Asclepios, el dios griego de la medicina, había descubierto una extraña planta de efectos milagrosos contra los dolores del cuerpo y del alma. La llamó adormidera, por la feliz somnolencia que provocaba, y no tardó en ofrecérsela a los mortales para que aliviaran el peso de la vida. Pero, lejos de favorecer a los humanos, la adormidera los alejó de la realidad, sumiéndolos en el abismo de la enfermedad, la delincuencia y la exclusión social. Por eso Zeus, dios de los dioses, no tardó en intervenir para fulminar a Asclepios (Esculapio para los romanos) y borrar la adormidera de la faz de la tierra.
Sin embargo, ni siquiera la más poderosa deidad del panteón griego pudo con esta peligrosa planta, como lo demuestra el hecho de que en la época del imperio romano circuló profusamente el opio –verdadero nombre del misterioso vegetal– entre todas las clases sociales. Tal fue el volumen del consumo de opio que el Estado decidió subvencionarlo a las clases más humildes para que éstas no estallaran contra el poder político como consecuencia de un masivo síndrome de abstinencia. En aquella Roma imperial, solo se financiaba con dinero público el consumo de dos productos: la harina y el opio.
Realidad gris
Las drogas evadían de una realidad gris, y el hombre siempre quiere volar más allá, por pasiones inventadas o inducidas, lejos de «los nítidos contornos de lo creado». Por eso, silenciosas y subterráneas, las drogas corroen las sociedades cual adormidera: fragmentándolas, ensimismándolas, alejándolas del quehacer que marca la existencia plena. En la España del siglo XIX se movía mucho más dinero en el comercio de bebidas alcohólicas que en el de aceite de oliva. Los datos precisos pueden comprobarse en la interesante obra coordinada por Miguel Ángel Torres Hernández: Historia de las adicciones en la España contemporánea (Madrid, Ministerio de Sanidad y Consumo, 2009). Este revelador libro nos recuerda que, al menos hasta principios del siglo XX, fueron extendiéndose sin freno numerosas sustancias psicotrópicas al calor de los avances en la ciencia química, que posibilitaron el aislamiento de los alcaloides y la venta masiva de estas sustancias. Cannabis, opiáceos, cocaína, anfetaminas, barbitúricos tuvieron inicialmente un uso farmacológico y terapéutico, pero pronto se trasladaron a las fiestas, a las reuniones de sociedad, a los eventos profesionales y a ese afán continuo por escapar de la gris cotidianidad que al ser humano atrapa. Como ya comprobara Zeus con el experimento de Esculapio, los dramas no tardaron en aparecer y, a la venta libre de estas sustancias, siguió la prohibición por parte de los Estados o su control exhaustivo. A mediados del siglo XX el problema estaba conceptualmente definido: adicción, dependencia. Estos fueron los términos consensuados internacionalmente para aludir a la nueva esclavitud que sufría una parte considerable de la humanidad.
A la edad de 13 años
Este periódico daba cuenta el sábado pasado de una demoledora estadística: «la edad de inicio de los jóvenes extremeños en el consumo de alcohol está en los 13 años». Y Extremadura es, actualmente, la comunidad autónoma donde el número de menores que beben estas sustancias es el más alto de España. La información, firmada por Rocío Entonado, incluía las reveladoras declaraciones de una joven que había logrado salir de su prematuro alcoholismo: «no reaccionas hasta que te dan una hostia de realidad».
Cuando factores claves de nuestra sociedad como la educación o la política caen por la pendiente del espectáculo, convirtiéndose en eslogan y filfa, solo la realidad es capaz de situarnos en el mundo. Y cuanto más se ignore esa realidad, más contundente y sordo será el golpe que nos haga espabilar. Nos lo demuestra la Historia cuando los Estados contemporáneos tuvieron que poner freno a la circulación libre de adormideras, nos lo demuestra el mito de aquel Esculapio aprendiz de brujo y nos lo demuestra nuestro querido Sancho Panza cuando reprendió a su señor, «malhadado en el suelo» tras enfrentarse a unos supuestos gigantes: «¿no le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no los podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza?».
Una norma extremeña
La Junta de Extremadura acertó al aprobar, en 2018, la Ley de Prevención del consumo de bebidas alcohólicas en la infancia y la adolescencia, pero hay que seguir vigilantes tanto en su ejecución como en la concienciación de este silencioso problema que afecta a nuestros jóvenes. Ahora, con razón, se pone el acento en la violencia de género, pero siguen existiendo otras lacras silenciosas sobre las que deberíamos insistir como el consumo de alcohol y otras drogas entre la juventud.