Luisa se ha levantado a las ocho de la mañana y ha comenzado a colgar notas por Rayuela porque es profesora en un instituto de Cáceres. Mientras realizaba la tarea le ha venido a la mente este pensamiento: "Si mi padre fuera ciudadano de la Comunidad de Madrid y tuvieran que elegir entre él y una persona joven, aplicando el sentido común y el raciocinio, posiblemente lo entendería, pero lo que jamás les perdonaría a los políticos es que no hayan adoptado medidas antes, trayendo respiradores y mascarillas para evitar este desastre".

Mientras reflexiona, a su teléfono móvil le llega un mensaje: "A partir de mañana no salgáis para nada de casa, ni a por el pan, porque el domingo empieza lo peor, porque se cumple la fecha de incubación y empezarán a salir muchos positivos y se puede contagiar mucha gente, así que es muy importante quedarse en casa y no relacionarse con nadie".

La misiva corre como la pólvora en esta ciudad confinada por el miedo, llena de hogares cerrados a cal y canto. A las nueve de la mañana una ambulancia de DYA recorre Camino Llano invitando al encierro. Algunos salen a los balcones y aplauden. Pero todo ha dejado de ser como antes. Ya no se escucha el bullicio de los chiquillos camino del Padu, con Araceli a la cabeza, la profe que lleva siempre la sonrisa puesta. No para la furgoneta de Canal de Isabel II, ni se oyen los chistes de los hermanos Denche, los del taller mecánico. María ya no abre Todolibros, y los peces de colores de Pedro, el de la tienda de animales, no tienen a niños que los señalen con sus dedos detrás de las gigantescas peceras. Han cerrado el bar San Francisco y en el Miche se echan de menos los partidos de la Champions al calor de la Estrella Galicia con decenas de personas coreando los goles y compartiendo el respirar de la vida.

Luis, el del segundo, trabaja en una sucursal financiera. Su rostro irradia preocupación. Su mujer, Patricia, es enfermera. "No le digas más a tu padre lo del coronavirus porque está acojonado", le pide Patricia a Rubén, el pequeño de sus dos hijos. Luis ha estado toda la mañana limpiando con agua y lejía lo que ha comprado en el Carrefour. Limones, patatas, latas de cerveza, botes de suavizante, nada escapaba a su balleta desinfectante. Mientras, Rubén juega a la Nintendo en su habitación pintada de amarillo y participa con sus amigos en una videollamada. Uno de ellos acaba de preguntar: "¿Sabéis que ha muerto Carmen de Mairena?"