Hay que ver lo bien que se muere uno en el metaverso, la red social antes (y deduzco que durante mucho tiempo) conocida como Facebook. Uno fallece y en menos de lo que tardan en embalsamarte ya te han hecho el post. "Hoy nos ha dejado el autor de mis días...", seguido lo cual, el firmante del texto se explaya glosando la figura del fenecido con una narración más o menos aseada, emotiva y sincera, de lágrima rápida, apoyada inmediatamente por 294 comentarios -más que seguidores-, la mayor parte de los cuales están escritos por los que pasaban por allí a cotillear un rato y en los que se aprecia la pereza de quien da el pésame, de modo que el muro del familiar se puebla de DEP, DEP, DEP, que la tierra te sea leve, DEP, DEP, descanse en paz, era un hombre bueno y poco más, que en lo de acompañar en el sentimiento hemos sido siempre gente de pocas palabras.

Leí hace tiempo a un articulista, que tampoco sabía muy bien qué decir en estas ocasiones, que había resuelto decantarse por la fórmula de "no te digo nada", que lo mismo le servía para un funeral que para un cumpleaños que para unas bodas de plata. Lo único que debía hacer era cambiarle el tono a la frase, de efusiva a dramática, según la circunstancia. Feliz cumpleaños, no te digo nada. Lo siento mucho, no te digo nada. Lo probé y funcionó. No te digo nada. Dado que la mayoría de los que dan el pésame en el metaverso no se acercarán por el tanatorio, voy a dejar dicho antes de morirme que quien lo notifique en redes al menos informe del número de sala, el día y la hora, porque si una cosa positiva tiene Facebook como escaparate de obituarios es que te ahorras la esquela.

Utilizo poco esa red, pero cada vez que entro me encuentro más a menudo con necrológicas, gente que reza, aficionados a la escritura y a la barbacoa del fin de semana. Y también, lo admito, para ver quién se ha muerto. Es entonces cuando advierto que he atravesado una edad irreversible, la misma que tenían aquellos señores mayores que compraban el 'ABC' para ver las esquelas. Para alejar de mí temporalmente la consciencia de haberme convertido en un cincuentón, llego a la conclusión de que lo que ahora se reinventa como metaverso es una red para quienes pasamos la media centuria sin rastro de aquella juventud de la primera década del siglo en que Facebook se creó, y en la que nos zambullimos para ver qué había sido de aquella chica o chico que se convirtió en el amor imposible de nuestros bachilleratos. Y resultó que esa misma gente también nos buscaba a nosotros, y que crecimos y envejecimos con esa red, hasta que un día vas y te mueres y alguien lo escribe, y nuestra muerte se mide en likes, y entonces no puedes ver cuántos me gusta tiene tu muerte porque ya no estás.

Si me tengo que morir en una red social prefiero Facebook a Twitter. Te mueres en Twitter y siempre hay alguno que se alegra. Si viviera Juan Belmonte preferiría morirse en Facebook antes que en la plaza, pero nunca en Twitter. A diferencia de ésta, tan proclive al conflicto, o de Instagram, que proyecta de manera impostada la imagen idílica de nuestras vida, Facebook conserva cierto aire amable, anquilosada en el desahogo de cincuentones, obituarios, avemarías y la paella del domingo, y donde esa misma gente agradable trata de mantener a raya a los trols, que en Facebook son animalillos en formación que prefieren mudarse a Twitter para dar allí la brasa.

Sin embargo, es en ese foro decadente donde sigue estando el negocio. La muerte y la barbacoa continúan en escalada alcista. Twitter perdió dinero el primer año de la pandemia y también en 2021, cuando antes de acabar el ejercicio anunciaba otro saldo negativo por encima de los 400 millones de dólares. La compañía de Zuckerberg, por el contrario, se movía en el tercer trimestre en 29.900 millones de dólares en ingresos y 9.200 de beneficios. En el nacimiento de Twitter, los usuarios 'fundadores' consideraban la red una herramienta sencilla para gente inteligente, en oposición a Facebook, a la que despreciaban por tratarse de una plataforma inteligente para gente sencilla. Apelaban al prestigio de una frente a la simple cotidianidad de la otra. Prestigio. Entre quién, entre cuántos. Hasta que los mercados pusieron a cada una en su sitio y dio la cara la gran paradoja. El odio no cotiza. La muerte, sí. Como los tanatorios, sigue siendo un valor seguro.

@jorgefauro