«Fui a despertar al niño, se hizo pis. Yo le dije que eso no se hacía y fui a buscar la leche. Cuando volví, se había vuelto a mear. Entonces le di en el culo y después perdí la razón y le di en la cabeza. Él hizo un gesto como de dejar de respirar». Es la declaración de José Antonio Pérez, el hombre de 25 años acusado de acabar con la vida del hijo de su pareja, Aaron Gálvez, un niño de 2 años, en Elche (Alicante) el pasado 17 de septiembre. La madre de Aaron y su novio fueron detenidos en el hospital, donde ellos mismos, con ayuda de una vecina, habían trasladado al niño «inconsciente y con múltiples contusiones en cuerpo y cara», y donde el crío murió horas más tarde, según costa en el sumario del caso, al que ha accedido este diario.

Mientras los médicos intentaban salvar la vida del menor, su madre, Cristina Jiménez, y su pareja, ofrecieron hasta tres versiones distintas para explicar lo ocurrido, según la investigación: primero dijeron que Aaron se había caído en la bañera; luego, que unos encapuchados los habían secuestrado; por último, el padrastro aseguró que otros niños habían pegado al crío. Sus excusas no convencieron a los sanitarios, que desde el primer momento sospecharon que estaban ante un caso gravísimo de maltrato y alertaron a la Policía.

«Le di tres o cuatro golpes en la cabeza. Justo después entró la madre a la habitación», confesó a los agentes el padrastro de Aaron, que también reconoció haber maltratado al niño en otras ocasiones: «Es la primera vez que golpeo al niño así de esa manera, las otras veces fueron de menor intensidad». Ante la jueza, trató de justificarse: «Cristina dice que ella no sabe educar al niño, delega en mí y mi forma de educar es dando cachetes». Y matizó: «No le doy manotazos a diario, solo cuando veo que ha hecho algo mal». El padrastro de Aaron concretó en su declaración qué comportamientos del niño merecían, a su juicio, un castigo físico: «Si rechistaba, hacía un mal gesto o se hacía pis en el suelo, le daba una palmetada en el culo y lo acostaba».

Cristina, la pareja de José Antonio, también trató de restar importancia a lo sucedido en su declaración judicial: «Aaron es un niño muy trasto y se cae mucho. A mí se me sube a la chepa, la manera de educarlo de José es darle algún cachete en el culo y cogerlo del brazo, pero es incapaz de hacerle daño, le quiere mucho. Creo que lo que pasó es que ese día a José se le fue la mano». Con anterioridad, ya había intentado exculpar a su novio, a quien conoció un año antes a través de internet cuando aún vivía en Madrid con el padre de su hijo. «No tratéis a José como un maltratador porque es buena gente, cada uno tiene su manera de educar», pidió a un agente.

A los agentes que acudieron al hospital les llamó la atención la actitud de la madre de Aaron durante aquellas horas en que el estado de salud del niño empeoraba y así lo reflejaron en su atestado y en sus declaraciones a la jueza. «Nos sorprendió su frialdad, estaba tranquila, se sentó al lado de su pareja, le cogió la mano y le dio un beso», recordó un policía. Su compañero de patrulla añadió que «se mostró más preocupada por la situación de ella y de su pareja que por la del menor» y que incluso mostró su deseo de renunciar a la custodia de su hijo. «Dijo que no se sentía capacitada para cuidar al niño, que se hiciese cargo quien tuviera que hacerse porque ella quería renunciar a él». El padre del pequeño, Félix Gálvez, representado en la causa por el abogado Marcos García Montes, se ha personado como acusación.

Estrangulado / La investigación de la Policía y del Juzgado de Instrucción número 4 de Elche ha concluido que la muerte de Aaron se produjo por «estrangulamiento», pero también ha arrojado luz sobre cómo el pequeño pasó los últimos meses de su vida con su madre y su padrastro. «La pareja se mudó con el niño al edificio hace dos meses, aproximadamente. A ellos no se les oye, pero el niño es otra cosa. El niño llora todos los días a diferentes horas, pero no es un llanto normal, es un llanto de dolor, como si le estuvieran haciendo algo, suele llorar de manera violenta, parando el llanto de forma brusca», declaró una vecina.

Su relato es similar al del resto de habitantes del edificio. Otra vecina aseguró haber escuchado en el domicilio «fuertes golpes» y «llantos muy explosivos de mucho dolor y poca duración, llegando alguno de estos a cesar con un sonido parecido al de una arcada», aunque todos explican que no denunciaron porque no estaban seguros de lo que ocurría.