"Somos trabajadoras, no esclavas". Entre banderas de colores y pancartas, las compañeras vitorean el reclamo de Cristina. Ella es una de las 250.000 trabajadoras del hogar migrantes que viven en el Líbano. Vienen de distintos países como, en su caso, Filipinas, para trabajar de internas en los hogares libaneses con todo tipo de responsabilidades: cocinar, limpiar, gestionar la casa, vigilar y cuidar a niños y ancianos. Ellas son víctimas y supervivientes de este sistema conocido como 'kafala', y suponen el 10% de la población femenina del país.

El sistema 'kafala', que significa patrocinio, es un conjunto de prácticas, regulaciones administrativas y políticas que ligan la residencia y el empleo de estas mujeres migrantes a la voluntad de su empleador, explica Samaya Mattouk de la oenegé libanesa Kafa que lucha contra la violencia hacia las mujeres. En definitiva, este sistema no está basado en ninguna ley centralizada a la que nos podamos remitir, añade.

Las trabajadoras del hogar en el Líbano vienen principalmente de Bangladesh y Etiopía, seguidos de Nepal, Sri Lanka y Filipinas, buscando un trabajo que les permita mandar dinero a sus países de origen. Son reclutadas por agencias que van en su busca en las zonas rurales más pobres y les prometen una vida mejor a miles de kilómetros de sus familias. Una vez tocan suelo libanés, las expectativas se derrumban.

A las órdenes de la 'madam'

Las 'madams', madres de familia adineradas, las reciben de mala manera. Con dureza e imposiciones. "Una vez llegan a sus nuevas casas, sus jefas les confiscan el pasaporte, dejan de pagarles el salario, les prohíben el contacto con sus familiares y las encierran con llave cuando salen de casa, explica Mattouk. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), se estima que el 50% de las empleadas trabaja más de 85 horas a la semana. La mayoría de ellas no tienen horas libres. Están encarceladas lejos de casa.

Este sistema no sólo está presente en el Líbano sino que es una práctica muy extendida por todo Oriente Medio. Sólo en los estados del Golfo, Human Rights Watch afirma que hay más de dos millones de mujeres que se encuentran bajo el sistema de patrocinio. Además, sus países de origen conocen las condiciones abusivas bajo las que se ven obligadas a trabajar, pero no persiguen a las agencias de reclutamiento ya que la economía del país se beneficia de las divisas que mandan.

Tener una empleada del hogar migrante en tu casa no es por necesidad, sino porque da un cierto estatus social en los países árabes, explica Mattouk. Los apartamentos libaneses disponen de una minúscula habitación para que la ocupe la trabajadora de la familia. El sistema 'kafala' está fuertemente arraigado en la sociedad árabe.

Dos muertes a la semana

Estas empleadas no gozan de derechos ya que su trabajo no está recogido en la ley laboral del país. Sus visados dependen de sus empleadoras y no pueden cambiar de trabajo sin su consentimiento. Cuando cruzan el umbral de su casa sin permiso, se convierten en indocumentadas y pueden ser deportadas, alerta Mattouk.

Muchas, frente a las inhumanas condiciones laborales y de vida, optan por escapar; otras por el suicidio o, en la intimidad de un hogar autoritario, son asesinadas. Entre enero del 2016 y abril del 2017, un total de 138 cuerpos de trabajadoras del hogar fueron repatriados. La agencia de inteligencia libanesa contaba una media de dos muertes de empleadas domésticas a la semana como resultado del suicidio, el homicidio o los intentos fallidos de fuga.

Frente a este panorama terrorífico, en el 2015 más de 200 personas crearon un sindicato para reivindicar los derechos de las trabajadoras del hogar, convirtiéndose en el primero en la región. Ahora estas mujeres conocen sus derechos, se empoderan juntas y luchan contra el sistema que las oprime.

Trabajamos para las generaciones del futuro, no para nosotras; las mujeres que vengan después deben encontrar libertad, derechos y un buen salario, firmaba la nepalí R.L. en el manifiesto fundacional. Estas mujeres salen a la calle juntas y su lucha ya es un tema de discusión pública en los cafés de la enigmática Beirut. Son muchas, y son diversas, pero son, sobretodo, trabajadoras.