Recorrer Europa hasta Cabo Norte es el sueño de cualquier motero. Una aventura al alcance de cualquiera con el avance tecnológico de las motos de hoy en día. Sin embargo, un viaje así sería impensable hace sesenta años, cuando recorrer el país de punta a punta sobre dos ruedas era casi una locura. Ese es el reto que se ha propuesto Juan Bautista Blanco, de 70 años, junto a su mujer, Rosa Martínez, que el pasado domingo partieron a lomos de su histórica Montesa Impala de 1962 desde Redondela (Galicia) rumbo a Barcelona. El objetivo es asistir el sábado a la Impalada, la concentración anual que realizan los amantes de este mítico modelo, que esta edición cumple su sesenta aniversario.

“Para todos los que nos gustan las motos, y en concreto este modelo, esa cita es una fecha señalada cada año en el calendario. El paso de los años ha convertido a la Impala en una de las motocicletas clásicas más preciadas, casi un objeto de culto para los aficionados, y se demuestra cada edición de la Impalada en la que se reúnen más de 500 motos llegadas desde todas partes del país”, explica Juan Bautista. Esta será la cuarta vez que asista a la concentración catalana, donde en 2013 fue premiado como el asistente desde el punto más lejano. “Salimos con varios días de antelación porque nos lo tomamos con tranquilidad, con etapas de 300 o 400 kilómetros, siempre por carreteras nacionales. Son unos 1.200 kilómetros pero importante es disfrutar del viaje porque yo, con 70 años, ya no creo que vuelva a hacerlo”, comenta. A los problemas oculares que tiene desde hace tiempo, para los que tiene que viajar regularmente a Barcelona para pasar revisiones, se añade que hace seis meses se rompió una cadera por una caída en su finca. Pero ni siquiera el paso por el quirófano le frenó en sus ganas de una nueva aventura sobre su querida Impala, que tiene tan cuidada como si estuviera recién salida de fábrica. “No podía perdérmelo, me hace especial ilusión porque es una fecha especial ya que coincide con los sesenta años de la creación de este modelo y también de mi moto, que fue una de las primeras series que salieron de la fábrica”, indica Juan Bautista.

Detalle de la Montesa Impala. Alba Villar

La afición de este redondelano por las motocicletas le viene de familia, puesto que se crio entre olor a gasolina. Su padre regentaba un taller de venta y reparación de motos y bicis en la villa, J. Bautista, que años más tarde pasaría a manos de Juan, una labor que compaginaría con su trabajo en la fábrica Citröen de Vigo. “Mi padre tuvo una Impala y a mí esa moto me encantaba ya desde pequeño, así que cuando tuve la oportunidad de comprármela no me lo pensé dos veces”, recuerda. Fue hace veinte años, cuando se encontró una casi en estado de desguace en Cepeda, en la localidad vecina de Pazos de Borbén. “Estaba muy deteriorada, así que tuve que hacer una labor de restauración minuciosa. Incluso tuve que enviar el motor a Barcelona porque le faltaban piezas y la pinté como era original. Así que después de varios meses de trabajo quedó como nueva”, señala con orgullo.

La Impala no es la única moto que guarda en su garaje. También posee una Montesa B46 de 1946, una Brio 110 monotubo de 1962 y una moderna BMW 1150RS, que es la que suele usar de manera habitual para viajar. Aunque a la Impala le tiene un cariño especial y no la cambia por nada. “Es una moto muy sencilla tanto de mecánica como de mantenimiento, y su motor es una roca, muy duro. Nada que ver con lo que se fabrica ahora, este no se rompe nunca. Y me encanta el sonido que tiene, es muy especial, se reconoce perfectamente desde lejos”, dice.

Quizás por eso se atreve a la aventura del viaje con ella a Barcelona. Sabe que no le va a fallar. “Y en caso de avería, basta casi con un destornillador para repararla”, bromea. Y destaca que en sus otras tres ocasiones con las que viajó a la Impalada el único contratiempo que vivo fue una rotura de varios radios de la rueda trasera por el peso. “Lo arreglé poniendo varios que le saqué a la rueda delantera y continué el viaje sin problema”, recuerda. Así que “con la Impala, hasta el fin del mundo”, concluye.