Rebeca coge el teléfono aliviada. "Ahora sí". Tras la tensión y los nervios de los últimos días, esta vecina de La Sagrera, Barcelona, madre de tres hijos de 14, dos y cinco años, acaba de recibir la noticia de que finalmente, el banco, propietario del piso en el que vive con su familia, ha retirado la denuncia y este viernes no será desahuciada tal y como estaba programado, por cuarta vez. Sus vecinos, que la han arropado y cuidado durante todo el proceso, llamaron a todas las puertas posibles, igual que ella, y la presión funcionó. Así, finalmente no ha sido ni el juzgado ni la moratoria del Estado ni de la Generalitat quien ha asegurado que esta familia siga teniendo un techo. El clamor popular -y un reportaje en Betevé, siempre al pie del cañón- han hecho que sea Building Center, inmobiliaria de CaixaBankentidad propietaria del piso quien, quien pida la suspensión para abrirse a negociar un alquiler social.

Quienes más hilos movieron para ayudar a esta familia monomarental fueron los miembros del Sindicat d'Habitatge de La Sagrera y la comunidad educativa de la escuela El Sagrer, donde estudia su hijo mediano, lo hizo el mayor, ya en el instituto, y lo hará la pequeña, todavía en el jardín de infancia.

Los antecedentes

Unos meses antes de que a Rebeca le finalizara el contrato de cinco años alquiler social a 100 euros al mes que tenía firmado con la propiedad, recibió una llamada de la propiedad. "Me dijeron que me renovaban el contrato, pero que me cobraban 900 euros. Les dije que era imposible. Después me dijeron que me bajaban a 800 euros, pero también era imposible. Llegaron a bajar a 700, pero eso no es un alquiler social, no lo podía asumir", explica la mujer, quien está sacando a sus hijos ella sola cobrando la renta mínima.

La denunciaron, fue a juicio y perdió. Ahí empezó la pesadilla de los desahucios. Pesadilla para ella y para sus tres hijos. El programado para este viernes -parado in extremis horas antes- era el cuarto intento. "Yo nunca me he negado a pagar un alquiler social. Al contrario, lo hice durante cinco años y es lo que pido ahora", insiste la mujer, quien lo que peor ha llevado durante todo este tiempo es cómo explicárselo a sus hijos. "El mayor tiene 14 años -señala-, una edad muy mala para vivir estas cosas, y el mediano, de cinco, hace preguntas que no sabes cómo contestarle. '¿Dónde vamos a ir, mama? ¿Por qué nos echan?'".