Hay un porroncito de humanos que hemos escogido el mundo del toro para chapotear en él. Lo decía Cela: «Es un mundo abigarrado, caricaturesco, vivísimo y entrañable en el que vivimos los que un día soñamos con ser toreros». Cela puede que lo soñara. A mí, hasta el sueño de ser torero me vino grande. Pero este mundo me da el aire. Y vuelvo a él. Vivir no es ir, vivir es volver. Volver a trocitos de felicidad que, como jirones, se nos van enredando en la memoria. Olivenza, por ejemplo.

Eso aunque al volver echemos en falta a los que ya no están. Hay una edad en que el paso del tiempo depende de las bodas, los bautizos y hasta de las comuniones. Yo ando ya metido en funerales. Olivenza, por ejemplo. El jueves, en el castillo, Felipe Albarrán dictó ‘laudatio funebris’ por los ganaderos de aquí que se nos han ido desde la última feria. Se fue Borja Domecq. Y se fue José Luis Iniesta, mi amigo de tantos caminos cruzados. Y Cipriano Píriz, que es decir Olivenza, y gente de una pieza. Y se fue, en silencio, como era su costumbre, Don Arcadio Albarrán. Don Arcadio, así, con el don por delante, como quien plancha la muleta en los hocicos del toro. Y José Luis Vasconcellos, que aunque no estaba anunciado en el cartel de los laudados, estuvo en las emocionadas palabras de Felipe. Felipe es de género pregonero. Lo suyo termina siempre con un rotundo «he dicho», aunque los aplausos, en ocasiones, aprieten desde antes. Tengo para mí que es una de las mejores plumas extremeñas. Léase de nuevo aquel “Gorrión de coronarias” escrito con tinta sangre de quirófano. Léase lo que algún día escribirá. Yo se lo tengo dicho: Felipe, que somos mayores, no te me mueras sin escribir la novela extremeña del toro, la de las gentes del toro de aquí, la del campo bravo de aquí, la que está por escribir y en la tinta de tu tintero duerme. No te eches atrás, torero.

Tendido de la plaza de toros de Olivenza. F. Valbuena.

Olivenza es un mar de toros. Y de gentes venidas de luengo. Los de Vitoria, por ejemplo. Ha muerto Luis. Ramón está malito, este año no ha podido. Los demás siguen cumpliendo. Quince o veinte años ya. Al final de lo de Felipe no se atrevieron a saludar al alcalde porque dicen que ya han “tumbao” a tres o cuatro alcaldes. Se lo digo a Berna Piriz y me contesta que no pasa nada, que le saluden... El tiempo… que va pasando.

Acceso al castillo. F. Valbuena

El tiempo frío... Hace frío. Es invierno, tampoco es del todo raro. Pero la plaza del Castillo es especialmente umbría. Hay menos ambiente que en la carpa de años anteriores. Esto está un tanto desangelado. El fin de semana será distinto, sin duda. Hace frío. Dentro del castillo una magnífica exposición sobre los veinticinco años de alternativa de ese huracán del espíritu que es Antonio Ferrera. Un poco de todo. También su medalla de Extremadura. ¿Para cuándo otro torero distinguido con tal? ¡No será por falta de toreros extremeños de mérito! Está allí también su primer vestido de luces; y allí me entero que para su alternativa mandó coser uno exactamente igual ¡Qué hondos misterios del alma encierra esa decisión! No me negarán que vivir es volver a vivir. El mismo terno, blanco y oro. Y los mismos bordados. Como si vistiéramos las cicatrices con el manto de la primera tarde, con la voluntad inquebrantable del niño que quiere ser torero. Ahí les dejo el misterio…

Olivenza es volver al Maíla. Volver a la duda de si es Maila o Maíla. La doctrina se inclina por Maíla, pero de ser la inclinación acertada le faltaría el acento al rótulo. No lo sé. Solo sé que se come bien. Esto es el ojo del huracán antes y después de la corrida. Junto a mí, en la mesa más cercana, Cristina Sánchez. Viene, además de como apoderada de Ferrera, como eso y más de Raquel Martín. Palabra de quien esto firma que estoy enamorado de Raquel Martín. De todo y de cómo torea más. Tiene que ser. Será. De Salamanca. Yo me metí el veneno del toro por un salmantino, que vino a nacer, como todos, donde le cuadró a su madre: Julio Robles. Mi amigo Paco Cañamero está escribiendo sobre los cincuenta años de alternativa de aquellos dos gigantes: Robles y Capea. Aquí, en Olivenza, enamorado de Raquel Martín. Aquí esperando las letras de Paco. Salamanca necesita toreros. Más toreros. Raquel Martín, por ejemplo

Van y vienen. Cristina le pide seis entradas para mañana a Pepe Cutiño mientras yo me zampo un soberbio guiso de cardos y almejas. Un guiso de prosapia vascongada; con sus marecitos cantábricos para hundir barquitos de pan. Mañana (hoy para ustedes) judiones con rabo y merluza de pincho. 

Olivenza, dos años después. Volver a vivir.