“Miguel nació en Madrid y Gila se hizo en Zamora”. El periodista Rufo Gamazo, colaborador que fuera de LA OPINIÓN DE ZAMORA, con laureada trayectoria, fue uno de los muchos amigos que el cómico tuvo durante su estancia en la capital zamorana. Pero, más allá de las colaboraciones y actuaciones en Radio Zamora, sus viñetas en Imperio, y su participación en espectáculos en salas de la ciudad, la epifanía del humorista tiene nombre de mujer, de su primera mujer. De la que el propio Gila apenas refiere unas líneas entre la burla y el desprecio en su autobiografía, sin llamarla por su nombre. En otras publicaciones, esa aparente sombra que, siguiendo el relato del cómico, habría pasado con más pena que gloria por su vida, solo aparece con su nombre de pila: Ricarda. Como si Gila hubiera tratado de borrar toda una etapa, ayudado por la discreción que guardó su exesposa zamorana durante toda la vida. Este mes de julio se han cumplido veinte años de la muerte del humorista sin que haya habido, hasta ahora, una revisión de su biografía que rescate la figura de su primera esposa.

Pero Ricarda Alfonsa García de la Iglesia, familiarmente conocida como Chava, distaba mucho de ser alguien anodino y un mero casamiento por conveniencia, como pretende Miguel Gila. Quienes conocieron a Chava describen a una mujer talentosa, culta, independiente, con un fuerte carácter y un sentido del humor agudo, un tanto negro, a veces. A mucha distancia intelectual del Gila que llegó al cuartel del Regimiento Toledo en Zamora en el año 1940, para una mili de cuatro años. Él mismo se encargó de relatar su niñez humilde: su padre, enfermo, murió en una silla de hospital, a la espera de cama, tan solo dos meses antes de que naciera. Su madre se volvió a casar y su padrastro no quiso saber nada de él, así que se crió con sus abuelos paternos en la calle Zambrano de Madrid. Ese monólogo sobre su nacimiento: “Cuando nací, mi madre no estaba en casa…”, bien puede ser el esperpento, el espejo deformado de una niñez de estrecheces que lo obligaron a dejar la escuela a los 13 años. Y ese mismo símil valleinclaniano valdría para interpretar la mayoría de sus narraciones hechas a golpe de teléfono en el escenario, incluida su participación en la guerra con episodios como el del fusilamiento en Córdoba que, según algunos de sus allegados, estaría, como mínimo, “adornado”.

Gilla, junto a José Luis Ozores CORTESÍA MIGUEL ÁNGEL GONZÁLEZ/RADIO ZAMORA

Ricarda era la segunda hija del matrimonio formado por Emilio García (natural del pueblo zamorano de El Pego) y Marina de la Iglesia (descendiente de Corrales del Vino), que tenía otros tres hijos: Manolo, el único varón que ejerció como chófer de la ruta Zamora-Madrid de Auto-Res, Alfonsa y Marina, la pequeña. Ninguno de quienes la conocieron y aún viven para contarlo, sabe, a ciencia cierta, de dónde le vino el sobrenombre de Chava. “Quizá fuera el propio Gila”, aventura Marina, sobrina que convivió con ella en Madrid mientras estudiaba y una de las que mejor conocieron a la zamorana. Ricarda nació en El Pego en 1915. Era, por tanto, cuatro años mayor que Gila, nacido en 1919, y tenía el título de maestra, obtenido durante la II República. Fue una de las enseñantes represaliadas tras la Guerra Civil. Su nombre figura entre los expedientes de depuración abiertos por el régimen, según puede consultarse en la web de la Asociación Innovación y Derechos Humanos. Entre las fotos que su sobrina Marina conserva figura alguna imagen de excursiones con grupos de izquierda en una época en la que la militancia progresista no era extraordinaria en España ni tampoco la conciencia de las mujeres en pro de la igualdad hasta conseguir el derecho al sufragio universal en 1933.

Sus padres regentaban en los años 40 una fonda en la calle de Los Herreros, la pensión Marina, donde se alojaron muchos estudiantes. Su sobrino nieto José Luis Esteban escuchaba la historia de Chava por boca de su madre y de su abuela (prima carnal de Marina, la madre de Ricarda): “No se dejaba pisar. Tenía mucho talento, desparpajo, elegancia, era toda una señora y muy atractiva. Le gustaba leer, sobre todo poesía”.

Así que la zamorana ni era una pobre mojigata ni una maestrilla de provincias deslumbrada por un genio humorístico, como parecen retratar tantos escritos sobre la vida de Gila. En su libro “Entonces nací yo” espeta: “Me casé porque en Zamora hacía mucho frío. Nunca hubo amor ni cariño”. Y da a entender que, de paso, se ahorraba la pensión, donde los padres de Chava dispusieron una habitación para ellos. Porque las deudas de dinero fueron fieles compañeras de la vida del cómico hasta el final de sus días. Y eso fue una, aunque no la única ni la definitiva, de las causas de los desacuerdos de la pareja.

La imagen creada por el propio Gila es la de un represaliado político, voluntario con el Ejército republicano y encarcelado hasta 1942, año en el que fue obligado a una mili de cuatro años en Zamora. La realidad es que su incorporación al Regimiento Toledo se produjo en 1940, dos años antes de su teórica salida de la cárcel. Fue durante esa larga mili de cuatro años cuando mostró curiosidad por el mundo de la radio, donde entabla relaciones de amistad con un locutor mítico, Vicente Planells, otro “caído en desgracia” proveniente de Cataluña y personajes de la vida zamorana. Entre ellos, muchos ligados directamente al régimen franquista. Jacinto González, dueño de Radio Zamora movió los hilos necesarios para obtener los permisos de las autoridades militares para su entrada en la emisora. Para Gila se abría un mundo en el que llegaría lejos gracias a su ingenio, pero también con el apoyo de Chava y de otros muchos personajes de la vida diaria de la Zamora de los años 40 como el artista Julio Mostajo, o los vinculados a la radio como Daniel Pérez Hariná, Pedro Ladoire y zamoranos de a pie como Conrado Eguaras. “Gila, junto a Vicente Planells revolucionó el cuadro de teatro de la emisora de radio”, nacía otra forma de hacer espectáculo radiofónico. La radio zamorana era la gran beneficiada de tanto talento en exilio interior, admite Miguel Ángel González, actual director de la SER zamorana. Y en el caso de Gila, había contrapartida: “Para mí, aquella emisora era la universidad”, confiesa en sus memorias.

Una primera etapa en Zamora se cierra en 1944 según la autobiografía de Gila, cuando es destinado con el Regimiento a sofocar la insurgencia de maquis en el Valle de Arán. “Atrás se habían quedado Zamora (…) y lo que es más triste, me han alejado de mis compañeros de la radio”. Acaba destinado en Sort y asegura haber desertado en uno de los permisos. “Nunca más volví al Pirineo, ni al Ejército, no me detuve a pensar en las consecuencias. En el Ejército no debieron notar mi ausencia y si la notaron yo no me enteré, tal vez pensaron que me habían matado los maquis”. Si el relato suena surrealista, resulta del todo increíble cuando se comparan fechas. La invasión de Lérida tiene lugar entre el 19 y el 24 de octubre de 1944 y la boda por la Iglesia entre Miguel Gila Cuesta y Ricarda García de la Iglesia está fechada el 4 de noviembre de ese año en el libro de matrimonios de la parroquia de San Juan, en la Plaza Mayor de Zamora.

Ricarda García, en otra imagen CORTESÍA DE LA FAMILIA GARCÍA DE LA IGLESIA

El relato de Gila prosigue dando por finalizado ese matrimonio tras la ausencia. “Me fui a Zamora y me incorporé a mi trabajo en la radio y a mi matrimonio, que, si ya era poco apasionado, con mi alejamiento se había enfriado totalmente”. Además de en la radio, colabora habitualmente con Imperio, cabecera periodística de la Falange, donde, al principio firma con el seudónimo “XIII” unas viñetas donde se reconoce perfectamente el estilo que se haría famoso en La Codorniz. En 1949, la firma que emplea ya es la de Gila. También hacía sus pinitos en el campo periodístico, tal y como recordaba Rufo Gamazo, con secciones fijas: “En Tiritos se burlaba de los consultorios amorosos, de los partes facultativos y de la patosería del disco dedicado. En Cartas a Mamuchi contaba a su manera novedades de la ciudad y en Teatro para Enanitos se atrevía con la moda del absurdo. Publicó algunos romances, inventó refranes y seudosesudos comentarios de política internacional. Puede el lector figurarse lo que diría bajo el título Así empezó la guerra de Palestina”, concluía el que fue uno de sus mejores amigos y testigo de que la Chava, “una zamoranita muy zamorana”, como la describe, no permanecía al margen de la actividad profesional del cómico. Sin embargo, la situación económica era precaria. Y Chava toma la iniciativa de nuevo colocándose como cajera en unos grandes almacenes en la céntrica calle de Santa Clara, Siro Gay, mientras Gila avanza en su sueño del espectáculo y se procura la formación a la que no tuvo acceso. Era común que pidiera libros prestados en la antigua Librería Religiosa.

La zamorana conocía y era conocida por sus amigos, incluidos los que fue fraguando entre los actores cuyas compañías recalaban en Zamora y en particular con los hermanos Ozores, con los que mantendría amistad durante muchos años “y que la ayudaron mucho”, asegura Marina de los Ríos. Alguna chanza recibió el humorista al narrar una de sus múltiples ocurrencias que formaban parte de sus monólogos: “Eso te lo ha escrito Chava”, decían, un comentario que no debía sentarle nada bien al cómico.

En 1949 (un 18 de julio, ya es casualidad) Gila firma el primer contrato laboral con Radio Zamora como redactor radiofónico. Causa baja el 31 de marzo de 1951, cuando se va a Madrid y con él su esposa zamorana, que acabaría fijando para siempre su residencia en la capital española. Primero en un piso de la calle Carranza. Posteriormente adquieren un segundo piso en la calle Comandante Zorita. Gila despuntaba como viñetista en La Codorniz y era uno de los cómicos preferidos de Carmen Polo, la mujer de Franco. Y como tantos otros artistas de la época, acudió en varias ocasiones a actuar para ella en el palacio de La Granja de San Ildefonso.

Las infidelidades eran una constante por parte del cómico que reconoce que su esposa, “más despierta que él”, estuvo siempre al corriente de todo. Esa “pasión” que Gila niega que existiera jamás entre Ricarda y él, parece encontrarla a menudo en sus aventuras con otras mujeres con las que bastan unos pocos días para sentirse enamorado e incapaz de emprender la vida que ansía por vivir en un país donde, entonces, no existía “ni la separación ni el divorcio”. Relata varias aventuras, aunque no menciona a Carmen Visuerte, la mujer con la que tuvo un hijo y una hija, Carmen, que solo logró el apellido cuando su padre falleció, ya que se negó a reconocerla.

Los constantes devaneos acaban por determinar la separación oficiosa de la pareja. Gila asegura haber vuelto al piso de la calle Carranza por propia voluntad, aunque sigue acudiendo al domicilio conyugal. “Un día, una criada que tenía mi mujer me dijo: ‘Señor, mientras usted duerme la señora le registra la cartera y le saca de ella dinero. Por favor, no le diga nada, pero no quiero que, si echa usted en falta ese dinero, crea que he sido yo’. A partir de entonces no volví nunca más por Comandante Zorita”.

La familia de su exmujer opina que en esa ruptura tuvo mucho que ver el hartazgo de Chava. Gila se había hecho un asiduo de la noche madrileña, viajaba con los espectáculos y los ingresos a duras penas permitían cubrir las necesidades básicas de la casa. En Madrid, lejos de su entorno más cercano y a mediados del siglo XX, en pleno franquismo, una mujer no podía tener posesiones ni trabajar sin permiso del marido si estaba casada.

Hay biógrafos que fechan en 1951 la separación. El cómico en el 53. Marina de los Ríos recuerda, sin embargo, con nitidez, que sus tíos vivían bajo un mismo techo cuando el cómico ya hacía giras en Hispanoamérica, incluido Cuba. Su marcha definitiva a Buenos Aires en los años 60 más que al “hartazgo de la dictadura” que esgrimió tirando de la imagen construida de represaliado del régimen, se debió a la interposición de una denuncia por adulterio de su mujer “que solo intentaba que le diera lo que legítimamente le correspondía. Y sí, a casa venían a ver a mi tía personas cercanas a él para decirle que quitara la denuncia o tendría que abandonar España”, como sucedió.

La discreción de Ricarda la llevó a callar su versión de los hechos, a pesar de lo contradictorio con lo publicado en todos los medios de comunicación durante la vida del artista y después de su muerte, hace ahora veinte años. Cuando se reinstaura el divorcio en España y lo obtiene, Gila ya había formado otra familia en Buenos Aires con María Dolores Cobo que, a la postre, sería su viuda.

La zamorana siguió su vida como había hecho hasta entonces. Hasta llegó a probar suerte en el cine trabajando como “script”, pero lo dejó cansada del ambiente que la rodeaba. Quedaba mucho para la llegada del “Me Too”. Nunca más volvió a casarse. “Mi tía tenía salidas para todo. Una vez fuimos a que se renovara el DNI y el policía le dijo: ‘estado civil, separada’. A lo que contestó: ‘No señor, separada no, abandonada’”.

Según el cómico, dejó a su primera esposa el piso de Comandante Zorita, otro en Mallorca y un chalé en Benicasim, además de dinero en concepto de pensión. Su sobrina Marina contrapone otros hechos: “El piso de Comandante Zorita tuvo que pagarlo mi tía con ayuda de sus padres porque no estaba pagada la hipoteca”. Y hasta ahí el “reparto de bienes”. La ley para reparación a los maestros depurados devolvió a Ricarda algo más preciado: la actividad docente. Dio clases en varios pueblos de los alrededores de Madrid antes de jubilarse. En 1995 volvió a Zamora para ingresar en una residencia en la localidad de Villaralbo. Sobrevivió a su exmarido y falleció en 1997. Fue incinerada. Sus cenizas, esparcidas en un lugar amado por ella que la familia se reserva. Al fin, Ricarda, Chava, vuela libre, alejada de mentiras y fabulaciones.