«La carga emocional de los trabajadores sanitarios es casi peor que el cansancio físico. Porque ves a pacientes que están mal, que mueren solos y no todos son mayores», dice Marta Caldito. Esta enfermera cacereña de 31 años lleva desde el 2015 trabajando en el hospital Infanta Leonor del barrio madrileño de Vallecas. Hasta hace dos semanas trabajaba en la planta de Medicina Interna, pero el día 4 de marzo empezaron a ingresar pacientes con coronavirus y a medida que se incrementaban los casos, se iban borrando los distintos servicios de este complejo hospitalario. Desde hace 10 días ya no hay paritorio, ni servicio de Urgencias, ni unidad de Oncología. Todos los recursos sanitarios de ese centro están volcados en atender a pacientes que han dado positivo en covid-19 y que presentan síntomas graves.

Marcas en la cara de la mascarilla. / EL PERIÓDICO

«Cuando tienes que acompañar a un paciente hasta la UCI o sedarle, vuelves destrozada. Porque están solos y angustiados, sin ningún familiar. Y tú no te puedes parar. Tienes que ir rápido por la carga de trabajo», asume. Pero ya han establecido una ‘terapia’ para compartir ese momento y soltar lastre emocional: «Cogemos una silla y nos sentamos todos los compañeros en la terraza que hay en la planta. Solo cinco minutos, para coger aire y fuerzas para seguir», cuenta. «Lo necesitamos, porque a veces te bloqueas y no eres capaz de gestionar bien el trabajo. Y es fundamental que lo hagamos porque los recursos son muy limitados», denuncia.

Pocos medios

La queja de los sanitarios sobre la falta de material es generalizada y en este hospital también están tirando de ingenio y voluntad para paliar la falta de medios a la que se enfrentan: «Usamos durante tres días mascarillas que tienen una duración máxima de ocho horas y ahora nos han pedido que las protejamos con una de papel para intentar que duren algo más; no tenemos gafas de protección para todas, así que las desinfectamos y las compartimos; las batas impermeables ya se han agotado y usamos unas de papel que nos protegemos con un plástico. Así que intentamos no tener que usar todas los trajes de protección a la vez para ahorrar todo lo posible», dice. Y junto a eso, toma todas las precauciones posibles para evitar que el virus pueda salir de allí.

«Antes de irme a mi casa me ducho en el hospital y me aplico clorhexidina (un desinfectante) porque la probabilidad de contagiarte es elevada», reconoce. Y el miedo a que pueda suceder también. Cada vez que uno enferma es uno menos en el equipo, mientras se acentúa la sensación de que si hoy ha sido ella, mañana también puedo ser yo. Tienes sentimientos contradictorios porque, por un lado tienes miedo por estar ahí, por poder enfermar. Pero al mismo tiempo quieres estar y temes contagiarte y no poder seguir ayudando. Eso genera una impotencia muy grande», asegura.

Ella misma la sintió hace una semana. Al salir de trabajar un día empezó con tos y mucha fiebre y se temió lo peor. Avisó a los compañeros y a los servicios médicos y se le práctico la prueba del PCR: el resultado fue negativo. «Tardé 24 horas en tener los resultados de la PCR y fueron una horas terribles. Por el miedo a enfermar, por estar fuera de casa y también por la impotencia de saber que si daba positivo me iba a tener que quedar al menos 15 días fuera del trabajo», recuerda. Y eso que ya se han acostumbrado a convivir con bajas de compañeros: «Me acaba de decir una médica que ha dado positivo», anota.

Lejos de ahuyentar temores, el hecho de ver tan de cerca la realidad del coronavirus le hace sentir más miedo a que alguien de su entorno se pueda ver afectado. Dice que le preocupa especialmente su madre, que también es enfermera, pero en el hospital San Pedro de Alcántara de Cáceres. La semana pasada la mujer empezó con fiebre y tos y ahora está en casa, aunque el test ha dado negativo. «Saber que mi madre va a estar expuesta, que no se va a poder proteger bien, que va a asumir riesgos...Yo también lo hago, y sin embargo el riesgo que uno asume no parece tan importante», asegura.

En positivo

Marta Caldito siempre ha estado dispuesta a sumir riesgos, a acentuar la función social de su profesión. Por eso después de trabajar durante varios años como enfermera empezó a estudiar Cooperación Internacional, con la idea de embarcarse en un proyecto de ayuda humanitaria: «Pensaba en irme a otro país para ayudar a hacer frente a una pandemia. Y mira ahora, me he encontrado la pandemia en la puerta de casa», afirma.

Junto a los dramas humanos que se encuentra cada día en los pasillos del hospital, le sigue impresionando también la imagen de calles y carreteras desiertas. Opina por eso que la respuesta ciudadana está siendo en general buena, dadas las circunstancias: «Es duro para los sanitarios, pero entiendo que también para todas esas personas a las que su vida se les ha parado en seco y se les ha dicho que no pueden salir de su casa porque hay una pandemia que está matando a gente».

Y a pesar de las cifras, el cansancio, la inquietud, la tensión y el duro trabajo que queda por delante, intenta también sacar lecturas positivas. «Como enfermera, estoy orgullosa del trabajo y el compañerismo. Pero creo que además esto va a ser una lección muy importante para la sociedad. Esto ha provocado un cambio que, si somos capaces de mantenerlo, nos va a permitir salir fortalecidos a todos. El mundo nos ha dado un aviso y hemos despertado como un ser solidario».