autobuses cuando giraban en Madrid.
Fue una época en la que lo vivieron todo. «Estábamos locos», recuerda. Ese tiempo duró poco, «tres o cuatro años», asegura con melancolía. Podría exagerar, pero lo cierto es que relata excesos impensables para hoy. «Había gente que se iba un día y no volvía hasta tres días después», apostilla. Se gira y elige otro disco, uno de Nina Hagen. Sube el volumen sin pensar en nadie. Es cierto que repara en los vecinos, pero en los de hace treinta años. «Antes nadie se quejaba, les invitabas a algo y todos tan contentos, ahora no, eso sí, hubo años que tuve unos vecinos encantadores», se ríe. Vivió frente al cementerio. Trabaja en la universidad y ahora se dedica a pinchar en locales, pero se rebela contra los djs de ahora. «Ponen una lista y eso no es una sesión, tú tienes que ir viendo, yo me llevo la mochila con discos y según el público, elijo», se sincera. «Venga, la última canción, ¿a ti que te gusta?». Tarda un segundo en encontrar entre el desorden un cedé de The Cure. Es imposible salir de la Lobera.