Pese al auge de Vox, la incesante violencia de género, la brecha laboral y la de cuidados, el movimiento feminista anda envuelto en un debate encendido en torno a si las mujeres deben ser consideradas así debido a su sexo biológico o, por el contrario, a su identidad de género o el sexo sentido. La polémica ha surgido porque en varios países se ha autorizado que las personas transexuales puedan cambiar el registro oficial de su nombre sin tratamiento quirúrgico, de hormonas o aval médico. El movimiento trans defiende que un hombre puede ser considerado mujer y viceversa si ese es su sentimiento y deseo, independientemente de su sexo. Por el contrario, el feminismo clásico considera que las mujeres son discriminadas por el hecho de ser mujeres y que las leyes que para dar cabida a los trans mencionan el género (al que consideran una construcción social del machismo) y no el sexo desdibujan el género femenino y dificultan la sempiterna lucha por la igualdad.

Diversas personalidades de la literatura, el activismo y la filosofía han tomado partido a favor de unos y otros y su paso adelante se ha recibido con duras críticas por el lado contrario. Una de las últimas caras conocidas que ha avivado la polémica es la de J. K. Rowling, la autora de la saga Harry Potter, quien ha confesado en redes sociales que fue víctima de maltrato y, al tiempo, ha manifestado que «si el concepto de sexo no es real, la realidad vivida por las mujeres a nivel mundial se borra». Enseguida ha sido tachada de Terf, siglas en inglés de feminista radical transfóbica, y hasta los protagonistas de las películas basadas en sus libros se han posicionado en su contra al afirmar que «las mujeres transgénero son mujeres».

Roces en el Gobierno

En España, el enfrentamiento también es intenso y se evidencia en el Gobierno. Unidas Podemos, que capitanea la cartera de Igualdad, apoya el transactivismo y está determinado a que la futura ley trans, que aparece en el acuerdo de gobierno, incluya la autodeterminación de género, es decir, que se pueda realizar el cambio registral sin aval médico y dos años de hormonación, una patologización que rechazan muchas personas trans. Así se ha puesto de manifiesto en la entrevista a Àlex, un hombre que ha dado a luz un niño, y que ha publicado EL PERIÓDICO.

En el lado opuesto, un sector del PSOE capitaneado por Carmen Calvo ha difundido un documento entre los cuadros del partido en el que se rechaza que «los sentimientos, expresiones y manifestaciones de la voluntad de una persona» sobre si se siente hombre o mujer tengan «automáticamente efectos jurídicos plenos». Asimismo, un grupo de feministas, entre ellas algunas asociadas en el pasado al PSOE, han creado la alianza contra el borrado de las mujeres, cuyo objetivo es «parar» la futura ley trans y otras normativas capitaneadas por Unidas Podemos, como la ley contra la violencia infantil o la llamada ley sí es sí contra las violencias sexuales.

Según Paula Fraga, abogada y miembro del colectivo, en estas normas se introducen términos «no aceptados académica y científicamente» como el de la «identidad de género» y, de esta forma, al mencionar el género «se naturalizan los estereotipos sexistas que las feministas llevan 300 años luchando por abolir». Además, para esta agrupación existe el riesgo de que se desvirtúen las estadísticas y las políticas de igualdad basadas en la paridad, con la introducción de hombres reconocidos como mujeres. Y temen que haya maltratadores que se hagan pasar por féminas para eludir el agravante que conlleva la ley contra la violencia de género. Por todo ello, solicitar reunirse con el PSOE para que «dé un paso más» y frene la legislación promovida por su socio de gobierno.

La versión de la FELGTB

Por el contrario, la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales (FELGTB) confía en que esto no suceda y la ley trans vea la luz. «Yo soy optimista», explica su vicepresidente, Mané Fernández, quien recuerda que se han reunido recientemente con la ministra de Igualdad, Irene Montero, que se ha comprometido a que la norma reconozca la autodeterminación de género. En su opinión, el feminismo clásico se opone a «despatogilizar la transexualidad» por «temor a perder el poder».

Con posturas tan irreconciliables, todo indica que la controversia seguirá, aunque en el feminismo también hay planteamientos intermedios, de personas que defienden los derechos de los trans pero reniegan de que en las leyes desaparezca el concepto mujer y este se cambie, por ejemplo, por «cuerpos feminizados» o «menstruantes», aseguran algunos de sus representantes.