«Cuando vi que en Twitter la gente ponía que Rosalía era bisexual me dije, ‘qué guay’, porque para nosotras que alguien de esa relevancia salga del armario pues nos hace más libres. Luego escuché la canción de ‘Linda’ y vi que era la misma mierda de siempre». La que habla es Rocío Esperilla (Badajoz, 1991). Hace referencia a la parte en la que la cantante catalana le dice a su dúo Tokischa: «Nos besamos pero somos homies». Esperilla explica a este periódico por qué hizo un pequeño vídeo sobre ello: «Es que a las lesbianas se les sigue visibilizando para el sexo y como relación se ve como una amistad. Lo que siempre decimos: oye, que no somos amigas, que nos comemos el coño», afirma rotunda. 

Esta pacense ha trasladado su activismo a redes sociales como TikTok e Instagram, donde cuenta con miles de seguidores: «Empecé a hacer activismo en la calle en 2018, pero con la pandemia todo se paró y me parece que las redes son muy buenas herramientas de difusión. Se nota que hay poco contenido y las lesbianas y bisexuales nos agarramos a él como un clavo ardiendo», cuenta. Para Esperilla, una de las grandes satisfacciones de su actividad en redes es poder ayudar a la gente joven: «Me llegan mensajes de menores que están confundidas con ciertos términos y es muy bonito poder ayudarles. Nosotras, cuando éramos pequeñas, los contenidos los teníamos que intuir. Recuerdo la serie 'Xena, la princesa guerrera', en la que de la pareja de mujeres protagonistas podrías decir ‘uy, parece que son lesbianas’ o en 'Buffy, cazavampiros', que eran personajes secundarios. Yo tardé mucho en salir del armario y cuando lo hice mi necesidad de referentes era brutal», recuerda. «Me acuerdo que leí un poema de Sor Juana Inés de la Cruz, y me sonaba lésbico, entonces me puse a buscar y aprendí sobre su relación con la virreina de México. Lo que yo necesitaba era conocer a otras mujeres que habían pasado por lo que yo sentía», añade.

Rocío Esperilla, activista pacense en redes. EL PERIÓDICO

La falta de referentes 

A esa falta de referentes también alude Victoria Donaire (Trujillo, 1989), que reconoce sobre su homosexualidad que «le costó verbalizarlo». Sin embargo, Donaire encontró un referente más cercano de lo que esperaba: «Yo tuve mi primera novia en el pueblo con 16 años, en secreto. Después mi hermana gemela y yo nos vinimos a estudiar a Cáceres. Ella empezó a salir con una chica y salió del armario con mi familia antes que yo, entonces para mí ella fue una inspiración», rememora. «Nos faltaban referentes tanto en el cine como en la televisión, no teníamos el mismo acceso a internet. A día de hoy ya hay más pero no son suficientes: por ejemplo en las películas de Disney, que todavía no se atreven», expone.

Tanto Donaire como Esperilla coinciden en su primera serie «revelación»: ‘The L Word’, emitida de 2004 a 2009 y que relata la vida de un grupo de amigas lesbianas que viven en Los Ángeles. Las dos llegaron a ella cuando ya intuían que no eran heterosexuales. 

«En todas las series donde hay una pareja de mujeres, casi siempre, tienen un final trágico», dice Donaire. «Yo he estudiado Comunicación Audiovisual y lo que ocurre es que las lesbianas suelen ser personajes secundarios que además son impostados, o sea, que su único fin es ser el personaje lésbico. Entonces, cuando se rompe esa tensión sexual que tenían con otro personaje, los guionistas no saben qué hacer con ellas y las matan», tercia Esperilla.

Este hecho generó un revuelo mundial en redes en 2016, cuando en la serie 'Los 100’ mataron a uno de los personajes, Lexa, tras estar con la otra protagonista, Clarke, lo que generó todo un movimiento en internet para acaba con el «síndrome de la lesbiana muerta» en los productos audiovisuales.

Otras formas de violencia

Pero más allá de las representaciones culturales, las lesbianas también sufren la violencia del mundo real en la que se combinan misoginia y homofobia. «Es verdad que los hombres están sometidos por lo general a una violencia más brutal, agresiva. En las mujeres se parece más al acoso sexual. Como mujer, aunque seas hetero, te persiguen, pero además a nosotras, si por ejemplo vas con tu novia de la mano o te das un beso, nos hipersexualizan. Aunque también recuerdo la brutal paliza que le dieron a una pareja de lesbianas en un autobús en Londres en 2019», expone Esperilla. «La violencia contra las lesbianas existe, podría ser distinta en el sentido de que es menos física, más a nivel psicológico», opina Donaire. Esta activista trujillana también explica que las vivencias de las lesbianas se relacionan a «nuestra educación como mujer. Lo que tenemos interiorizado de ‘no te expongas’. Esto es un arma de doble filo porque, por un lado, puede ser más cómodo pero, por otro, no estás siendo honesta contigo misma», dice.

Victoria (izquierda) con su hermana gemela Charo (derecha). EL PERIÓDICO

Sodomía femenina

«Históricamente, la invisibilidad lésbica va unida a cómo se ve la sexualidad de la mujer. Siguiendo nuestra tradición occidental, el rol de la mujer es por un lado pasivo pero por otro ella también tiene una conexión con la naturaleza, un poder (la menstruación, el parir…), un potencial salvaje del que hay miedo a que se desborde», explica Paco Molina, profesor de secundaria y tutor en la UNED de Lógica, Historia y Filosofía de la Ciencia. «Ahí aparece el varón para regular y controlar ese poder», añade.

Molina remacha que lo lésbico se ha ocultado tal y como se ha hecho con todo lo relacionado con la sexualidad de la mujer: «Eso no quiere decir que no se haya estudiado. Sinistrati D’Ameno (un padre franciscano del siglo XVIII) hablaba de la ‘sodomía femenina’ y decía que las mujeres utilizaban ‘instrumentum’ para llevarla a cabo», cuenta. Este experto recalca que en el lesbianismo se han conjugado tanto ese «miedo a la autonomía» de la mujer como el pensar que «si no hay varón cómo va a haber sexo, lo que cuadra con el imaginario pornográfico del trío entre dos mujeres y un varón en el que el centro del placer es él», apunta.

Un imaginario que, cada vez más, se va desmoronando, gracias a la visibilidad por la que luchan mujeres como Victoria, Rocío y tantas otras. 

Ya lo desbarataba Sor Juana Inés de la Cruz en el siglo XVII. Escribía a María Luisa Gonzaga: Pues desde el dichoso día / Que vuestra belleza vi, / Tal del todo me rendí, / Que no me quedó acción mía. / Con lo cual, señora, muestro,/ y a decir mi amor se atreve, / Que nadie pagaros debe, / Que vos honréis lo que es vuestro. 

EL TESTIMONIO

Ana Fraile, en una de sus clases. EL PERIÓDICO

«Quien no nos vea es porque no quiere vernos»

Una liberación. Eso supuso el descubrimiento de su orientación sexual para Ana Carmen Fraile (Badajoz, 1964) cuando tenía 30 años. Una vez que lo supo, todas las piezas de su vida pudieron encajar: «Yo fui religiosa de los 18 a los 22 años. Te quiero decir que mi vida cuando era joven no estaba orientada a buscar pareja, sino a mis estudios y a tener un trabajo. Una vez que ya estaba situada, empecé a preguntarme por qué no encontraba a alguien», recuerda. 

Fraile no se considera activista, pero formó parte de la puesta en marcha tanto de ‘De par en par’ (organización LGTBI pionera en Extremadura) como de ‘Extremadura Entiende’. «No me convencen las etiquetas. Las entiendo porque es más fácil para comprender el mundo pero también me parece que es generalizar y que cada una tenemos nuestra propia realidad. Lo que para mí fue una liberación para otras muchas supuso un calvario», afirma.

Fraile recuerda que «nunca» se le ocurrió que podría ser lesbiana porque en aquel momento no había ningún referente. «Estaba bastante ciega. Es que nunca se me había ocurrido. Menos mal que algunos amigos me decían ‘¿No serás que buscas en la dirección equivocada?’», rememora. «Hoy en día es diferente. No sé si será suficiente pero la información está ahí. Quien no nos vea es porque no quiere vernos», añade.

Fraile se muestra «ingratamente sorprendida» por los últimos casos de violencia que han transcendido sobre el colectivo: «No entiendo que se agreda a una persona por ser diferente. Tengo la suerte de que nunca he sufrido nada de eso, quizás porque empecé a vivir con mi pareja muy pronto y nunca hemos tenido la necesidad de arrumacos en la calle», expone. «Hay una anécdota de cuando empezamos, hace muchos años, que aún nos hace gracia. Fuimos a Toledo o a Cuenca y reservé una habitación con cama doble. Cuando llegamos al hotel el recepcionista pensaba que hubo un error y nosotras le dijimos que ‘tranquilo’, que no pasaba nada», ríe. «Claro, en las mujeres, por lo general, no es tan evidente como con los hombres con pluma. Nosotras (su pareja y ella) podríamos pasar por hermanas», argumenta.

En cuanto a la lucha LGTBI, y de las lesbianas en particular, Fraile reconoce que «parece que antes fue la lucha del hombre gay y ahora del mundo trans, no estoy segura de cuándo es el tiempo de las lesbianas, o quizás no haga falta», dice. Lo que tiene claro es que «nadie tiene que dar ningún paso atrás, porque los derechos son muy fáciles perderlos. Todas tenemos que dar más pasos adelante».