Pedro y Laura vivieron la noche del miércoles las horas más largas y peores de su vida. Durante diez horas, el tiempo que permaneció secuestrado en Bilbao Aimar, su bebé recién nacido, se volvieron locos. “Estaba totalmente descontrolado, no sabía qué hacer”, dice todavía con congoja y llanto el padre. No olvidarán nunca lo ocurridoAimar, el hijo de esta joven pareja de Durango –que fueron padres por segunda vez–, vino al mundo el martes, pesó casi tres kilos y el parto transcurrió con normalidad.

La pareja tiene otra niña de 3 años, Alaia, así que Pedro decidió pasar la tarde del miércoles en Durango para poder estar con la pequeña y que la niña no se sintiera sola por la llegada de su hermanito. Además, la madre y el bebé se encontraban perfectamente por lo que así lo decidieron. Al anochecer, Pedro tenía previsto regresar al hospital de Basurto y sería la hermana de Laura la que se quedaría con la pequeña en Durango. Los padres lo tenían todo organizado para que el nacimiento no supusiera ningún trastorno en la joven familia.

A las 21.00 horas, Laura llamó a Pedro para comentarle que les daban de alta a ella y al bebé, así que se iban a casa antes de lo previsto. Le pareció extraño, no le cuadraba, pero a Laura le dijeron que el pabellón de maternidad estaba colapsado y por tanto debían desalojar habitaciones para nuevas parturientas. Teniendo en cuenta que madre e hijo se encontraban bien, habían decidido que a las diez de la noche aproximadamente se fueran a su domicilio. La mujer que se hizo pasar por enfermera comunicó expresamente a Laura este mensaje. Fue ella misma también la que dijo que se llevaba al pequeño para hacerle la prueba del talón y una vez terminada se podrían ir.

A Pedro no le cuadraban tantas prisas. Sobre todo, teniendo en cuenta que al día siguiente debía volver de nuevo para hacer el registro, un trámite cuyo procedimiento ha cambiado y ahora se debe cumplimentar en el hospital.

Tal y como habían previsto, a las 22.00 horas se dirigió de nuevo al complejo hospitalario de Basurto. Laura estaba sola y ya hacía un tiempo que se habían llevado al pequeño Aimar, lo que le hizo empezar a sospechar. Le entró el nerviosismo, reconocía. “¿No te han traído a Aimar todavía?”, preguntó a su mujer que había empezado a acusar la tardanza. Nadie se imagina que estando en un hospital, en el pabellón de Maternidad, una mujer se disfrace y se haga pasar por enfermera para robar a un recién nacido. Esas cosas pasan en las películas, pero en la vida real y en Bilbao no son escenas que se contemplen como posibles.

Pedro, ya con la sospecha muy acusada, salió en busca de alguien que le informara sobre la prueba que estaban realizando al pequeño. Y fue entonces cuando comenzó una verdadera pesadilla. La sanitaria a la que preguntó le dijo que no había ninguna orden de darles el alta, ni nadie estaba realizando una prueba a Aimar. “Me volví loco, perdí el control”, comentó ayer a un amigo. “Busqué en los contenedores con el temor de que lo hubieran echado a la basura, pero Aimar no apareció”.

Para entonces ya estaba activado el protocolo de búsqueda y la Ertzaintza inició la investigación para dar con el paradero del bebé y de la secuestradora. Pedro y Laura estaban fuera de sí. Tuvieron que darles tranquilizantes para poder controlar su estado de nerviosismo y ansiedad. “Es inimaginable lo que se te puede pasar por la cabeza en una situación así”, apostillaba un amigo de la familia.

Destrozados por la pesadilla que estaban viviendo a las tres de la madrugada recibieron una llamada de la Ertzaintza que les arrojó algo de luz. Los agentes le dijeron a Pedro que tenían cámaras en las que se veía a la mujer que había secuestrado a Aimar entrar en una farmacia del barrio de Rekalde donde había comprado leche. Pedro pensó de todo, pero quiso agarrarse a la esperanza. La mujer había comprado leche para el bebe. Eso quería decir que al menos le iba a alimentar. La siguiente llamada fue a las 8.10 de la mañana. “Muy buenos días, Pedro, tenemos a tu hijo”.