El encuentro para la Protección de la Infancia en la Iglesia que empieza hoy en el Vaticano -y que se alargará cuatro días, hasta el día 24- tratará por primera vez la cuestión de los abusos sexuales a menores cometidos por sacerdotes como «un problema global» de la institución religiosa. Sin embargo, la peor crisis que sufre la iglesia en su milenaria historia está lejos de resolverse.

Las víctimas de los crímenes sexuales perpetrados por curas durante décadas (y silenciados por obispos de todos los continentes, desplazados a Roma esta semana) admiten la relevancia de una reunión sin precedentes, pero desconfían de que cristalice en acuerdos significativos que extirpen una epidemia enquistada durante demasiado tiempo. Tampoco tienen esperanza alguna en que el Vaticano haga pública la cifra que conoce sobre los abusos cometidos por clérigos -ni mucho menos sus nombres y destinos- que constan en los archivos de la Doctrina de la Fe, el órgano encargado de investigarlos.

En el mejor de los casos, vaticinan, concluirá en un endurecimiento del protocolo a seguir por parte de las diócesis, que respetará la autonomía de cada país y que, en consecuencia, no será de obligado cumplimiento. Un final que dejará insatisfechas a las víctimas y no librará al Vaticano de seguir por un viacrucis que empezó con Juan Pablo II y que difícilmente acabará con Francisco.

La cumbre llega casi seis años después de que el actual Papa se pusiera al frente del Vaticano y tras constatar que cuantas medidas se habían tomado hasta la fecha, muchas decretadas por su antecesor, Benedicto XVI, habían resultado inútiles. Francisco ha organizado -ocupándose personalmente de todos los detalles del encuentro- una reunión planetaria que, en sus propias palabras, se celebrará «tarde por la gravedad del problema y tarde en la asunción de responsabilidades» por parte de la Iglesia católica. En esta cumbre, y eso será algo nuevo, se encontrarán víctimas, curas, responsables de todas las conferencias episcopales de planeta, jefes de las órdenes religiosas, ministros del Vaticano, representantes de los cardenales y tres mujeres.

Hasta el año 2000 nadie en la Iglesia había hablado públicamente de los menores que ha sufrido abusos por parte de curas. Todos los casos eran encubiertos por sus obispos, que trasladaban a los sacerdotes de parroquias, o de diócesis, con el fin de proteger la reputación de la institución. Un documento fechado en 1962 y firmado por Juan XXIII, cuyo nombre era Crimine Solicitacionis y que fue publicado en el 2003 por The Observer, demostró que las órdenes del Vaticano, vigentes hasta finales del papado de Juan Pablo II, eran mantener en «estricto» secreto y bajo amenaza de «excomunión» los casos de abusos sexuales.

LOS ORFANATOS DE IRLANDA/ / A finales de los años 90 estalló en Irlanda el escándalo de pederastia en orfanatos católicos, con más de un centenar de párrocos acusados que dejaron más de mil víctimas desde los años 30. El diario The Boston Globe publicó en el 2002 la investigación periodística sobre los abusos ocultos en el seno de las autoridades eclesiásticas de Boston. En los años posteriores comenzaron a redactarse las primeras sentencias condenatorias en EEUU, que comportaron considerables indemnizaciones para las víctimas que llevarían a la quiebra a una docena de diócesis, y pusieron el problema definitivamente sobre la mesa en América. El asunto había empezado a alarmar en el Vaticano desde tiempo antes, durante el pontificado de Juan Pablo II, hoy santo, y cuando el prefecto de la Congregación de la Fe era el cardenal Ratzinger (quien más tarde sería el papa Benedicto XVI).

Cuando se presentó el caso que afectaba al cardenal de Viena Hermann W. Groër, Ratzinger propuso a Juan Pablo II una comisión investigadora, que le fue negada. En el funeral de Karol Wojtyla (Juan Pablo II) afirmó en MundoVisión que «la Iglesia es una barca que zozobra». Ya en su primer viacrucis en el Coliseo (2005), con Juan Pablo II estaba muy enfermo, había dicho que la Iglesia estaba «llena de suciedad». Sucesivamente, Benedicto XVI había lidiado en la Doctrina de la Fe con la ruptura del silencio en Irlanda, Bélgica, Alemania o EEUU. En Italia, España, toda Latinoamérica, Asia y África todavía no parecía haber síntomas y las denuncias enviadas a Roma habían sido mínimas.

Juan Pablo II conocía la existencia del problema de la pederastia. A sus manos habían llegado, entre otras, dos denuncias contra Marcial Maciel -sacerdote con dos hijos-, fundador de los Legionarios de Cristo Rey, con buenos amigos en la Curia (gobierno central de la iglesia), a quienes agasajaba con regalos.

Wojtyla fue también el mismo Papa que inauguró la primera conexión informática directa entre el Vaticano y varios estados asiáticos en una carta que fue tan famosa como ignorada en un aspecto: en ella pedía perdón por los abusos cometidos por los eclesiásticos. Tanto conocía el problema que en el año 2000, cuando ya había convocado un Jubileo Universal, llamó a Roma a los obispos de los EEUU y les echó un rapapolvo que oyeron hasta los bedeles desde el pasillo.

guía para comportarse / De aquel encuentro con los obispos saldría la primera «guía» sobre cómo comportarse frente a los abusos a manos de eclesiásticos. La redactaron los obispos de aquel país un año más tarde, en Dallas. Sin embargo, no fue suficiente por muchas razones. La principal, entre otras, faltaba la obligación automática de denunciar al abusador a las autoridades civiles. En el 2018, los jueces de Pensilvania sacaron a la luz los nombres de 300 curas acusados de 1.000 casos de abusos. Y el cardenal de Washington DC, Donald Wuerl, dimitió del cargo.

Sin embargo, después de aquella guía surgió con Benedicto XVI un documento vaticano que instaba a las conferencias episcopales a elaborar un vademécum de conducta de acuerdo con las distintas leyes penales de cada país dado que algunas prevén la acusación de oficio y otras no. Diez años después no todos la han elaborado. Faltan sobre todo las de las conferencias africanas.

Tras ser elegido Benedicto XVI mandó abrir una ventana dedicada al tema en el portal del Vaticano, que todavía existe, donde están todos los documentos oficiales y oficiosos sobre los abusos. «Tolerancia cero», dijo, y elevó a 20 años -a partir de la mayoría de edad de las víctimas- el periodo de prescripción de tales delitos.

FRANCISCO TOMA EL RELEVO / Desde su elección como Papa, cargo al que llegó «para hacer limpieza en la Curia», según sus electores, Francisco se ha reunido numerosas veces con las víctimas de los abusos, tanto en Roma como durante sus viajes. Creó un tribunal para juzgar a obispos y cardenales abusadores o encubridores y arrancó una comisión para la tutela de los menores, que no ha funcionado. Varios miembros de esa comisión acabaron dimitiendo, después de que la Congregación para la Fe desoyera sus recomendaciones.

«Hemos llegado tarde», insistía el Papa meses antes del encuentro que comenzará hoy, en una carta inédita dedicada a los abusos y dirigida a todos los católicos del mundo. «Seguiremos la vía de la verdad, nos lleve adonde nos lleve», añadió el Pontífice.