Lunes, miércoles y viernes. Tres días de la larga semana empleados a fondo en un edificio fantasma. Detrás de la mirilla se la ve mimando el suelo, las barandillas, los pomos de las puertas, los botones de un ascensor que ya nadie usa porque todo el vecindario sube y baja por las escaleras. Adarve Limpiezas: su nombre suena a Cáceres, a ese Cáceres con decenas de empresas familiares que tanto han dado por el sustento de nuestra frágil economía.

Detrás de la mirilla retira los felpudos. En uno de ellos aparece la leyenda "Bienvenido a la república independiente de mi casa". Nadie entra ya a esa pequeña república llena de cenas con vino y cerveza, con música de Sabina, con filetes de pollo y patatas fritas donde los amigos brindaban por la vida.

Al lado se escucha a Mauro, el pequeño de la casa de los del tercero. Sube y baja las escaleras, y ríe a carcajadas cuando su padre le hace cosquillas. Las cosquillas de Mauro son como una bendición en este confinamiento obligado.

Ya no es el mismo el concepto del tiempo. El tiempo ahora no tiene dimensión porque se desvanece mientras mojamos las galletas en el café. El tiempo ahora es pensar en que estamos aquí, quizá en qué pasará el próximo domingo.

Cáceres está más muda que nunca y solo se oye el ruido de las sirenas escoltadas por la policía camino a los hospitales. Las calles son un laberinto mientras la curva no baja en este pasadizo de infectados. La pandemia sigue creciendo en el planeta. Cristina, la enfermera del segundo, estará los próximos tres días encerrada en su habitación como medida de prevención. A las ocho, volverán a escucharse los aplausos. Y mañana miércoles el felpudo volverá a levantarse detrás de la mirilla.