Hay ojos que han visto de todo y que ni cerrados pueden callarse. Es el caso de Jamila, que lleva 18 años trabajando de reportera. Informaba sobre los abusos de los talibanes sobre mujeres y niños en Afganistán para cadenas como la BBC. Un trabajo que la obligaba a cambiarse de casa cada pocos días, a usar un pseudónimo y tomar todas las precauciones y más. Recibió llamadas de los integristas amenazando de lo que pasaría si la encontraban. Un día, embarazada de su niña de 5 años, cumplieron la amenaza. "Los talibanes localizaron a mi marido y lo asesinaron porque yo soy periodista", cuenta. Pero no callaron a Jamila.

Después encarcelaron al hermano de la periodista. Tampoco la callaron. Pero en agosto el terror llegó hasta la capital, Kabul, y los talibanes ya estaban en cada esquina. Había que huir. Jamila limpió las lágrimas de sus hijas y recortó las cortinas de la casa para coser varios burkas. El aeropuerto de la capital no era viable, pese a un vuelo americano que le esperaba. Finalmente cogieron tres coches y cruzaron la frontera a Pakistán con el miedo agarrado fuerte en el pecho. "Podrían haber cogido a cualquiera de mis hijas y raptarlas para casarse con ellas", recuerda.

Llegaron a Islamabad y en diciembre volaron a Madrid con un programa de protección internacional, hasta acabar en el centro que la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) tiene en Sueca. Desde entonces vive aquí, con sus cuatro hijos: Mitra y Marwa (mellizas de 17), Hobaidulah (15) y Rohafza (5). Las mayores aprenden rapidísimo; entienden y hablan castellano como si llevaran años aquí, y la pequeña hasta parla un poquet de valencià. Mitra, pese a llevar medio año en España, ya ha trabajado de camarera en un bar de Cullera. Lo que más le apena a Jamila, un año después de que el terror talibán conquistara Afganistán es que "el mundo se ha olvidado de las afganas. Es una vergüenza, nos han dejado solas".

Rohafza, la hija pequeña de Jamila mientras se tira por un tobogán. LOYOLA PEREZ DE VILLEGAS MUÑIZ

Dice que el miedo es normal, pero que "cuando eliges ser periodista dejas de tenerlo, porque es tu trabajo y tienes que hacerlo". De hecho, insiste en que su futuro está en el país que ahora vive bajo el terror. "Yo amo mi trabajo, y me gustaría poder volver a mi país pronto para poder ayudar a mi gente e informarles de todo lo que ocurre", relata. Pese a todo, un año después está tranquila en España, el primer país donde ha conocido la paz; "es un lugar seguro donde pueden estudiar mis hijas y estar tranquilas".

Ese fue el principal impacto al pisar la península, el goce de derechos que todos damos por sentados. "Aquí tenéis libertad de expresión y eso es una gran oportunidad para los periodistas y para todo el mundo, porque nosotros no tenemos nada de eso en nuestros países, eso es algo fantástico", remarca. Para ella, su trabajo sobre el terreno, con los suyos, es realmente importante: "queremos llevar los problemas mujeres afganas al mundo. Que no nos callen".

La hija de la periodista

Mitra tampoco quiere callarse. Por eso quiere ser periodista, como su madre. "Quiero ayudar a las afganas. En mi país las mujeres ya no pueden trabajar, ni estudiar, ni protestar, ni hablar. No tienen ningún derecho. Pues yo quiero ser periodista, para poder protestar y ser un referente para las mujeres en mi país".

Mitra, la hija de Jamila de 17 años que sueña con ser periodista como su madre. LOYOLA PEREZ DE VILLEGAS MUÑIZ

Tiene bastante claro que no es fácil, pero quiere serlo "porque la gente en Afganistán piensa que una mujer no puede ser todo eso". Al menos lo quiere intentar, aunque su madre le baja los humos durante la entrevista pidiéndole que primero estudie la carrera.

Tendrá que ser aquí en València, porque cuando llegaron los talibanes "cerraron los colegios e institutos y no pudimos entrar. Me quedé en casa triste y llorando, tenía mucho miedo por los talibanes, pero al final se quedó a un lado porque había que salir del país como fuera y nos centramos en eso", cuenta. Ahora en España está muy tranquila, "hago lo que quiero, puedo salir sola, puedo estudiar y me siento súper libre. En Afganistán no podemos salir fuera sin burka sin que nos maten. Es imposible vivir para las mujeres, no somos nada. Los talibanes son unos animales", explica.

Lo sabe y lo ratifica Inma Orquin, reponsable de la oenegé Afghan Women on the Run, que ayuda a Jamila y a cientos de familias como ella a escapar de un país sumido en el terror y encontrar protección en España. Cuenta que a nuestro país han llegado en torno a 2.000 afganos y afganas, pero solo 900 han pedido refugio porque el resto continuó su tránsito hacia Europa. Desde Afganistán es imposible hacer nada, necesita que las familias salgan hacia Irán o Pakistán, donde sí hay embajadas. Critica que "en el estallido de la guerra de Ucrania dejaron de concedernos visados, todo se frenó muchísimo y las familias se quedaron atascadas", lamenta. Ahora explica que las familias van llegando con cuentagotas, poco a poco, y que muchos plazos hasta la resolución de protección internacional para volar a España se han alargado. Pero en general y pese a todo, el Gobierno ha cumplido con la promesa de protección con quienes han llegado.

Mitra y Marwa, las hijas Mellizas de Jamila que tienen 17 años. LOYOLA PEREZ DE VILLEGAS MUÑIZ

Los familiares de Jamila siguen llamando desde su país muy angustiados. "Tenemos a muchas personas todavía allí que nos dicen que están desesperados, que allí no se puede vivir y no pueden seguir allí", explica Mitra. También se la apaga la voz cuando recuerda a sus amigas, secuestradas en sus casas por el régimen talibán, sin posibilidad de salir, como si fuera una cárcel. Todo ha cambiado mucho sin su padre, pero al menos ve posibilidades de estudiar

Mitra se parece mucho a su madre. Y Jamila la mira con orgullo y con la sonrisa de quien sabe que no va a poder hacerle cambiar de opinión porque su hija es como ella, una periodista y una mujer libre que no quiere que nadie la calle. Justo lo contrario a lo que quieren los talibanes. No le parece mal que lo intente, que informe como ha hecho ella. "Las mujeres allí no tienen derechos, no pueden ni hablar ni quejarse de nada. Por eso quiero ser periodista, quiero ser un referente para todas", dice mientras mira con los mismos ojos que su madre.