«Esta cuarentena es un lujo, porque estamos en casa y estamos todos sanos». Silvia Rodríguez hizo una compra grande justo antes de que se decretara el estado de alarma y no tiene intención de salir de casa si no es imprescindible. Tampoco está yendo a su trabajo como limpiadora en una empresa pacense: «Aún a riesgo de perder mi trabajo», reconoce. Porque no teme tanto perder su trabajo, aunque pueda pasar, como las consecuencias que podría tener para su hijo Mario, de 8 años, contraer el coronavirus, cuando hace apenas dos años que el niño ha superado una leucemia. «Por favor que la gente se lo tome en serio y se quede en casa», clama al otro lado del teléfono.

Silvia Rodríguez con su hijo. / EL PERIÓDICO

La del coronavirus es la segunda cuarentena de esta familia. «Pero sean los días que sean, esta cuarentena es un lujo para nosotros», repite ella. Porque en la primera estuvo durante dos años y medio con el niño entrando y saliendo del hospital para recibir el tratamiento de quimioterapia, y después aislado más tiempo en casa, sin ningún contacto con la hermana del pequeño, Lucía. Ahora tiene 14 años y les compaña. Entonces tuvo que vivir temporalmente en casa de una tía para proteger a su hermano.

Este año Mario había empezado por fin a ir al colegio aunque ahora, como todos los niños, sigue el ritmo de las clases de forma telemática. «Está acostumbrado porque todo lo que había hecho en el cole hasta ahora ha sido así», resuelve la madre.

¿Cómo lo está viviendo el niño? «Es consciente de lo que sucede y de los riesgos y está bien concienciado. Recuerda perfectamente lo que ha pasado y ¿sabes? mientras estuvo enfermo, jamás nos dijo que quería salir. Nunca se quejó».

Ahora su casa es un fortín. «Ni yo salgo, ni entra nadie», insiste ella. Solo rompió ese aislamiento cuando en los primeros días el niño empezó a tener fiebre y tos y decidió verle su pediatra ante la inquietud por los síntomas, porque hasta hacía dos días había ido al colegio. «Tienes la incertidumbre de si se habría podido contagiar», reconoce la madre. Pero una vez en la calle y despejada la duda de lo que parecía ser más bien un resfriado, lo que le sorprendió fue la cantidad de gente que había. «Yo creo que con la excusa de salir a comprar, mucha gente abusa para darse un paseo», valora y considera que sigue habiendo una parte de la población que no da la suficiente importancia al problema. «Es como todo. Se lo toma más en serio la gente que tiene cerca a personas vulnerables. Porque se ha dicho mucho eso de que esto es como una gripe y ya está claro que no lo es», anota.

Más vulnerables

Junto a las personas mayores, entre los grupos de riesgo de coronavirus están aquellos que tienen enfermedades cardiovasculares, hipertensión arterial, diabetes, enfermedades pulmonares crónicas, cáncer o inmunosupresión, según los datos del Ministerio de Sanidad. No es que tengan mayor predisposicón a contraer esta enfermedad sino que son los más vulnerables ante sus efectos, porque sus enfermedades les predispones a tener complicaciones graves en caso de que llegaran a infectarse.

En estos colectivos, muchos ya sabían antes del 14 de marzo (el día que se decretó el estado de alarma) lo que significaba vivir confinado, lo que suponía no poder tener besos y abrazos, lo importante que es lavarse las manos y mantener unas pautas de higiene estrictas; pautas que ahora se han impuesto de forma general y que para ellos son rutinarias. Pero, aun extremándolas, viven la situación con preocupación

Todas las precauciones

Cuando los casos comenzaron a dispararse, Estela Rubio se trasladó a Valladolid para traer a su hijo César (18 años) de vuelta a su casa en Malpartida de Plasencia. Al día siguiente suspendieron las clases. César había iniciado este año sus estudios universitarios. Tiene fibrosis quística, una enfermedad pulmonar que provoca dificultad respiratoria severa. «Son unos síntomas similares a los del coronavirus, salvo por la fiebre, pero, por lo que nos dicen, es la misma sensación de ahogo», explica la madre. Cesar puede hacer una vida normal controlando diariamente su enfermedad con medicación, fisioterapia y ejercicios. «Pero imagínate lo que puede suponer para él algo como el coronavirus», dice la mujer.

Estela Rubio. / EL PERIÓDICO

De hecho, todos los protocolos de higiene en las manos y de aislamiento ante posibles síntomas son los mismos que usan ellos de forma habitual ante algo tan común como un catarro. «Puede ser algo leve y pasajero para mí, y muy grave para él. Así que cuando eso nos pasa a alguno de los que estamos en su entorno, nos distanciamos para evitar que pueda contagiarse», explica. También está acostumbrado a ir con mascarilla cuando acude al hospital y siente que todo el mundo le miraba raro. «Y, mira la psicosis ahora. Sería uno más», ironiza. Pero César no sale de casa ahora, ni con mascarilla.

«Creo que este problema del coronavirus se ha tomado a broma durante mucho tiempo», opina Estela Rubio y añade: «a mí la situación me preocupa, evidentemente. Entiendo que no a todo el mundo le preocupe igual. Pero todos debemos tomar precauciones. Es fundamental para que esto pase cuanto antes». Y cuando pase, piensa recuperar el tiempo y algunas rutinas que madre e hijo tenían juntos: «salir a caminar o a correr. Ya llegará el momento».

Inquietud

A María José Márquez (48 años) también le preocupa la pandemia del coronavirus, hasta el punto de que le genera más inquietud que el cáncer de mama que le detectaron hace poco más de un mes. Un día después de esta conversación, tenía que acudir al hospital en Cáceres para su segundo ciclo de quimioterapia y la sensación que tenía esa tarde era de zozobra.

«Cuando estaba empezando a asimilar mi enfermedad, estalló todo lo del coronavirus. Y la verdad es que no sé a qué le tengo más miedo, si al cáncer o al coronavirus. Es que con lo que tengo yo solo me faltaba coger esto ahora. No sé qué pasaría conmigo si me infectara», afirma. Por eso, la necesidad de ir al hospital para tratarse le angustia por el riesgo de contagio ahora que con el tratamiento su cuerpo es también más vulnerable. «Iré con mi mascarilla y mis guantes. Pero algunas veces pienso que me encantaría que alguien me dijera: Mira María José, vamos a parar el tratamiento hasta que esto pase.Y sentarme en mi casa a esperar que todo pase», asevera.

¿Es más fuerte el temor al contagio? «Absolutamente. Si me dicen que tengo que estar dos meses en mi casa quieta y tranquila, sin tratarme hasta que la situación se normalice, aquí me quedo», insiste. De hecho, sus hijas dejaron de ir al colegio un par de días antes de que se suspendieran las clases y su marido ha dejado de trabajar de forma temporal. Él es el único que sale ahora de casa, solo para comprar y pasear a la mascota y con todas las precauciones: «No creo que haya nadie que lleve las medidas preventivas tan a rajatabla como yo. Si hay que sacar al perro, lo saca mi marido, y cuando vuelve a casa se lava las manos, las desinfecta con el gel hidroalcohólico y luego coge un trapo con agua y lejía y limpia también las manillas de las puertas que ha ido tocando», relata. Ella y sus hijas no pisan la calle.

A su juicio, «quien está sano y no ha tenido ninguna enfermedad, piensa que esto es algo más que una gripe que no va a tener consecuencias para ellos. Pero mi padre está trasplantado de dos pulmones y es mayor, es doblemente grupo de riesgo. Y yo tengo un cáncer. A la fuerza en esta casa nos lo tenemos que tomar muy en serio. Ojalá todo el mundo se lo tomara en serio».

Responsabilidad

Nicolás Montero (40 años) dice que vive «una doble angustia». «No solo soy población de riesgo porque soy trasplantado, sino que además el riñón que tengo me lo donó mi hermana, con lo que eso supondría si enfermo y lo pierdo», explica. Así que ha extremado en estas semanas el confinamiento que había practicado durante el último año y que estaba empezando a relajar cuando ha estallado la crisis sanitaria.

Nicolás Montero. / EL PERIÓDICO

Desde que se operó este cacereño había trabajado desde casa (es abogado y asesor jurídico de empresas de ámbito sanitario), salvo en algunos algunos actos y reuniones que requerían de su presencia. Pero siempre con todas las cautelas: «Sabes que eres más vulnerable a cualquier ‘bicho’, así te limpias más las manos, llevas el gel hidroalcohólico en el bolsillo, tratas de no tocar determinado tipo de objetos en ámbitos públicos», reconoce. Todo eso, antes de que se impusieran esas recomendaciones a toda la población ante el avance del coronavirus porque, como paciente trasplantado, está inmunodeprimido: su organismo tiene menos defensas y por tanto es más proclive a coger infecciones.

Con la situación actual, ha vuelto a extremar el confinamiento, también laboral. «Igual que al principio de operarme, pero al menos ahora con la compañía de mi pareja», bromea. Y ha vuelto a las pautas que entonces se impuso para sobrellevar el encierro y que no se le viniera la casa encima: «mantener rutinas de trabajo, descanso, ocio y hasta de deporte sin salir de casa, fue su secreto.

Cuando Nicolás Montero empezó a oír hablar del coronavirus, con los primeros casos en China, tampoco le dio mucha importancia. «Lo oyes, pero lo ves como algo lejano que no iba a llegar nunca aquí o que no tendría esa dimensión», reconoce. Luego la realidad ha sido bien distinta y con ello su percepción de la magnitud del problema.

«Me sorprende la cantidad de coches y de gente que se sigue viendo aún aquí por la calle. Y también la psicosis generalizada con las mascarillas (la OMS solo las recomienda para las personas infectadas o con síntomas o quienes les cuidan). Esto no va de mascarillas, va de quedarse en casa todo el que pueda hacerlo», alerta y critica a quienes adoptan actitudes imprudentes.

«A lo mejor tú eres joven y esto no te afecta. Pero debes ser consciente de la cantidad de gente que estamos a tu alrededor, que también somos jóvenes y que tenemos inmunosupresión, tratamientos quimioterapia, familiares mayores que pueden pasarlo mal... Creo que mucha gente no se lo toma aún realmente en serio», lamenta.