Bullying

Luis Ángel Díaz, víctima de acoso escolar: "En mi caso se cruzaron todas las líneas éticas y morales"

"Se crece con una imagen destruida de uno mismo y es una mochila para toda la vida", dice el joven sierense, que sufrió bullying de los 4 a los 15 años

Luis Ángel Díaz tras la charla en el Centro de Educación de Adultos de Oviedo.

Luis Ángel Díaz tras la charla en el Centro de Educación de Adultos de Oviedo. / S.A.

S. Arias

Sacar a los agresores del aula. Es una de las soluciones que aporta Luis Ángel Díaz Martín, de Lugones (Siero), para romper con las situaciones de acoso escolar como la que él sufrió desde los 4 a los 15 años, que le llevó a un intento de suicidio que, por suerte, salió mal y le hizo reaccionar, "revivir", tomar las riendas y el timón de su vida. Fue víctima de un problema social contra el que ahora lucha de manera incansable dando charlas como la que ofreció este lunes en el Centro de Educación de Adultos de Oviedo, con la publicación del libro "El niño que murió creciendo, el hombre que vivió muriendo" y quiere estudiar la carrera de Psicología, para poder ayudar mejor a los demás.

Díaz inició su charla exponiendo su caso, pero sin referirse a él mismo inicialmente. Así relató cómo con 8 años tenía ya el acoso verbal totalmente normalizado, que le persiguieran por la calle o le hiciesen el vacío era el pan de cada día. Luego ya personalizó: “Me tocó a mí como le podía haber tocado a otro, mi aspecto físico era peculiar, era bizco, con parche en el ojo y físicamente con orejas raras, cabeza rara. Era un poco rarín y todo eso condicionó el acoso”.

En el instituto las cosas no mejoraron y lo que empezó siendo "bullying" se convirtió en acoso puro y duro. La violencia verbal pasó a ser física llegando incluso a sufrir una violación grupal en los baños del instituto que le "deshumanizó". Fue el punto de no retorno.

Para ahondar en cómo se genera el acoso empezó por el principio y explicó cómo funcionan psicológicamente los agresores y las víctimas, siendo los primeros “impulsivos, irritables y con baja tolerancia a la frustración, con una visión hostil del mundo”. En el caso de las víctimas, las describió como personas “pasivas, tranquilos, cautos y con la autoestima baja, en alerta y silencio permanente para evitar reacciones violentas de sus agresores”. "La ausencia de reacción es como una aceptación implícita de la violencia", agregó.

El joven indicó además que es relativamente fácil advertir el acoso en la víctima ya que esta suele cambiar su carácter y estar entristecida. Si bien esto es difícil en familias disfuncionales por lo que, en muchos casos, pasan totalmente inadvertidos.

Díaz hizo mucho hincapié en las secuelas que sufren en la edad adulta. En el caso de los agresores, destacó, se convierten en “hedonistas del sufrimiento ajeno, siendo falsos narcisistas que usan a las personas para sus fines”. En cuanto a las víctimas, crecen “con una imagen destruida de sí mismos y problemas en las relaciones interpersonales”. Son consecuencias que perduran una vez que finalizan los estudios, insistió, "una mochila para toda la vida".

El joven, de 34 años, pide que se eduque en la empatía y la ética, es decir, enseñar a los niños a diferenciar el bien del mal y no tanto en lo legal e ilegal. “En mi caso se cruzaron todas las líneas éticas y morales, no se detienen al llegar a lo alegal”, añade.

En este sentido puso el foco de atención en que el acoso escolar "se produce en una superioridad numérica de grupo", de ahí la importancia de educar en el bien y el mal a los menores para que sean capaces de denunciar o parar una situación de acoso.

Por eso considera que es necesario sacar a los agresores del entorno donde tienen el poder, “con lo que se pretende que tengan una actitud más sumisa para poder adaptarse al nuevo entorno, aunque no siempre ocurre”. Sin embargo, lamenta, en la mayoría de las ocasiones la situación es la contraria, derivando a las víctimas a otros centros escolares. Es la "revictimización".

Cree que apartar a los acosadores del grupo es la clave para romper esas dinámicas ya que los protocolos de los centros educativos “son un compendio de buenas acciones”. Entiende que, por desgracia, esos protocolos suelen activarse cuando ya es demasiado tarde, cuando el daño es irreparable. “No dan ninguna salida a nada”, estimó.

Díaz considera que los colegios e institutos optan “por el silencio y la omisión” pero no culpa a los profesores, pues entiende que están saturados y sin herramientas. Y también señala a "una sociedad muy disfuncional, con los límites muy desdibujados".

La charla dio paso a un coloquio muy interesante en el que el público expuso sus opiniones y preguntó sus dudas a Díaz sobre cómo poder advertir una situación de acoso o cómo ayudar a las familias a superarlo. Y el reciente caso de la joven gijonesa, Claudia González Álvarez, estuvo muy presente con un amplio debate sobre el objetivo que perseguía con su muerte dejando testimonio de su caso para que no vuelva a ocurrir.

"Si pudiera haber hablado con ella le diría que no lo hiciera por eso, porque se acabarán autojustificando, a los 15 días irán a un psicólogo y les dirá que ella tomó sus propias decisiones y si no serán ellos mismos los que lo hagan. Lo siento mucho por ella", dijo Díaz, que el próximo curso afrontará el acceso a la Universidad para convertirse en Psicólogo y tener todo el conocimiento y herramientas útiles para ayudar a otras personas que han sufrido acoso como él. Quiere demostrarles que pese al dolor, hay luz al final del camino.