Facebook no nació en un garaje como Apple o HP. La que se conver-tiría en la red social mayor del mundo tomó forma en una ha bitación de la residencia de la Universidad de Harvard don de vivían sus fundadores: Mark Zuckerberg, Andrew McCollum, Dus- tin Moskovitz y Chris Hughes. Chavales de 18 años de familias ricas aficionados a programar, capaces de pasarse todo el día en camiseta y enchufados al portátil, sin pisar apenas algunas de las clases más codi ciadas del mundo.

Si han visto La red social, la película con guión de Aaron Sorkin que logró ocho Oscar en el 2011, la historia más o menos la saben. Pero como siempre, hay más. Facebook también es la historia de cómo un cerebrito de 18 años con notazas en ciencias, latín y griego, y aficionado a la esgrima, tiene la visión, las agallas y el talento para formar un equipo con el que desarrollar la empresa que presume de ser la multinacional que más rápidamente ha crecido en el mundo, que hoy vale en bolsa tres veces más que Coca-Cola y que da márgenes de beneficio del 46%. Por eso, y pese a su sueldo de un dólar, es hoy la quinta persona más rica del mundo, según Forbes. Con un número de usuarios mayor que la población de China, Facebook Inc, dueña también de Whatsapp e Instagram, ha llegado en 15 años a ser el mayor gigante publicitario tras Google y la empresa número 77 del mundo cotizada en bolsa. Tiene más de 35.000 empleados, oficinas en 55 ciudades (en España, en Madrid), 15 centros de datos y empresas subsidiadas para publicidad.

Piezas del plan

Mark Zuckerberg ya mostró en Harvard su vocación. En el único curso que estuvo llegó a crear hasta 12 programas (algunos propios y otros por encargo) que iban de puntuar las caras de sus compañeros de universidad, saber qué asignaturas elegían los demás y determinar el grado de relación entre estudiantes.

Piezas pequeñas que acabarían encajando en un mismo puzle. Pero no fue muy cuidadoso y la universidad estuvo a punto de expulsarle por violar la privacidad. Algo similar a lo que pasaría años después con la UE y el Gobierno de EEUU.

Zuckerberg, con 18 años, ya tenía claro que con The Facebook -un directorio en el que los estudiantes podían presentarse a los demás y que era la versión web de las guías de estudiantes- iba a crear una empresa. Hasta estableció contratos con sus compañeros de cuarto. Lanzaron el servicio. Era el 4 de febrero del 2004. En el 2017, visto que no iban a conseguir que se licenciara nunca, Harvard le hizo una graduación honorífica en Leyes para que diera un inspirador discurso a sus alumnos.

Facebook estuvo dos años como una aplicación solo para estudiantes, y no alcanzó el éxito hasta que abrieron la plataforma a todo el mundo. En el 2006 rechazó su primera oferta de compra -Yahoo llegó a brindar 1.000 millones de dólares y Google, 15.000 millones un año después- y, según apunta el periodista David Kirpatrick en El efecto Facebook, fueron las fotos el puntal del éxito. Eso y dar un toque, para llamar la atención de alguien. De ahí al Megusta, la base de todo el esquema publicitario, fue un paso.

El éxito fue arrollador y en cinco años llegaron a los 200 millones de personas. En el 2009 era la aplicación de moda y había pasado por encima de Friendster, Orkut, MySpace (le rebasó en usuarios en el 2008) o Fotolog, por citar algunas. Los usuarios se enamoraron de los grupos (que per mitían crear pequeñas comunidades que han llegado a organizarse inclu- so de forma política), de las fotos y ví- deos, la agenda de cumpleaños o las fotos de vacaciones. De repente, te- nías acceso a la vida de los otros.

Entre magnates

Y el universitario que no limpiaba las casas que alquilaba para trabajar y vivir con su equipo se afanó por aprender gestión. Se ofreció como becario y chico-para-todo de Don Graham, geren- te de The Washington Post, que sería uno de sus grandes amigos y, a lo largo de su carrera, fue esponja del inversor Steve Ballmer, los fundadores de Google y Steve Jobs. Uno de los primeros en financiarles fue Peter Thiel, el polémico magnate fundador de Paypal y luego avalista de Trump en el mundo tecnológico. También Microsoft, que mantiene un pequeño porcentaje desde el 2007, gracias a Ballmer, que quiso asegurarse un pie en una compañía que no pudo comprar. Zuckerberg se las ha ingeniado para seguir teniendo el mayor porcentaje: primero con tres sillas en el consejo de administración.

Entre los dueños de Facebook está también Elevation Partners, el fondo del cantante Bono; el millonario Yuri Milner, dueño del rival de Facebook en Rusia, VKontakte; Goldman Sachs, y varios empleados o inspiradores in- cluidos Sean Parker. Zuckerberg quería convertir su red en una plataforma global y «conectar a todo el planeta». Para ello la abrió a aplicaciones de otros desarrolladores, que podían ofrecer juegos. Los desarrolladores han tenido acceso a datos de los usuarios sin que la compañía haya hecho nada por impedirlo, y solo cuando los escándalos les han estallado han tomado cartas en el asunto.

Porque muchos descubrieron pronto que los algoritmos de Facebook eran tan manipulables como la mente humana. La campaña presidencial de Obama en el 2008 fue el campo de pruebas, incorporando al cofundador Chris Cox. Nacía la viralidad política. Además, la red permitía que cada usuario viviera en una bur- buja ideológica en la que solo se rodeaba de sus elegidos, y hubo quien quiso explotar esos bajos instintos para difundir noticias falsas que afecta- ron de las elecciones presidenciales de EEUU a la crisis humanitaria de los rohinyás, en Birmania, con bulos que incitaban al odio.

La expansión

Zuckerberg ha sido lo bastante listo como para absorber aquello que le podía hacer sombra. Compró Instagram en el 2012 y la convirtió en la aplicación preferida para los jóvenes tras intentar adquirir Snapchat y que sus dueños le rechazaran. Solo tuvo que copiar su función estrella: el borrado a las 24 horas de los mensajes en sus Stories. Whatsapp también forma parte del universo Facebook desde el 2014. Zuckerberg confirmó el pasado miércoles en la presentación de los últimos resultados que quiere unir la infraestructura de mensajes de todas aunque manteniendo la privacidad punto a punto. Ahora apunta a lanzar su propio hardware, con las usuarios tan exactos en base a sus preferencias y a las interacciones con sus pares (los famosos like) que, según un estudio de la Universidad de Oxford, con 150 likes, el algoritmo conocía al sujeto mejor que su pareja y con 300, mejor que él mismo. El modelo lo han ido perfeccionando durante muchos años.