El Carnaval de Venecia, la Scala de Milán, los desfiles de Giorgio Armani, el partido del Inter. Cerrado por coronavirus. Los emblemas del norte rico y productivo han sido acometidos por la pandemia originada en China, de difusión incierta y de prevención aún más incierta. Y hoy, en este norte siempre atareado, motor histórico de una Italia que se situó entre los países más industrializados del mundo, reinará el silencio. Las escuelas no abrirán, muchas fábricas tampoco y no llegarán vuelos de según qué partes del mundo.

Nunca hay un buen momento para hacer frente a una epidemia como la de covid-19, pero en Italia no podía llegar en peor hora. Hace apenas dos semanas se conocían los últimos datos oficiales sobre la economía del país. Señalaban que en el cuarto trimestre del 2019 la producción industrial había bajado en un 1,4%, siendo aquel el peor trimestre desde el 2012. El producto interior bruto (PIB) se había reducido en un 0,2% en el 2019.

Decía el sociólogo Ulrich Beck en su ensayo La sociedad del riesgo mundial que cuando una amenaza sanitaria se convierte en un peligro para la economía nacional, amenaza también los derechos políticos y civiles fundamentales. Después del fallecimiento de la primera víctima italiana, a Roberto Salvini le faltó tiempo para emplazar al presidente del Gobierno Giuseppe Conte a blindar puertos y fronteras.

De momento, ha habido un freno a la verborrea infecta del líder de la extrema derecha. Alguien le habrá dicho que en las actuales circunstancias, la epidemia no es un buen instrumento de lucha política. Más moderación mostró Giorgia Meloni, la líder de la formación de la derecha pura y dura Fratelli d’Italia, que mostró contención y ganas de ayudar al Gobierno en esta crisis inédita.

Pero ni el coronavirus parece que vaya a detener su expansión ni el Ejecutivo que preside Conte está en buena posición para frenarlo. Posiblemente, si el virus no hubiera llegado a Italia de la forma en que lo ha hecho, no habría Gobierno, pues el acoso que padecía desde muchos frentes, los habituales de la oposición, pero también de quienes forman parte de la mayoría de Gobierno como Matteo Renzi, amenazaban su continuidad.

Antonio Scurati, el celebrado autor de una biografía novelada de Mussolini, decía desde las páginas del Corriere della Sera que la sociedad occidental es la más próspera de la historia, pero también la más asustada. No sabemos qué hay en nuestro horizonte. Las narraciones del Decamerón de Boccaccio, escritas en las afueras de Florencia por unos fugitivos de la muerte negra de 1348, constituyen un gran retablo de la sociedad que vivía el fin del Medioevo, pero lo hacía ya con un pie en una nueva época llena de esplendor y avances como fue el Renacimiento. El Decamerón de nuestra era hipertecnificada está hoy en los millones de micromensajes que circulan por las redes. Son nuestra fotografía. La de Italia también. Y sí, asistimos al fin de una época, pero no parece que caminemos hacia el triunfo de un nuevo humanismo.