Adiós a un periodista ilustrado y un apasionado melómano

¿Y quién nos va a decir ahora dónde está la mejor vereda?

Guillermo García-Alcalde era un hombre generoso a todas horas, y te recibía a la vez con la preocupación de un periodista y las risas de un amigo

Guillermo García-Alcalde.

Guillermo García-Alcalde. / Adolfo Marrero

Juan Cruz

Juan Cruz

Para los que somos periodistas, es más, viejos periodistas, y más concretamente periodistas canarios, siempre nos rejuveneció el mejor de todos nosotros, Guillermo García-Alcalde. Se entrecortan la sintaxis y las letras cuando he de escribir, en pasado, ese nombre propio, que marca mi vida personal, y mi vida profesional, desde lo más lejano de mi experiencia como redactor de noticias, de crónicas, pero sobre todo mi vida personal, la que hasta ahora se ha guiado, tantas veces, por su consejo, por su mirada, por el estímulo de su pasión, su consejo y aquella risa.

Ahora, cuando me han dado esta horrible noticia, la de que ya no estará más este sabio amigo al otro lado de la mesa, al otro lado del teléfono, a un tiro de piedra, o de agua, de su consejo y de su bonhomía, el mundo que yo he venido transitando, el mundo del periodismo y de la vida, se encontró con un abismo que sólo puede calificarse como se califican las densidades de la soledad y del vacío.

Nada más mirar atrás, allá donde habitan las primeras risas de las noches en que yo quise estar cerca de los grandes periodistas como él, lo veo riendo, en medio de la redacción de La Provincia, dándome la bienvenida a la primera vez en que yo me sentí parte de un equipo así, de un círculo abierto de gente que hablaba del oficio como si ésta fuera una vereda hacia la felicidad de dar noticias. Entonces, vestido con la elegancia que siempre fue su modo de estar y su manera de parecer, ya me hizo una insinuación fértil para ejercer como es debido el oficio: “Primero escucha a los otros, y si te parece bien lo que oyes, ponlo en práctica. Pero no te fíes del primero si dudas de lo que te está diciendo”. ¿Y eso cómo se hace? Entonces fue cuando soltó la carcajada, yendo y viniendo de la vida de la Redacción hacia el ensueño musical con el que se prodigaba, y me dijo: “Ah, tú te la irás arreglando”.

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6666 / Dounia Sbai

Era un hombre generoso a todas horas, y te recibía a la vez con la preocupación de un periodista y las risas de un amigo. Cuando pasó el tiempo y ya iba y venía de La Provincia a todos los periódicos que Javier Moll, su gran amigo, puso en sus cercanías sabias, en todas las partes donde se fue haciendo verdad múltiple este grupo, Guillermo García Alcalde jamás fue otro que aquel que te recibía en la Redacción, en los hoteles o en la calle para darte el consejo que querías. Le pregunté por mis cambios personales, por todos mis cambios personales, hasta los más íntimos; me llevó a aceptar traslados y otras búsquedas, me dio la bienvenida en este nuevo destino en el que, otra vez, fui su compañero, le pedí consejo hasta para aquello que sólo me hubiera competido a decidir, y todo lo que me dijo, me aconsejó o me indicó que debía hacer para que mi vida fuera mejor u otra, lo decía como si le estuviera susurrando al primer muchacho que fue a verle antes de que Tomaso, aquel gerente, me pagara el primer salario, que casi me gasté bebiendo tragos nocturnos con Juan Antonio de Juan, el legendario fotógrafo.

Combinación de inteligencia

La otra noche en que lo conocí mejor, entre periodistas de todo pelaje, en el Hotel Mencey de Tenerife, aquel Guillermo García-Alcalde que miraba ya como un estadista de la prensa todo lo que venía a sus aledaños de gerente o de periodista sin otra frontera que su amplio conocimiento, nos fue diciendo, calmando las risas que eran propias de las reuniones del oficio, a dónde debía ir el archipiélago. Hablaba como un sabio tranquilo, animado por la música y las palabras que eran la combinación de su inteligencia. Hablaba de los periódicos, de los que se estaban haciendo, o de los que se estaban deshaciendo, como si tuviera una bola de cristal que iba, sobre la mar salada, de una provincia a otra, en pos de una región, la que es ahora, en cuya construcción intelectual, cultural y periodística, ha tenido tanto que ver. Sus amigos, ¿a quién van a buscar ahora consejo sus amigos?

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Cuando acabó aquella conversación en el Mencey la que había ocurrido alrededor de los que veíamos en él a alguien que no hablaba por hablar, tuvimos la oportunidad de ver en él a un estadista, como dije antes, a un estadista del periodismo, capaz de trazar un camino o de dar un consejo sin que nada de lo que dijera estuviera dicho a su favor, sino a favor del país para el que vivía, del oficio al que añadió sosiego y sabiduría. La tranquilidad de hacerlo. Ese país era el periodismo, pero no sólo el oficio sino lo que le importaba de veras al periodismo tal como ha de hacerse: el que está obligado a cumplir con las cuatro o cinco reglas de la melodía del oficio.

Lo que está mandado

El oficio obliga a la sobriedad de la verdad, y el sosiego con el que él nos orientaba, en los ámbitos de la cultura o de la política. No buscaba otra cosa que lo que obliga este lugar de principios: hacer lo que está mandado por el arbitrio de la exigencia profesional.

Le consulté todos los vaivenes de mi vida, todos. A veces se levantó de su casa para acudir adonde le dijera si lo necesitaba, para lo bueno y para las incertidumbres. Tuvo a su alrededor amigos que le dieron afán y amigos que le dieron el abrazo que mereció. Y había, en la fortuna que fue su vida, en su mujer, en sus hijas, en su manera de abrazar a los otros, el regalo que mereció. En periodismo tuvo su premio en la gratitud de los que estuvieron a su lado, aprendiendo. En lo que a mí respecta, como alumno suyo que soy, me dio la emoción de recibir su consejo como si todavía me lo estuviera danto: “Desengáñate, no hagas otra cosa que la que sabes hacer, y hazla siempre”.

Se refería a esta vía por la que me abrió caminos y que se llama periodismo. Ahora esta noticia que él protagoniza y que a nosotros nos deja tan solos, y que a mí me deja tan solo, es como una piedra que cae de lleno en los sentimientos que, siendo pasado, tan cerca del corazón caen. Caen tan cerca del corazón que parece que te hubieran dado una noticia que sólo cabe en los renglones en los que están la madre, el padre, los amigos del alma, los que nunca te dejaron ser, solo, un caminante que necesitaba su música para seguir andando. Nos falta tanto ahora la música íntima, veraz, de Guillermo García-Alcalde.

Descanse en paz el hombre que tanta paz nos dio.