Cuatro años. Eso es lo que tardó Miguel Ángel en pintar la Capilla Sixtina. Fue un encargo. Y uno de altura. Tenía que pintar una bóveda que lucía un fondo liso y lo resolvió con la maestría que se presupone a un maestro. Él tomó su tiempo y se esmeró en cada detalle. En cada trazo. En cada pincelada. Si el síndrome de Stendhal existe se encuentra en esos cuarenta metros. En una pared nació una de las grandes obras de la historia del arte. Él tenía 33 años. Donde unos vieron una pared él vio un lienzo. Jonatan Carranza Sojo (Madrigalejo, 1980) también sabe verlo. Los muros son su tapiz. Se dedica a colorear las calles. Es un artista urbano monumental. Veinte metros de altura ocupa su último reto. Una fachada en pleno corazón de Cáceres. También ha sido un encargo que también ha resuelto con tonos vivos, formas y rostros reales en una suerte de capilla sixtina local.

Él tiene 39 años pero en su caso pinta murales desde que tiene recuerdo. A los 12 y en el pueblo. Y entonces lo veía como un hobbie. Empezó en la calle. En el grafiti, como cualquier joven en los 90. «En Extremadura hubo un boom de grafiteros, empezamos por nuestros hermanos». A esa edad no había dinero pero el ingenio tiene edad así que ideó la manera de conseguir los materiales. «Había un chaval de Mérida en la pandilla, nosotros ahorrábamos el dinero y cuando iba a su casa se lo dábamos y compraba las pinturas». Aquello se acabó cuando hubo que marcar una carrera que estudiar. Porque todo el mundo estudiaba una carrera. Optó por la vía del «estudia algo con futuro» y se matriculó en arquitectura técnica. «Soy aparejador», confiesa. «Y he ejercido», completa. Pero la nostalgia de los pinceles no se marchó así que combinó los estudios con las clases en la escuela de Bellas Artes Eulogio Blasco. Se deshace en elogios hacia los profesores y hacia aquella etapa. «Hicimos un grupo bueno». Compartió clase con María Polán, Amanda León, Jorge Rey o Beatriz Castela, todos nombres destacados del panorama artístico local. Se inscribió primero en dibujo y luego en grabado calcográfico, una técnica en completo desuso. Allí aprendió a componer. «Aprendí a leer las obras». Embaucado por los estímulos creativos, formó parte de un colectivo Alto Contraste, un grupo de artistas a caballo entre Salamanca y Cáceres. Ahí tomó contacto de nuevo con los murales. Curiosa sinergia entre la capital salmantina, que ha convertido en galería las fachadas del barrio del Oeste y Cáceres, que pretende hacer algo similar en el barrio de Las 300.

Entretanto, trabajaba como aparejador pero paradójicamente era el arte el que le hacían llegar el sueldo a casa. «Lo que ganaba de dibujar me servía para seguir trabajando, lo que realmente me dio siempre estabilidad fue pintar». Tras meses en los que intentó encontrar un equilibrio entre ambas ocupaciones, dejó su puesto de arquitecto técnico para emplearse de lleno en lo que de verdad le llamaba la atención. Fue en 2015. En siete meses ya se le acumulaban los encargos. Desde entonces no ha tenido pausa.

Su sello, el de Sojo, se reparte en toda la geografía extremeña. No quedan muchos rincones sin su firma. El colegio Giner de los Ríos de Don Benito o Mérida con una magnánima Venus con el rostro de Laura Durán. Si tiene que elegir, se decanta por una obra que ideó en Torremenga inspirado en los bodegones surrealistas de Sanz Lobato. Este último y otros tantos forman parte del proyecto Muro crítico, una iniciativa de Diputación de Cáceres para embellecer las fachadas de la región. También ideó un crowdfunding popular para financiar las piezas del museo etnográfico de Madrigalejo. ¿La recompensa? Un dibujo con los nombres de los colaboradores en la campaña en una pared de la localidad. Este último mes también firma el cartel del festival Fancinegay con el rostro de la actriz Laura Corbacho. Hasta que la próxima pared le llame recibe las alabanzas por su obra última maestra, la de Hernando de Soto. Tres semanas. Eso es lo que tardó en darle forma y el resultado ha sido inmediato. No hay nadie que no repare en él. Hoy llueve y dos chicas se resguardan en un paraguas y bajan la calle. Se giran, miran el mural y señalan. La que lleva el paraguas no calcula bien y golpea a la otra con la varilla al girar. Le da un beso en la frente y siguen. Se marchan diciendo que tienen que recomendar a una amiga que venga a verlo. Objetivo conseguido.