De vuelta al chigre. La sidra tiene el chigre como el vino tiene la taberna. O la cerveza, la cervecería. No todas las bebidas, alcohólicas o no, tienen su propio establecimiento. Existe lo que se nombra. Y, en Asturias, al lugar, modesto, alfombrado de serrín, humedades y tonadas, donde se bebe sidra se le llama chigre. De vuelta al chigre. Quisiera volver a Mieres y que mi hermano Fernando Martínez estuviera vivo. Hay días en que no le recuerdo. Pero cuando le recuerdo, duele. Iríamos a la plaza del Requejo, a Casa Fulgencio, santuario del caudalismo y de la sidra. El Caudal de Mieres, por si no fueran ustedes futboleros. Un culín de sidra por cada día vivido. En la Plaza del Requexu se levanta el monumento al escanciador de sidra. Al fin y al cabo, «borrachos y dinamiteros». Ya menos. ¿Ies de Mieres? ¿Ties perru? Volver es seguir vivo.

Lo de La Bacana no es exactamente un chigre. No lo es ni de lejos. Fundamentalmente porque no quiere serlo. Es un restaurante majete, con cierto sostén en la carne de vacuno. Carne de vaca y algún asado. Aunque no los vi en la carta sí que vi a un grupete comerse entre todos, en santa compaña, un asado de cerdo. Pero un chigre no es. De hecho se anuncia en un gran rótulo a su entrada como «asador & founde». Por cierto, una de las entradas más abracadabrantes que recuerdo en un restaurante extremeño; escaleras, patio interior, terraza y vuelta. Pero, sin duda, lo mejor de La Bacana es el sitio. Por muy abracadabrante que sea la entrada, el esfuerzo de subir y descubrir la puerta de entrada se premia. No en el comedor, que es más bien frío, sino en la terraza. Un lugar magnífico para tomar una copa o para fumarte un Montecristo Doble Edmundo. Y lo saben. Y lo fomentan. La carta es corta, pero ya anuncia con sabiduría premonitoria que las copas se sirven a cinco euros. Y lo anuncian sin miedo a descarrilar en el tamaño de la letra. La terraza tiene vistas a la avenida mayor de Valdepasillas, y supongo que cuando el tiempo acompañe será más difícil acomodar allí las posaderas que ser recibido por el Papa.

Volvamos al comedor. Muy amablemente el camarero me indicó que las chuletas eran para compartir, así no me atreví, por no desairarle, a pedir ni siquiera una. Por lo que tengo oído son buenas. El chuletón suele ser santo y seña de los lugares preferidos por los machos de la especie humana (en general). Lugares donde prima el espíritu del cazador sobre la elaboración. Más masculinos que el Varon Dandy. Pero yo, ay de mí, me quedé sin probar el chuletón. Así que, dadas las circunstancias, y la muy corta carta, probablemente la más corta de cuantas van relatadas en estas páginas, me decidí por volver a Asturias sin melindres. Fabada, cachopo, arroz con leche y botella de sidra. Treinta y siete cincuenta. Pan y agua incluidos.

Supongo que mi amigo Miguel Ángel o, el también mi amigo, el simpar «Tragaldabas», ambos dos de la peña «El Rinconín» de Oviedo, preparan mejor la fabada. Borren la palabra supongo. En La Bacana la presentación, que algo es, no fue mala. Aterrizó la fabadita en su ollita y medio se dejó comer. Lo peor vino luego, horas más tarde. Les evitaré los horrendos detalles. El cachopo… ¿qué les diría yo? Digamos, algo indefinido. Pero, eso sí, como para dos. Con el arroz con leche me confundí. Supongo que otros acertarán. El servicio esmerado; un buen camarero me atendió con atenciones redobladas; incluso me propuso cambiar de mesa para evitar los ruidos. El precio, contenido; por treinta y siete euros almuerzo yo y casi almuerza otro, con lo que creo que yendo dos por cincuenta euros comen.

En marzo vuelvo a Asturias. Quizá pare en Mieres. Si no quieren ir tan lejos prueben a fumarse un puro en La Bacana.

Las imágenes de La Bacana

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