Dicen que el humor es signo de inteligencia. La risa alivia los errores, ridiculiza los fracasos y sobrelleva el día a día. La de la carcajada es una tarea solo apta para los que no tienen miedo. Es el arma más temida porque no se puede combatir con argumento ni reproche que valga. Es la mejor forma de combate. Otra cosa quizá pero miedo no tiene ninguno María Bris Portillo (Madrid, 1976). Ha recorrido algunos de los más peligrosos del mundo haciendo reír con sus mil caras. Ahora lo hace en Extremadura. Unos días se enfunda un traje de superheroína más digno de El quijote que de Marvel y otros se convierte en Brígida Fornicio, una recia y conservadora ama de llaves del purgatorio. «Soy funcionaria celestial de la sección primera». Reivindica desde la ironía y el activismo. Lucha en Las sin carpa, una asociación sin ánimo de lucro que nació en Extremadura en 2006 y que trabaja a medio camino entre España y Latinoamérica.

«Soy una payasa», se presenta al teléfono mientras conversa con otro alguien. Lo que para cualquiera podría suponer un agravio para ella es un halago. Lo dice con mayúsculas y lo repite si hace falta. Vive a medio camino siempre, pero no le importa. La pertenencia a algo no entra dentro de sus planes y le viene de lejos. El trabajo de su padre, era ingeniero de minas, obligó a su familia a cambiar de residencia en poco tiempo. Aunque nació en Madrid, vivió en León, Azuaga y hasta en Colombia cinco años. «Somos cuatro hermanos y cada uno nacimos en un sitio diferente». Pegada a la mano lleva una libreta en la que anota detalles para no dejar nada en el tintero. Quién entrevista a quién. Nadie diría que esconde tantos álter egos dentro pero lo de hacer el payaso también le viene de lejos. Fue en la facultad cuando empezó a coquetear con técnicas de teatro y clown --significa payaso en inglés--. Siempre le preocupó ayudar a los demás y tras varios intentos y algún que otro desencanto, pensó que la mejor manera era tirar del ingenio. «Soy una payasa, pero payasa titulada». Refuerza lo de titulada porque también guarda el diploma de Magisterio, su otra carrera.

Desde hace una década se debe a Las sin carpa. María agolpa un sinfín de anécdotas atropelladas de los inicios. El colectivo nació de la casualidad. Incluso el nombre de la organización surgió del azar. «Nos dijeron que fuéramos a representar una obra ante varias personas que había llegado al país, y no sabíamos cómo llamarnos, nos dijeron ‘ellos los sin papeles, vosotras Las sin carpa’». Sin orden alguno porque al parecer no altera los factores, menciona a Pepe Viyuela o Dani Rovira como los nombres reconocidos que ayudaron a financiar el proyecto cuando no era más que «teatro de andar por casa» y recuerda a un «expatriado» latino que conoció y que le propuso llevar la propuesta a su país. «Si nosotros salimos de aquí, somos expatriados pero si ellos llegan aquí son inmigrantes». Guarda otros tantos recuerdos de sus todos sus viajes a Méjico, San Cristóbal, Ecuador o a El Salvador, un país «comido por las maras --los pandilleros--». «Allí aprendimos a vivir con tres dólares al día, tienes que decidir si coges el bus o si comes ese día». Ha ejercido más de cooperante que de otra cosa, a través de la risa trabajó en tareas de alfabetización y autoestima. Más tarde regresó a Cáceres.

Aquí su labor se centra en el teatro de barrio y en breve vuelven a marcharse a El Salvador. Su trabajo le resulta gratificante pero confiesa que debe sortear la autocensura por miedo a las ofensas. «Con el personaje de Brígida pasé los textos antes para que los revisaran». Curiosamente ese personaje le servirá en su próximo show en el que entrevistará a los candidatos a las elecciones locales. El 16 de mayo lo hará con los de PP y Podemos y el 21 con los de Ciudadanos y PSOE y comprobará «si van al cielo o al infierno». Antes, hoy en concreto, se enfundará sus gafas de buceo, su capa y sus vestimentas para ser Superpaguer (12.00 horas) y contará un cuentacuentos sobre el acoso en el punto violeta de Womad. Volar no volará pero la risa siempre eleva.