En los últimos 30 años, el Polo Sur se ha calentado tres veces más que el resto de la Tierra. Este aumento de las temperaturas rompe la tendencia registrada hasta la década de los 80, cuando esta zona ubicada en el interior del continente parecía que seguía enfriándose. Todo apunta a que este fenómeno se debe a la variabilidad del clima tropical y al aumento de los gases de efecto invernadero generados por la actividad humana. Y, aunque resulte complicado medir con exactitud el peso de cada uno de estos factores, los expertos consideran «poco probable» que estos cambios se deban solo a los fenómenos naturales. La acción antropogénica habría vuelto a inclinar la balanza.

Estas son conclusiones que se desprenden de un estudio publicado ayer en la revista Nature Climate Change, en el que se han analizado los datos registrados en la estación meteorológica antártica en las últimas décadas y, posteriormente, se han comparado con modelos con los que se estimaba el comportamiento natural del clima en la región. Los resultados no solo muestran que la tasa de calentamiento real es tres veces mayor de la esperada. Sino que, además, sugieren que habría que ajustar las previsiones a un escenario en el que la temperatura en esta zona está aumentando más de lo que se creía.

CLIMA ANTÁRTICO / Todo esto complica aún más el pronóstico para un clima antártico ya de por sí complejo. A finales del siglo XX, por ejemplo, los vientos procedentes del oeste enfriaron la parte alta de la meseta antártica, mientras que en la parte peninsular se experimentó un calentamiento récord. Este tipo de contrastes también se observaron en el hielo que, mientras se derretía rápidamente en algunas regiones, en otras parecía ganar un poco de terreno. Estas diferencias regionales, podrían estar «enmascarando las señales de calentamiento antropogénico», según destacan los investigadores responsables del este estudio.

Si a nivel global se estima que las temperaturas están aumentando una media de 0,2 grados centígrados por década, en el Polo Sur este incremento estaría ya rozando los 0,6 grados por década. Solo en este siglo, ya son cuatro los récords de temperatura anuales que se han registrado en la región. Los años 2002, 2009, 2013 y 2018 fueron los más cálidos jamás vividos hasta la fecha. Hace dos años, de hecho, la temperatura estuvo 2,4 grados por encima de la media esperada. En febrero del 2019 se volvió a batir un récord. En octubre del mismo año, otra vez. A principios del 2020, la base argentina de Esperanza alcanzó los 18,3 grados, la marca más elevada desde que se tienen registros, en 1961. Y, aunque estos últimos episodios puedan leerse como un fenómeno esporádico, su impacto incide todavía más en el calentamiento de la zona.

Sobre el terreno, este aumento de las temperaturas se ha traducido en el retroceso del 90% de los glaciares de la península. Y en la pérdida de hielo, que progresa a «tasas alarmantes». Algunas estimaciones sugieren que solo en los últimos años se han perdido unos 0,61 millones de kilómetros cuadrados de hielo.

EFECTOS GLOBALES / «El verdadero mensaje que se desprende de este estudio es que no hay lugar inmune a los efectos del cambio climático», destacan Sharon E. Stammerjohn y Ted A. Scambos, investigadores del Instituto de Investigación Ártica y Alpina de la Universidad de Colorado en un artículo complementario a la investigación, publicado en News and Views.

Los expertos recuerdan que vivimos en unos «tiempos sin precedentes para la salud del planeta y de sus habitantes» por lo que urge «tomar medidas para aplanar la curva de las emisiones globales de carbono». De no ser así, los daños colaterales podrían ser catastróficos y globales debido al calentamiento global, el aumento del nivel del mar, la pérdida de hielo y la desaparición de las costas, entre otros.

«También sabemos, quizás mejor que antes, que podemos vivir de manera más sostenible. Podemos marcar la diferencia y debemos marcar la diferencia», zanjan los científicos.